El acceso de la mujer al ministerio sacerdotal

Este asunto me preocupa desde hace tiempo y sobre él he escrito en diferentes ocasiones. Ahora lo traigo a colación porque, en la sección de “Cartas al Director” del diario La Rioja del pasado 6 de abril, Marta Caño ha decidido abrir la caja de los truenos. Porque la problemática abierta sobre el tema de las mujeres en la Iglesia sigue todavía abierta y quedan muchos y graves interrogantes por resolver. El problema es amplio y complejo; no sólo afecta al papel de la mujer en la Iglesia sino, aún más, a la situación de la mujer en la sociedad.

Las palabras de Marta Caño, que yo puedo compartir en cierta medida, apuntan sólo en una dirección, sacándoles punta a unas palabras enfáticas de Gerardo Cuadra. En realidad la cuestión candente sobre el papel de la mujer en la Iglesia se refiere especialmente a la posibilidad o no de acceder al ministerio ordenado. No voy a negar que en la actualidad, sobre todo bajo el impulso del papa Francisco, se están dando pasos positivos; aunque siempre tímidos y con importantes trabas y limitaciones. Todos esperamos que las mujeres puedan tener opción en la Iglesia a cargos de responsabilidad, con  verdadera capacidad de decisión. A todas luces está claro que, para llegar a esta meta,  el camino a recorrer será largo y lleno de obstáculos.

La exclusión de la mujer de los órganos de decisión en la Iglesia y la inflexible negativa a su acceso a los ministerios ordenados hay que atribuirla, sin duda alguna, a su pertenencia al estamento laical y, más aún, a su condición de mujer. Pero, al llegar a este punto, nos preguntamos si esto ha sido siempre así y desde cuándo arranca el problema. Vale la pena emprender un repaso somero.

La actitud del apóstol  Pablo ha sido determinante en este asunto. Todos conocemos su actitud reticente respecto a la intervención de las mujeres en las asambleas  (1Tim 2, 11-12; 1Cor 14, 33-35). Sin embargo, en algún momento, el apóstol admite la posibilidad de que la mujer profetice en medio de la asamblea (1Cor 11, 4-6). Reconoce el Apóstol  la existencia de mujeres que oran y profetizan en la comunidad; que son movidas por el Espíritu y contribuyen con sus palabras al crecimiento de los hermanos; que comparten con los otros líderes de la comunidad funciones de animación y de responsabilidad. Posteriormente (siglos IV y V), al estabilizarse las Iglesias, aparecerán las diaconisas con funciones ministeriales diferentes, sobre todo en el bautismo de las mujeres y en la asistencia a los enfermos.

En la actualidad las mujeres pueden ser admitidas para proclamar la palabra de Dios y para distribuir la comunión, pero sólo de manera esporádica o circunstancial, no con carácter definitivo y estable. Eso queda reservado para los varones. Esa es la norma.

Sin embargo, se ha hecho más problemático el acceso a los  ministerios ordenados. A la mujer no se le ha negado de manera explícita la posibilidad de acceder al ejercicio del diaconado. Simplemente se ha silenciado esta posibilidad. Sin hacer comentarios ni a favor ni en contra. Así ocurre en la Declaración Inter insigniores (1976).

El problema se plantea de manera más aguda al tratarse del acceso de las mujeres al ministerio presbiteral. Hay que tener en cuenta, para ello,  la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis  de san Juan Pablo II  sobre la ordenación sacerdotal reservada a los varones, del 22 de mayo de 1994. El pasaje más decisivo de este documento se expresa en estos términos: «Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».

Hay que prestar atención a estas palabras del santo papa  Juan Pablo II. Me refiero al carácter definitivo del dictamen papal y a la supuesta prohibición de proseguir en el estudio y discusión del tema.  No son pocos los obispos que piensan que la discusión teológica de este tema no está cerrada. Por eso insisto en la pregunta: ¿es o no ésta una cuestión zanjada definitivamente? Para responder a la pregunta voy a citar unas palabras de un teólogo alemán,  Wolfgang  Beinert:  «En una carta a los agentes de pastoral de su diócesis escribe el obispo de Basilea J.Vogel en junio de 1994: La decisión papal nos ha sobrecogido a muchos de nosotros. Muchos piensan que la discusión teológica de este tema no está cerrada. En mi opinión, la Carta Apostólica, más que resolver los problemas antiguos, habrá  planteado otros nuevos.  Otros obispos se han manifestado en la misma línea. Incluso el nuncio apostólico en Alemania está a la espera de un diálogo sereno. Ahora lo que se pone de manifiesto es que el telón papal no es de hierro. Siguiendo con el símil teatral, ese telón marca ciertamente el final de un acto, pero no el final de la función. No hay duda de que la obra debe continuar»  (Wolfgang Beinert,  Priestertum der Frau.  Der Vorhang zu, die Frage offen? » [«El sacerdocio de la mujer. ¿Se baja el telón, queda abierto el problema?»] , «Stimmen der Zeit, 212, 1994, 723-738).

Nunca se había planteado hasta ahora, de manera expresa y universal, la posibilidad de incorporar a la mujer al ministerio sacerdotal, ni había sido resuelta de forma infalible por el magisterio. Hay que considerarla, por tanto, una cuestión abierta. Los criterios para elaborar una respuesta sobre la viabilidad o no de esta incorporación femenina, son diversos: En la Biblia no hay una respuesta normativa; en todo caso, Jesús acogió y aceptó a la mujer. Es cierto que, por los testimonios históricos y culturales que conocemos, a la mujer no se la eligió para este ministerio; pero esta exclusión pudo ser ocasional. Desde el punto de vista dogmático, no existe disposición alguna en contra; los reparos son sólo de tipo histórico y, por tanto, coyunturales y superables. La teología, por lo demás, no tiene duda sobre la indiscutible dignidad de la mujer; otra cosa es la expresión concreta de esta dignidad en el organigrama y en las decisiones  de la Iglesia. Para salir al paso a un argumento, que suele formularse con frecuencia, habría que preguntarse hasta qué punto obrar «in persona Christi», como lo hace el sacerdote, exige que el ministro sea varón y no mujer.  ¿Hay que atribuir al término  «persona» aplicado a Cristo glorificado y al creyente una connotación sexual? A mi juicio, realmente no. En todo caso es una cuestión abierta. Desde un punto de vista pastoral, la ordenación de la mujer habría que considerarla conveniente y hasta urgente. Una decisión de la Iglesia en este sentido supondría, por supuesto, en el interior de la comunidad eclesial, un cúmulo de reajustes, transformaciones y adaptaciones muy importantes y seguramente complicadas.  En todo caso habría que apostar con valentía y correr este riesgo.

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