Para meditar desde la eucaristía
La eucaristía es un pozo sin fondo. Me explico. Nunca terminamos de descubrir en ella nuevos perfiles, nuevos modos de orar, de abrirnos ante la grandeza del misterio insondable. Es como una escuela en la que aprendemos a comunicarnos con Dios, a ensayar nuevas formas de acceso a la inmensidad de su presencia, a quedar deslumbrados por el resplandor de su rostro.
Este libro es un intento por superar de una vez la rutina monocorde de nuestras oraciones; de salir del persistente recurso, interesado y egoísta, a las oraciones de petición, centradas en nosotros y en lo nuestro, ajenas a las exigencias de la gratuidad y peligrosamente propensas a caer en el mundo de lo mágico. La eucaristía nos ofrece un impresionante mosaico de sentimientos y de resortes espirituales; una gran riqueza de formas de oración.
En mi libro sobre la «Anáfora» llevé a cabo un acercamiento a la plegaria de acción de gracias, analizándola en su vertiente litúrgica, en vistas a la celebración («Anáfora. Aproximación a la plegaria eucarística», Evd, Estella 2015); mi intento en este libro, en cambio, es ahondar en el perfil de sus diversos aspectos, sobre todo en el contenido de los textos, desmenuzándolos y comentando su frondosa policromía.
Porque la eucaristía aglutina toda la riqueza espiritual y sacramental repartida entre todos los sacramentos. Como asegura santo Tomás de Aquino, la eucaristía es el sacramento central, en el que convergen y al que apuntan todas las virtualidades de los demás sacramentos («Suma Teológica» III, 65, 3; III, 73, 3; III, 79, 1). De forma magistral afirma en otro lugar: «Todos los efectos de los otros sacramentos se pueden atribuir a la eucaristía porque es la perfección de todos, y contiene, como en síntesis, y suma todo cuanto está distribuido en los demás» («Comentario a las Sentencias», libro IV, dist. 8, quest. 1, art. 2, questiuncula 2, ad 4um).
La celebración de la eucaristía nos sumerge en un mar de sentimientos y de experiencias espirituales. Nos invita, sobre todo, a la bendición y a la acción de gracias; pero, además, a la petición de perdón, a las intercesiones por las necesidades del mundo, a la evocación de las maravillosas intervenciones de Dios en la historia, a la ofrenda sacrificial, a la oblación, a la invocación del Espíritu, a la profecía, a la alabanza jubilosa, a la memoria del Jesús roto y entregado. Todo este mosaico de plegarias va acompañado de gestos y de símbolos: la comensalidad fraterna, el abrazo solidario, la participación en el banquete del pan y del vino, el comer y el beber juntos el Cuerpo y la Sangre del Señor, la postración para implorar el perdón, el alzado de las manos en la súplica, el pan que se rompe y se reparte, la fiesta, el canto, las flores, los perfumes y el incienso. Es la gran liturgia de la eucaristía, la «divina liturgia» de los orientales, expresión de piedad y de sentimientos religiosos, cargados de emoción espiritual y de hondura mística.
Esa es precisamente la intención de este libro: acercarnos espiritualmente a la eucaristía, a su hondura inefable, a su incalculable riqueza de matices y reflejos; familiarizándonos con sus resortes espirituales, haciendo que la vivencia intensa del misterio se proyecte en nuestra vida, para inundarla, para renovarla sin cesar, para colmarla de riqueza interior.