Para preparar la homilía

Son sólo unas sugerencias. Voy a referirme, en especial, a las homilías que se pronuncian los domingos del Tiempo Ordinario. Un análisis somero de los sistemas de lectura de los tres ciclos dominicales nos permite establecer una serie de consideraciones útiles para la preparación de la homilía.

Un primer vistazo a esos esquemas nos permite descubrir que el orden de las lecturas no es vertical (= armonización de las tres lecturas de cada misa), sino horizontal (= Lectura continuada). Este hecho afecta solo a la segunda lectura y al texto evangélico. Al llamarla lectura continuada no pretendo afirmar que estas lecturas recojan de forma completa y seguida la totalidad de los libros bíblicos en cuestión. Lo que pretendo decir es que los fragmentos leídos, que recogen ciertamente la casi totalidad de los libros bíblicos correspondientes, aparecen según el orden de los capítulos y versículos que les corresponden.

La primera lectura recoge fragmentos bíblicos del antiguo testamento, aunque de manera aparentemente anárquica y desordenada. Digo aparentemente porque, aunque parezca que la selección de esos textos está hecha al azar, sin embargo esta lectura está siempre elegida con un criterio muy preciso: Esto es, con la clara intención de ofrecer al fragmento evangélico un punto de referencia en el primer Testamento. La primera lectura, pues, hay que conectarla siempre con el evangelio. En ella se remite a un perfil determinado del evangelio que, por lo general, constituye la clave de interpretación del conjunto. Un uso adecuado de este criterio ayuda a que el predicador centre convenientemente su homilía, sin desarrollar aspectos periféricos del texto evangélico y sin coger el rábano por las hojas.

3ª De las observaciones anteriores se deduce que el pretender encontrar un hilo conductor en el que coincidan las tres lecturas es algo así como buscar los tres pies al gato. Además de irracional esa pretensión ha de resultar siempre imposible, a no ser que los textos sean sometidos a interpretaciones forzadas, caprichosas y necesariamente arbitrarias.

La homilía deberá tomar como punto de referencia o el fragmento evangélico o la segunda lectura. Pero esta decisión debe tomarse al principio del ciclo, de una serie o de la lectura de un libro concreto, sin ceder al capricho ocasional de cada domingo. Dado el carácter continuado de las lecturas, la predicación deberá respetar el desarrollo progresivo y estructural de los temas, situando cada fragmento en el contexto global de cada libro o de cada bloque.

La segunda lectura está tomada casi siempre de las cartas de San Pablo, repartidas a lo largo de los tres ciclos; las lecturas evangélicas están claramente distribuidas en tres bloques: Mateo es leído durante el ciclo A, Marcos durante el ciclo B y Lucas durante el ciclo C. Juan, cuyo evangelio se lee abundantemente en los tiempos fuertes, ha quedado fuera de este reparto. Cada uno de estos autores nos ofrece, sin duda, una visión propia de Jesús y del mensaje cristiano. No se trata de presentaciones frías o asépticas. Cada autor refleja en sus escritos la dimensión personal y entrañable de su encuentro con Jesús y con su mensaje. La predicación debe respetar esta dimensión personal y vital que impregna todos esos textos, leídos domingo tras domingo en su orden original.

6ª En todo caso, la predicación sobre estos textos nunca deberá convertirse en un discurso técnico o en una clase de teología. En el contexto de la celebración litúrgica las lecturas hay que entenderlas en clave de proclamación y el comentario del celebrante, a su vez, en términos de praedicatio. Y el contenido, más que una reflexión moralizante o simplemente piadosa, deberá estar centrada en el misterio pascual de Cristo en su plenitud.
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