Fábrica de pederastas
En su libro "Amar en Comillas", el ilustrado exjesuita José Manual Ruíz Martos recrea el ambiente por él vivido durante trece años en el seminario universidad Comillas-Santander. Lo hace aderezando experiencia propia y ficción.
Son los años previos al Concilio Vaticano II. Los protagonistas de su novela se enfrentan al sistema de educación sexual vigente en aquel centro eclesiástico. Lo hacen ante la inoculada demonización del sexo opuesto por mor del celibato clerical y no por tendencia homosexual innata o espontánea. Rosendo y Alonso constituyen una pareja de amantes clandestinos. No son gays. Su conducta es un sucedáneo de la relación hétero. Ambos ponen en brete al famoso director espiritual Padre Nieto quien, amordazado por el secreto de confesión, no puede evitar la ordenación sacerdotal de uno de los dos "pecadores". El otro muere ahogado en vísperas de la ceremonia. Una fatalidad auspiciada por Nieto. En la novela (o reportaje) el autor también constata periódicas sospechosas expulsiones de seminaristas veinteañeros, siempre por parejas.
El tsunami pederástico de Pensilvania me espolea a participar con algunas reflexiones ante las reacciones en sordina de los responsables de la institución católica. El contenido del voluminoso informe del "gran jurado de Pensilvania" es nauseabundo y conduce a condenar a la Iglesia Católica. No sólo por silenciar y disimular a los criminales, también por ser origen y causa de que tales sujetos crezcan en su madriguera.
Es el pico del iceberg. Se limita a setenta años a partir de 1963. Se circunscribe a uno de los cincuenta estados de USA. Se documentan 1.000 agresiones a menores por parte de 300 curas. ¿Cuántos pueden ser los que no han sido documentados o detectados en Pensilvania y en todo USA? La investigación es limitada cronológica y geográficamente. Sabemos algo de similares crímenes localizados en diócesis americanas. Rememoremos Washington (cardenal McCarrick) y Boston (cardenal Law). El Papa tuvo que simular castigos vergonzantes por su evidente tolerancia o por directa culpabilidad. Siete décadas de encubrimiento, tolerancia, connivencia. Y fuera de USA, una riada de pederastia clerical. Destaca la escandalosa de Chile donde la pederastia está en la base de la colectiva dimisión de todo un episcopado.
En reciente artículo, el profesor Tamayo habla de evidente metástasis:
"No se trata de una enfermedad pasajera que afecte excepcionalmente a algunos de sus miembros, sino de un cáncer con metástasis que alcanza a todo el cuerpo eclesiástico: cardenales, obispos, sacerdotes, miembros de la Curia romana, de congregaciones religiosas, educadores en seminarios, noviciados y colegios religiosos, etc. Quienes se presentaban como modelos de entrega a los demás, se entregaron, sí, pero a crímenes contra personas indefensas. Quienes se consideraban expertos en educación utilizaron su supuesta excelencia para abusar de los niños y adolescentes que los padres y las madres les confiaban. Quienes decían ser “guías de almas” para llevarlas al cielo por el camino de la salvación se dedicaban a mancillar sus cuerpos, anular sus mentes y pervertir sus conciencias".
El actual arzobispo de Boston, cardenal O'Malley, es presidente de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores. Ante el informe de Pensilvania sólo ha podico responder: "El tiempo se acaba para nosotros, líderes de la Iglesia. Los católicos han perdido la paciencia con nosotros. Hay momentos en que las palabras nos fallan".
El portavoz del Vaticano, Greg Burke, sólo siente "vergüenza y dolor". Y asegura que el Papa está de parte de las víctimas. Obvio!
El presidente del Episcopado americano, cardenal DiNardo, pide cambios en la práctica de la Iglesia.
Y el papa Francisco, en carta profusa y confusa, muestra su vergüenza e impotencia, al tiempo que propone, sin concretar, medidas de prevención.
El citado teólogo Tamayo se pregunta si el Vaticano y los obispos conocían tales tropelías. El informe de Pensilvania responde afirmativamente. No sólo las conocían. Las ocultaban. Ante eventuales denuncias, trasladaban a los curas. Exigían silencio a víctimas y denunciantes, bajo amenazas espirituales y temporales. La "Santa" Iglesia Católica, su prestigio, su inviolabilidad prevalecían. Importaban menos la moralidad, la ética, la dignidad, los derechos humanos.
Mis lectores saben que durante ocho años fui oficial en la Curia Vaticana con Pablo VI. Lo fui precisamente en la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Una experiencia muy enriquecedora. En ese dicasterio se recogen y enjuician denuncias de delitos y crímenes de los clérigos de todo el mundo católico. En mi libro "ROMA VEDUTA. Monseñor se desnuda", al hablar del "nihil obstat", pag 180 de la 2ª edición, traigo a colación un hecho iluminador. Copio:
"Asunto. Arzobispo presunto corruptor de menores. Yo le había dedicado mucho tiempo. Había comenzado a redactar mi informe para la "Particolare".(Congreso Particular semanal de 4 miembros). Pero cual fue mi sorpresa cuando me entero de que el Papa había incluido ese tal arzobispo en la lista de cardenales a crear en próximo Consistorio. El expediente fue cerrado y entregado al archivo del Santo Oficio. Y es que la creación de cardenales es algo absolutamente personal del Papa, sin ningún consejo o trámite curial. Si se hubiera solicitado el "nihil obstat", ese jerarca nunca hubiera vestido la púrpura. Puede que hubiera sido depuesto de su diócesis"
Es obvio que el hecho revelado en mi libro deja ver las prioridades en la institución católica. Presuntamente el cardenal indiciado era delincuente. Acaso podría seguir siéndolo. Quien sabe si sería tolerante con los pederastes. Pero el "aparato" estaba por encima de los valores. Me escuece decir valores "evangélicos". Cientos de expedientes de índole sexual eran guardados en la Sección Criminal del Santo Oficio. Encuadrado yo en la Sección Doctrinal, sólo ocasionalmente analizaba casos de clérigos delincuentes del mundo hispano. Habitualmente, los casos de pederastia se archivaban. Una mayor atención se prestaba a los casos de "solicitatio in confesione", "absolutio complicis" y violación del sigilo sacramental. En el peor de los casos, al delincuente se imponía una suspensión temporal de la actividad sacerdotal o la reclusión temporal en un monasterio.
El Codex, en su Libro VI, menciona y elenca los delitos y penas en que pueden incurrir los clérigos. Al tratar de los delitos sexuales, el Legislador prioriza la protección de la institución y los sacramentos. Pasa de puntillas sobre los delitos extrasacramentales, como son los de pederastia. Léase, si no, el canon 1395. Prima siempre la evitación del escándalo y de la notoriedad que podría dañar el crédito y el prestigio de la institución. Las penas por dichos abusos son ridículas. Las víctimas son ignoradas. Nada sobre ocultación y destrucción de pruebas.
Sin duda, este bochornoso fenómeno tiene causas y orígenes. Corresponde a los católicos, y no sólo a sus jerarcas, identificarlos y obrar en consecuencia. No basta decir "lo siento". No basta pagar unos miles de dólares a las víctimas. Predicar no da trigo. Una institución regida y ritualizada exclusivamente por varones contribuye a la dominación despótica masculina. Una institución misógina y con celibato clerical obligatorio es deformante de las conciencias. Una institución dogmática conlleva la dominación mental hasta el extremo. Una institución clasista, con clérigos y laicos, con mitras y púrpuras, es humillante y hace súbditos a los fieles.
Un mínimo de practicidad nos lleva a pedir hoy una posible reparación e indemnización a las víctimas supervivientes. También, una justicia civil (no sólo eclesiástica) allí donde sea viable. Pero eso no basta. Roma, con su Curia y Papado, así como todas las fuerzas vivas católicas, han de despertar del sueño de un milenio. Incluso del sueño de dos milenios. Los estudiosos de la Teología sabemos que Jesús de Nazaret no quiso una Iglesia jerarquizada y por ende dominante. La mayor parte de los concilios llamados ecuménicos acentuaron la jerarquización y la sacralización de la vida, obviando derechos humanos, hoy recuperados gracias a las modernas sociedades civiles. Ineludible una revisión del sentido y valor de la sexualidad. El impertérrito tradicionalismo católico sigue demonizándola con atisbos machistas y maniqueos. Si la Iglesia Católica continúa anclada en el presente, que es el pasado, todavía leeremos nuevos informes tremebundos como el del gran jurado de Pensilvania.
Son los años previos al Concilio Vaticano II. Los protagonistas de su novela se enfrentan al sistema de educación sexual vigente en aquel centro eclesiástico. Lo hacen ante la inoculada demonización del sexo opuesto por mor del celibato clerical y no por tendencia homosexual innata o espontánea. Rosendo y Alonso constituyen una pareja de amantes clandestinos. No son gays. Su conducta es un sucedáneo de la relación hétero. Ambos ponen en brete al famoso director espiritual Padre Nieto quien, amordazado por el secreto de confesión, no puede evitar la ordenación sacerdotal de uno de los dos "pecadores". El otro muere ahogado en vísperas de la ceremonia. Una fatalidad auspiciada por Nieto. En la novela (o reportaje) el autor también constata periódicas sospechosas expulsiones de seminaristas veinteañeros, siempre por parejas.
El tsunami pederástico de Pensilvania me espolea a participar con algunas reflexiones ante las reacciones en sordina de los responsables de la institución católica. El contenido del voluminoso informe del "gran jurado de Pensilvania" es nauseabundo y conduce a condenar a la Iglesia Católica. No sólo por silenciar y disimular a los criminales, también por ser origen y causa de que tales sujetos crezcan en su madriguera.
Es el pico del iceberg. Se limita a setenta años a partir de 1963. Se circunscribe a uno de los cincuenta estados de USA. Se documentan 1.000 agresiones a menores por parte de 300 curas. ¿Cuántos pueden ser los que no han sido documentados o detectados en Pensilvania y en todo USA? La investigación es limitada cronológica y geográficamente. Sabemos algo de similares crímenes localizados en diócesis americanas. Rememoremos Washington (cardenal McCarrick) y Boston (cardenal Law). El Papa tuvo que simular castigos vergonzantes por su evidente tolerancia o por directa culpabilidad. Siete décadas de encubrimiento, tolerancia, connivencia. Y fuera de USA, una riada de pederastia clerical. Destaca la escandalosa de Chile donde la pederastia está en la base de la colectiva dimisión de todo un episcopado.
En reciente artículo, el profesor Tamayo habla de evidente metástasis:
"No se trata de una enfermedad pasajera que afecte excepcionalmente a algunos de sus miembros, sino de un cáncer con metástasis que alcanza a todo el cuerpo eclesiástico: cardenales, obispos, sacerdotes, miembros de la Curia romana, de congregaciones religiosas, educadores en seminarios, noviciados y colegios religiosos, etc. Quienes se presentaban como modelos de entrega a los demás, se entregaron, sí, pero a crímenes contra personas indefensas. Quienes se consideraban expertos en educación utilizaron su supuesta excelencia para abusar de los niños y adolescentes que los padres y las madres les confiaban. Quienes decían ser “guías de almas” para llevarlas al cielo por el camino de la salvación se dedicaban a mancillar sus cuerpos, anular sus mentes y pervertir sus conciencias".
El actual arzobispo de Boston, cardenal O'Malley, es presidente de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores. Ante el informe de Pensilvania sólo ha podico responder: "El tiempo se acaba para nosotros, líderes de la Iglesia. Los católicos han perdido la paciencia con nosotros. Hay momentos en que las palabras nos fallan".
El portavoz del Vaticano, Greg Burke, sólo siente "vergüenza y dolor". Y asegura que el Papa está de parte de las víctimas. Obvio!
El presidente del Episcopado americano, cardenal DiNardo, pide cambios en la práctica de la Iglesia.
Y el papa Francisco, en carta profusa y confusa, muestra su vergüenza e impotencia, al tiempo que propone, sin concretar, medidas de prevención.
El citado teólogo Tamayo se pregunta si el Vaticano y los obispos conocían tales tropelías. El informe de Pensilvania responde afirmativamente. No sólo las conocían. Las ocultaban. Ante eventuales denuncias, trasladaban a los curas. Exigían silencio a víctimas y denunciantes, bajo amenazas espirituales y temporales. La "Santa" Iglesia Católica, su prestigio, su inviolabilidad prevalecían. Importaban menos la moralidad, la ética, la dignidad, los derechos humanos.
Mis lectores saben que durante ocho años fui oficial en la Curia Vaticana con Pablo VI. Lo fui precisamente en la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Una experiencia muy enriquecedora. En ese dicasterio se recogen y enjuician denuncias de delitos y crímenes de los clérigos de todo el mundo católico. En mi libro "ROMA VEDUTA. Monseñor se desnuda", al hablar del "nihil obstat", pag 180 de la 2ª edición, traigo a colación un hecho iluminador. Copio:
"Asunto. Arzobispo presunto corruptor de menores. Yo le había dedicado mucho tiempo. Había comenzado a redactar mi informe para la "Particolare".(Congreso Particular semanal de 4 miembros). Pero cual fue mi sorpresa cuando me entero de que el Papa había incluido ese tal arzobispo en la lista de cardenales a crear en próximo Consistorio. El expediente fue cerrado y entregado al archivo del Santo Oficio. Y es que la creación de cardenales es algo absolutamente personal del Papa, sin ningún consejo o trámite curial. Si se hubiera solicitado el "nihil obstat", ese jerarca nunca hubiera vestido la púrpura. Puede que hubiera sido depuesto de su diócesis"
Es obvio que el hecho revelado en mi libro deja ver las prioridades en la institución católica. Presuntamente el cardenal indiciado era delincuente. Acaso podría seguir siéndolo. Quien sabe si sería tolerante con los pederastes. Pero el "aparato" estaba por encima de los valores. Me escuece decir valores "evangélicos". Cientos de expedientes de índole sexual eran guardados en la Sección Criminal del Santo Oficio. Encuadrado yo en la Sección Doctrinal, sólo ocasionalmente analizaba casos de clérigos delincuentes del mundo hispano. Habitualmente, los casos de pederastia se archivaban. Una mayor atención se prestaba a los casos de "solicitatio in confesione", "absolutio complicis" y violación del sigilo sacramental. En el peor de los casos, al delincuente se imponía una suspensión temporal de la actividad sacerdotal o la reclusión temporal en un monasterio.
El Codex, en su Libro VI, menciona y elenca los delitos y penas en que pueden incurrir los clérigos. Al tratar de los delitos sexuales, el Legislador prioriza la protección de la institución y los sacramentos. Pasa de puntillas sobre los delitos extrasacramentales, como son los de pederastia. Léase, si no, el canon 1395. Prima siempre la evitación del escándalo y de la notoriedad que podría dañar el crédito y el prestigio de la institución. Las penas por dichos abusos son ridículas. Las víctimas son ignoradas. Nada sobre ocultación y destrucción de pruebas.
Sin duda, este bochornoso fenómeno tiene causas y orígenes. Corresponde a los católicos, y no sólo a sus jerarcas, identificarlos y obrar en consecuencia. No basta decir "lo siento". No basta pagar unos miles de dólares a las víctimas. Predicar no da trigo. Una institución regida y ritualizada exclusivamente por varones contribuye a la dominación despótica masculina. Una institución misógina y con celibato clerical obligatorio es deformante de las conciencias. Una institución dogmática conlleva la dominación mental hasta el extremo. Una institución clasista, con clérigos y laicos, con mitras y púrpuras, es humillante y hace súbditos a los fieles.
Un mínimo de practicidad nos lleva a pedir hoy una posible reparación e indemnización a las víctimas supervivientes. También, una justicia civil (no sólo eclesiástica) allí donde sea viable. Pero eso no basta. Roma, con su Curia y Papado, así como todas las fuerzas vivas católicas, han de despertar del sueño de un milenio. Incluso del sueño de dos milenios. Los estudiosos de la Teología sabemos que Jesús de Nazaret no quiso una Iglesia jerarquizada y por ende dominante. La mayor parte de los concilios llamados ecuménicos acentuaron la jerarquización y la sacralización de la vida, obviando derechos humanos, hoy recuperados gracias a las modernas sociedades civiles. Ineludible una revisión del sentido y valor de la sexualidad. El impertérrito tradicionalismo católico sigue demonizándola con atisbos machistas y maniqueos. Si la Iglesia Católica continúa anclada en el presente, que es el pasado, todavía leeremos nuevos informes tremebundos como el del gran jurado de Pensilvania.