Orgullos de ser y bellezas de vivir y tocar (8-IV-2018)
Yo pienso que los complejos, en psiquiatría, -al de inferioridad he de referirme aquí- son indicadores flamantes de inestabilidad personal y de inseguridad; de inmadurez por tanto. No sólo denotan lagunas o carencias, o que faltan hervores y sazones al sujeto agraciado con estos complejos, sino que, al sentirse minusválido, lo achican y, en su quehacer, lo ponen a merced de personajillos más audaces que solventes y, sobre todo, más aventureros que razonables. El así acomplejado es un tipo de persona desconcertante a fuerza de alistarse -a cada paso que da- al gremio del servilismo. Se calla, disimula o hace farsa cuando habría de dar la cara; y habla, generalmente para zurcir hipocresías, cuando lo más prudente sería callar.
Por eso, el acomplejado no es una persona normal. Es más bien –creo yo- un disminuido psíquico que se debate, infeliz, en una lucha de sentimientos encontrados de amor y odio que le retrae en la afirmación de sus posibilidades y creencias. Viene a ser una suerte de esclavo voluntario, un impotente del alma. Un problema humano, en una palabra.
Hoy regreso a Madrid desde mi querido Bierzo. Confieso que es para mí una delicia estar en mis tierras bercianas. Lo da y lleva consigo el nombre que, en sí mismo, sugiere ya un sinfín de ensoñaciones asociadas a la idea o escenario de un jardín florido. Su entidad y calidad le vienen de muchas facetas, y no es la menos linda de todas la de su fisonomía vegetal, o la de ser encrucijada de caminos, o cerco de montañas, o venturas de un mini-clima benéfico o paraje natural de culturas que, al contrastarse, han ido poco a poco abonando recursos humanos de cordialidad, tolerancia y “entente”, sin excesivo esfuerzo. Son por eso sus tradiciones y sus gentes, su cultura y sus peculiaridades múltiples lo aue hacen que El Bierzo sea él mismo y no otra cosa diferente. Tal vez haya bien fundadas razones para que “los bercianos” fuéramos “nacionalistas”; aunque no lo somos, si por ello se ha de entender –como suele pasar- mirar a otros, de otros lares y otras tierras, por encima del hombro, o creerse más que nadie, o con derechos que otros no deban tener. No. No somos “nacionalistas”, salvo algún extraviado de mente que puede salir en cualquier sitio… Aunque Asturias y León fueron reinos y ensayaron democracias, antes que Cataluña fuera “condado” y otros “creídos” de la misma progenie ni eso siquiera, no nos sentimos más que nadie -quizá menos tampoco-, y nos contentamos –eso sí- con amar -como el que más- a la tierra que nos vio nacer, aunque sin por ello hacernos -ni de lejos- a la idea de que no puede o pueda haber otras como la nuestra. Que amar a nuestra bonita tierra no hace que nos volvamos memos o idiotas.
Aunque atrasada este año por mor de las “ciclogénesis explosivas” y las borrascas que no cesan, la estación andaba mostrando ya cada mañana una sorpresa primaveral: unas mimosas amarilleando provocativas a orillas de algunos caminos; mirlos silbando sin cesar y rondando a sus novias; un “coco de luz” –“rara avis” ya en estos tiempos de progreso, al igual que los ruiseñores y hasta los jilgueros- daba fe también de la primavera bajo la fina lluvia de alguna de estas tarde-noche vividas en mi pueblo hasta hoy mismo. Una semana apenas en él me ha hecho soñar en una sociedad más auténtica y menos proclive a desvanecerse, o incluso a morirse de éxitos o relumbrones nada serios y firmes… Creo por eso que no defrauda venir al pueblo alguna vez para recibir lecciones de autenticidad y equilibrio.
Fui esta vez al pueblo para bautizar al pequeño Alejandro; nieto de mis amigos Eladio y Carmen; segundo hijo de Mari Carmen y Alejandro. Alejandro-hijo me recibió con una sonrisa de ángel bailando en sus ojitos morenos.. Después mostró tener personalidad al enfadarse y llorar en serio cuando le parecía. Normal. Al fin y al cabo, recibir el bautismo es cosa de un día solemne y no, como la “teta” de la madre, que, aún siendo tan pequeño, se conoce al dedillo… Alejandro se portó bien aunque dejando nota de que no es un “pedrusco”.
Dirigí, antes del bautizo, unas palabras al niño en las personas de sus padres, padrinos, familiares y amigos.
Nicodemo –fariseo de pro-, que –aún siendo cobardica”- fue a ver a Jesús de noche, pero fue; porque vale más ir de noche que no ir y porque sentía más fuerte la llamada de la verdad que hacer farsa con lo que va dentro… Nocidemo me brindó la idea de que quien busca a la verdad y a Dios tiene siempre sobrados caminos para ir por ellos, aunque sea de noche o a contrapelo, porque en la sociedad sea más de moda fusilar a Dios o hacer añicos de la verdad. Hasta los cobardes pueden, a veces y si quieren, hallar caminos para redimirse de sus cobardías.
Jesús lo recibe –cómo no!- y, sin andarse con rodeos, va de inmediato al grano. Para ir a Dios y por tanto a la Verdad, hay que renacer, regenerarse, trascenderse y no quedarse en el “super-hombre” nihilista de Nietzsche pudiendo ser eso mismo, pero con bastante más que “nada” en las manos.
En consonancia con lo anterior, realcé con brevedad el timbre de honor que puede ser sentir y decir “el orgullo” de ser creyente y de ser católico.
Estamos al cabo de la calle de los “orgullos” de unos y de otros. “Yo soy comunista”, dice uno con orgullo; “yo soy ateo”, pregona otro compolacido; “yo soy homosexual” y se hace un festival con procesiones y todo; “yo soy fémina liberada” y el feminismo enardecido piensa en el “no va más” de la “grandeur”….
¿No es justo y necesario que un católico haga lo mismo? ¿Es que no hay mayores y más serias razones para fiarse de Dios que de cualquier otro sedicente propagandista de sus ideas o hechuras, creencias y modos de ser?
Por superar de una vez este acomplejado comportamiento de muchos católicos ahora mismo, recordé a los padres y padrinos del pequeño Alejandro que –al querer que su hijo sea bautizado-, si han de ser coherentes con esa voluntad, han de prepararle para estar en condiciones -en una sociedad como la presente, que parece tener a gala “liberarse de Dios”- de no jugar a farsante ocultando por fuera lo que se lleva dentro y haciendo bastante menos que esos otros del “orgullo”, cuando en verdad hay al menos tantas razones con en ellos para mostrarse por fuera como uno dice ser por dentro. A no ser que se transija con los complejos o se piense que es más cosa de hombres ser comunista que ser católico.
Y recordaba también, de paso, la estupenda y nada ridícula frase de Chateaubriand –en sus “Memorias de ultra-tumba”-, cuando afirma rotundo que “La religión –y Dios, por tanto- es el único poder ante el que inclinarse o ponerse de rodillas no envilece al que se inclina o arrodilla”. Inclinarse o ponerse de rodillas, por ejemplo, ante lo que representa un cura, un obispo o el mismo papa, no envilece. Aunque el representante pueda ser, o sea de hecho, “un zoquete”. Como no envilece besar la madera o el papel con la imagen de un Santo si el beso va más allá de la madera y del retrato.
Al regresar hoy a Madrid y pergeñar en el autobús estas reflexiones del día, sigue posada en mi retina la estampa de las mimosas amarilleando al borde de algunos caminos de mi tierra; resonando en mis oídos el silbo enamorado de los mirlos en la floresta ya verdeante; y sobre todo eso me persigue el buen talante de unas gentes, a las que –aún a pesar de su tierra privilegiada- no se les sube a la cabeza el humo de sus bellezas, el tono de sus valores y tradiciones o el recuerdo del oro de esas Médulas, que los Romanos –nada menos- supieron descubrir en las tierras de mi Bierzo, las cuales –a parte de haber sido mi ”natura”- se vuelven –siempre que puedo, como estos días pasados- también mi “ventura”.
Rodando con el autobús por los llanos de la Castilla majestuosa y señorial. dentro de su adusta reciedumbre, saludo a mis amigos de reflexiones para deciros esta vez, con el rótulo de las mismas: Orgullos de ser y bellezas de vivir y tocar.
Pero también, orgullo de ser católicos: claro que sí!!!. Orgullo, y sin jugar a exageraciones o melindres. Con toda verdad. O al menos con la misma con que otros jalean también sus orgullos. ¿O es que a Dios no se le acosa con mayor fuerza y con menos razón con que otros se sienten acosados?
Somos pocos y seguramente mañana seremos menos tal como se ven venir las cosas. Pero lo que somos lo hemos de hacer valer, en las calles, en el parlamento, y por supuesto en las urnas; sin excesivas gesticulaciones o alardes, pero con la fuerza y vigor de unas creencias, en las que “estamos” asentados y en las que nos sentimos razonablemente bien. Que la marca del bautismo no se conforma con menos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Por eso, el acomplejado no es una persona normal. Es más bien –creo yo- un disminuido psíquico que se debate, infeliz, en una lucha de sentimientos encontrados de amor y odio que le retrae en la afirmación de sus posibilidades y creencias. Viene a ser una suerte de esclavo voluntario, un impotente del alma. Un problema humano, en una palabra.
Hoy regreso a Madrid desde mi querido Bierzo. Confieso que es para mí una delicia estar en mis tierras bercianas. Lo da y lleva consigo el nombre que, en sí mismo, sugiere ya un sinfín de ensoñaciones asociadas a la idea o escenario de un jardín florido. Su entidad y calidad le vienen de muchas facetas, y no es la menos linda de todas la de su fisonomía vegetal, o la de ser encrucijada de caminos, o cerco de montañas, o venturas de un mini-clima benéfico o paraje natural de culturas que, al contrastarse, han ido poco a poco abonando recursos humanos de cordialidad, tolerancia y “entente”, sin excesivo esfuerzo. Son por eso sus tradiciones y sus gentes, su cultura y sus peculiaridades múltiples lo aue hacen que El Bierzo sea él mismo y no otra cosa diferente. Tal vez haya bien fundadas razones para que “los bercianos” fuéramos “nacionalistas”; aunque no lo somos, si por ello se ha de entender –como suele pasar- mirar a otros, de otros lares y otras tierras, por encima del hombro, o creerse más que nadie, o con derechos que otros no deban tener. No. No somos “nacionalistas”, salvo algún extraviado de mente que puede salir en cualquier sitio… Aunque Asturias y León fueron reinos y ensayaron democracias, antes que Cataluña fuera “condado” y otros “creídos” de la misma progenie ni eso siquiera, no nos sentimos más que nadie -quizá menos tampoco-, y nos contentamos –eso sí- con amar -como el que más- a la tierra que nos vio nacer, aunque sin por ello hacernos -ni de lejos- a la idea de que no puede o pueda haber otras como la nuestra. Que amar a nuestra bonita tierra no hace que nos volvamos memos o idiotas.
Aunque atrasada este año por mor de las “ciclogénesis explosivas” y las borrascas que no cesan, la estación andaba mostrando ya cada mañana una sorpresa primaveral: unas mimosas amarilleando provocativas a orillas de algunos caminos; mirlos silbando sin cesar y rondando a sus novias; un “coco de luz” –“rara avis” ya en estos tiempos de progreso, al igual que los ruiseñores y hasta los jilgueros- daba fe también de la primavera bajo la fina lluvia de alguna de estas tarde-noche vividas en mi pueblo hasta hoy mismo. Una semana apenas en él me ha hecho soñar en una sociedad más auténtica y menos proclive a desvanecerse, o incluso a morirse de éxitos o relumbrones nada serios y firmes… Creo por eso que no defrauda venir al pueblo alguna vez para recibir lecciones de autenticidad y equilibrio.
Fui esta vez al pueblo para bautizar al pequeño Alejandro; nieto de mis amigos Eladio y Carmen; segundo hijo de Mari Carmen y Alejandro. Alejandro-hijo me recibió con una sonrisa de ángel bailando en sus ojitos morenos.. Después mostró tener personalidad al enfadarse y llorar en serio cuando le parecía. Normal. Al fin y al cabo, recibir el bautismo es cosa de un día solemne y no, como la “teta” de la madre, que, aún siendo tan pequeño, se conoce al dedillo… Alejandro se portó bien aunque dejando nota de que no es un “pedrusco”.
Dirigí, antes del bautizo, unas palabras al niño en las personas de sus padres, padrinos, familiares y amigos.
Nicodemo –fariseo de pro-, que –aún siendo cobardica”- fue a ver a Jesús de noche, pero fue; porque vale más ir de noche que no ir y porque sentía más fuerte la llamada de la verdad que hacer farsa con lo que va dentro… Nocidemo me brindó la idea de que quien busca a la verdad y a Dios tiene siempre sobrados caminos para ir por ellos, aunque sea de noche o a contrapelo, porque en la sociedad sea más de moda fusilar a Dios o hacer añicos de la verdad. Hasta los cobardes pueden, a veces y si quieren, hallar caminos para redimirse de sus cobardías.
Jesús lo recibe –cómo no!- y, sin andarse con rodeos, va de inmediato al grano. Para ir a Dios y por tanto a la Verdad, hay que renacer, regenerarse, trascenderse y no quedarse en el “super-hombre” nihilista de Nietzsche pudiendo ser eso mismo, pero con bastante más que “nada” en las manos.
En consonancia con lo anterior, realcé con brevedad el timbre de honor que puede ser sentir y decir “el orgullo” de ser creyente y de ser católico.
Estamos al cabo de la calle de los “orgullos” de unos y de otros. “Yo soy comunista”, dice uno con orgullo; “yo soy ateo”, pregona otro compolacido; “yo soy homosexual” y se hace un festival con procesiones y todo; “yo soy fémina liberada” y el feminismo enardecido piensa en el “no va más” de la “grandeur”….
¿No es justo y necesario que un católico haga lo mismo? ¿Es que no hay mayores y más serias razones para fiarse de Dios que de cualquier otro sedicente propagandista de sus ideas o hechuras, creencias y modos de ser?
Por superar de una vez este acomplejado comportamiento de muchos católicos ahora mismo, recordé a los padres y padrinos del pequeño Alejandro que –al querer que su hijo sea bautizado-, si han de ser coherentes con esa voluntad, han de prepararle para estar en condiciones -en una sociedad como la presente, que parece tener a gala “liberarse de Dios”- de no jugar a farsante ocultando por fuera lo que se lleva dentro y haciendo bastante menos que esos otros del “orgullo”, cuando en verdad hay al menos tantas razones con en ellos para mostrarse por fuera como uno dice ser por dentro. A no ser que se transija con los complejos o se piense que es más cosa de hombres ser comunista que ser católico.
Y recordaba también, de paso, la estupenda y nada ridícula frase de Chateaubriand –en sus “Memorias de ultra-tumba”-, cuando afirma rotundo que “La religión –y Dios, por tanto- es el único poder ante el que inclinarse o ponerse de rodillas no envilece al que se inclina o arrodilla”. Inclinarse o ponerse de rodillas, por ejemplo, ante lo que representa un cura, un obispo o el mismo papa, no envilece. Aunque el representante pueda ser, o sea de hecho, “un zoquete”. Como no envilece besar la madera o el papel con la imagen de un Santo si el beso va más allá de la madera y del retrato.
Al regresar hoy a Madrid y pergeñar en el autobús estas reflexiones del día, sigue posada en mi retina la estampa de las mimosas amarilleando al borde de algunos caminos de mi tierra; resonando en mis oídos el silbo enamorado de los mirlos en la floresta ya verdeante; y sobre todo eso me persigue el buen talante de unas gentes, a las que –aún a pesar de su tierra privilegiada- no se les sube a la cabeza el humo de sus bellezas, el tono de sus valores y tradiciones o el recuerdo del oro de esas Médulas, que los Romanos –nada menos- supieron descubrir en las tierras de mi Bierzo, las cuales –a parte de haber sido mi ”natura”- se vuelven –siempre que puedo, como estos días pasados- también mi “ventura”.
Rodando con el autobús por los llanos de la Castilla majestuosa y señorial. dentro de su adusta reciedumbre, saludo a mis amigos de reflexiones para deciros esta vez, con el rótulo de las mismas: Orgullos de ser y bellezas de vivir y tocar.
Pero también, orgullo de ser católicos: claro que sí!!!. Orgullo, y sin jugar a exageraciones o melindres. Con toda verdad. O al menos con la misma con que otros jalean también sus orgullos. ¿O es que a Dios no se le acosa con mayor fuerza y con menos razón con que otros se sienten acosados?
Somos pocos y seguramente mañana seremos menos tal como se ven venir las cosas. Pero lo que somos lo hemos de hacer valer, en las calles, en el parlamento, y por supuesto en las urnas; sin excesivas gesticulaciones o alardes, pero con la fuerza y vigor de unas creencias, en las que “estamos” asentados y en las que nos sentimos razonablemente bien. Que la marca del bautismo no se conforma con menos.
SANTIAGO PANIZO ORALLO