"Perdonen que no me levante" -6-III-2018-
No son las palabras sino los hechos y las obras lo que define, magnifica o prostituye una personalidad. Así lo enseñan la psicologia racional y el sentido común.
Hoy, a las once y dos minutos del día, en el palacio de la Zarzuela, ante el rey Felipe y las más altas magistraturas de la nación, el nuevo Sr. Presidente del gobierno de España toma posesión del cargo y hace la promesa de respetar y hacer cumplir la Constitución. Estaba en su facultad prometer o jurar y ha elegido prometer tan sólo. Hasta aquí, nada que objetar.
El síntoma que aludo al abrir estas reflexiones de hoy está en otra cosa, en un detalle que me parece sintomático: por primera vez en la historia de nuestra democracia contemporánea, el Sr. Presidente dispone que, en el acto de su toma de posesión, y de su promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, fueran excluídos los símbolos religiosos católicos, la Biblia y el Crucifijo.
Respetable así mismo la decisión del Sr. Presidente, pero sintomática; y –en cuanto sintomática- digna de algunas reflexiones o quizá mejor atisbos, conjeturas o resalte de indicios. El Sr. Sánchez, por primera vez en nuestra historia, no ha querido y ha rechazado expresamente la presencia de unos concretos símbolos religiosos católicos en la mesa de su promesa. Respetable, como digo, la decisión por cuanto desde 2014 eso está previsto en el protocolo de la Casa Real para este acto; pero sintomática y, como tal, elocuente.
Si una buena parte de este pueblo aún llamado España –hasta la fecha al menos- es católica, el síntoma no es que merezca reflexiones –que por supuesto las merece-, sino también tomas de conciencia y de postura ante lo que puede venir mañana o pasado. Y es que, más de una vez, en estos pasados años, el Sr. Sánchez ha proclamado sus anhelos de denunciar los Acuerdos vigentes desde el año 1979 –enero de 1.979 concretamente- entre la Santa Sede y España. Bien es verdad que hay otros Acuerdos -en vigor ahora mismo- del Estado español con las religiones judía, musulmana y evangélica protestante; pero solamente ha venido hablando de denuinciar los Acuerdos con la I. Católica, plenamente constitucionales y acordes –puesto que son posteriores a la entrada en vigor de la constitución y nadie ha dudado, ni el tribunal constitucional, de su compatibilidad con el espíritu y la letra de nuestra vigente constitución. Esta especie de “fijación” freudiana del Sr. Presidente llama -a mí, al menos- la atención.
Es posible que el Sr. Presidente sea “laicista” y sueñe con un Estado laicista, porque laico ya lo es desde que entró en vigor la Constitución y en concreto su art. 16 sobre libertad religiosa y separación de la Iglesia y el Estado. No sólo no es el Estado español en la actualidad un Estado aconfesional, sino laico en el sentido usual de esta palabra en la nomenclatura más común ahora mismo. No es “laicista”, claro, y en ello tal vez radique el desliz –a mi ver, naturalmente- del Sr. Presidente.
Es posible que el Sr. Presidente confunda la laicidad con el laicismo, en cuyo caso tal vez debiera hacer un “master” –ahora que están de moda- para enterarse de las diferencias; eso si, advirtiendo de paso que la laicidad es una virtud tan cristiana y católica como secular, porque está en la misma constitución de la Iglesia, en ese Evangelio en el que se impone a los creyentes, como parte sustancial del mensaje cristiano, “dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. ¿No se habrá enterado aún el Sr. Presidente de que ese “crucificado”, al que expulsa de la mesa de su solemne promesa, fue el primero que, en la historia humana, impuso la separación de lo sagrado y lo profano en defensa nada menos que de la libertad de la conciencia de los hombres?
Y hasta es posible que el Sr. Presidente no haya estudiado antropología moderna para saber que la condición de “homo religiosus” en el hombre es tan predicable del mismo como la de “sapiens”, “faber”, “ludens” o “oeconomcus”. Y que hoy, por esa ciencia moderna sobre el hombre, es retrógrado pensar que la condición de “homo religiosus” sea una imposición de curas o de obispos y no un dato de neta naturaleza humana, que sólo se niega hoy, no por los que defienden que el hombre procede del mono –cosa que nadie niega ya, aunque sea creyente-, sino por los que defienden que es el mono el que viene del hombre; en regresión, claro, más que enn evolución. No hace tanto, en una revista científica de buen predicamento –Magazin Philosophie-, se alentaba esta sensacionalista teoría.
Y como ya puede ser factible todo después de este primer síntoma, harán bien los católicos españoles, a la vez que rendir homenaje del respeto debido al nuevo Sr. Presidente del gobierno de España –ya lo predicó san Pablo- (que lo es aunque no haya ganado ningunas elecciones para serlo en plenitud de verdad y de legitimidad… Harán bien los católicos españoles en tomar nota, precaverse y no dormirse. Porque –insisto- el síntoma es significativo.
Ayer cerraba mis reflexiones diciendo: “Pueblo, despierta y espabila”, para no verte ninguneado por los mismos que se llaman a sí mismos demócratas de toa la vida….
Hoy añado: Católicos, ¡alerta!. Que somos pocos y seguramente mañana seremos menos; pero lo que somos -poco, mucho o regular-, hemos de hacerlo valer; y el modo, en política, está en el voto y en las urnas… . Que si unos se pavonean con derechos, otros también los tienen con seguridad y con verdad. Y hay cosas que un católico y un cristiano, si lo son y no hacen farsa, no pueden ver y quedarse impasibles sin dar señales de vida.
Y abono estas reflexiones de hoy con otra idea: los horizontes no son buenos para la religión, y los creyentes -en esta encrucijada de posmodernidad inclemente-, si no otros derechos que tienen sin duda, como el de la libertad, debieran exigir y ejercitar alguna vez ese tan vulgar pero no siempre inútil ejercicio del vulgarmente llamado derecho al pataleo. Creo que no es mucho pedir… Este derecho no está en las declaraciones universales de los derechos humanos, al menos en forma explícita; pero está muy presente –y con buenas razones- en la historia de la humanidad. Veamos.
- “No he de callar hasta que rompa la aurora de la jusuicia”, cantaba -ya en su tiempo- el profeta Isaías (cap. 61), ante las murallas hostigadas de Sión.
-“No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. No ha de haber un espíritu valiente? Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”. Lo dijo don Francisco de Quevedo y Villegas en su famosa Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivare, en su valimiento.
Amigos. Dar señales de vida –algunas al menos- puede no ser poco cuando tantos pregonan a coro eso de que “Dios ha muerto y yo soy dios”. Y de los “dioses” que no sion ”Dios!”, líbrenos Dios.
Y cierro ya por hoy estas reflexiones con una letrilla sugerente de don Antonio Machado: “Ayer soñé que veía a Dios gritándome ¡”Alerta!”. Después era Dios quien dormía y yo le gritaba; ¡”Despierta!”. Buen pensamiento para tiempos preocupantes, sobre todo en labios de una persona como el poeta que se pasó la vida entera buscando a Dios.
Cuando los síntomas son los que son y si, como dicen por esta tierra, “los lobos pierden su lana antes que las mañas”, ¡òjo, perdiz! y, como ayer decía, “a verlas venir” pero sin que nos sorprenda su vuelo raso y a ras de tierra..
Lo dicho. Somos pocos y mlñana tal vez seremos menos; pero lo que somos -poco, mucho o regulasr- hemos de hacerlo valer; por dignidad y respeto a unas creencias, que como dice también Ortega de ellas, han de ser mäs que las puras idea que van y vienen, porque en ellas, en las creencias, “estamos”, y las ideas solo las tenemos….
Y al nuevo Sr. Presidente, el mayor respeto del mundo, pero con los ojos muy abiertos… Que los síntomas, en patología médica, son ayudas para curar las enfermedades porque alertan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Hoy, a las once y dos minutos del día, en el palacio de la Zarzuela, ante el rey Felipe y las más altas magistraturas de la nación, el nuevo Sr. Presidente del gobierno de España toma posesión del cargo y hace la promesa de respetar y hacer cumplir la Constitución. Estaba en su facultad prometer o jurar y ha elegido prometer tan sólo. Hasta aquí, nada que objetar.
El síntoma que aludo al abrir estas reflexiones de hoy está en otra cosa, en un detalle que me parece sintomático: por primera vez en la historia de nuestra democracia contemporánea, el Sr. Presidente dispone que, en el acto de su toma de posesión, y de su promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, fueran excluídos los símbolos religiosos católicos, la Biblia y el Crucifijo.
Respetable así mismo la decisión del Sr. Presidente, pero sintomática; y –en cuanto sintomática- digna de algunas reflexiones o quizá mejor atisbos, conjeturas o resalte de indicios. El Sr. Sánchez, por primera vez en nuestra historia, no ha querido y ha rechazado expresamente la presencia de unos concretos símbolos religiosos católicos en la mesa de su promesa. Respetable, como digo, la decisión por cuanto desde 2014 eso está previsto en el protocolo de la Casa Real para este acto; pero sintomática y, como tal, elocuente.
Si una buena parte de este pueblo aún llamado España –hasta la fecha al menos- es católica, el síntoma no es que merezca reflexiones –que por supuesto las merece-, sino también tomas de conciencia y de postura ante lo que puede venir mañana o pasado. Y es que, más de una vez, en estos pasados años, el Sr. Sánchez ha proclamado sus anhelos de denunciar los Acuerdos vigentes desde el año 1979 –enero de 1.979 concretamente- entre la Santa Sede y España. Bien es verdad que hay otros Acuerdos -en vigor ahora mismo- del Estado español con las religiones judía, musulmana y evangélica protestante; pero solamente ha venido hablando de denuinciar los Acuerdos con la I. Católica, plenamente constitucionales y acordes –puesto que son posteriores a la entrada en vigor de la constitución y nadie ha dudado, ni el tribunal constitucional, de su compatibilidad con el espíritu y la letra de nuestra vigente constitución. Esta especie de “fijación” freudiana del Sr. Presidente llama -a mí, al menos- la atención.
Es posible que el Sr. Presidente sea “laicista” y sueñe con un Estado laicista, porque laico ya lo es desde que entró en vigor la Constitución y en concreto su art. 16 sobre libertad religiosa y separación de la Iglesia y el Estado. No sólo no es el Estado español en la actualidad un Estado aconfesional, sino laico en el sentido usual de esta palabra en la nomenclatura más común ahora mismo. No es “laicista”, claro, y en ello tal vez radique el desliz –a mi ver, naturalmente- del Sr. Presidente.
Es posible que el Sr. Presidente confunda la laicidad con el laicismo, en cuyo caso tal vez debiera hacer un “master” –ahora que están de moda- para enterarse de las diferencias; eso si, advirtiendo de paso que la laicidad es una virtud tan cristiana y católica como secular, porque está en la misma constitución de la Iglesia, en ese Evangelio en el que se impone a los creyentes, como parte sustancial del mensaje cristiano, “dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. ¿No se habrá enterado aún el Sr. Presidente de que ese “crucificado”, al que expulsa de la mesa de su solemne promesa, fue el primero que, en la historia humana, impuso la separación de lo sagrado y lo profano en defensa nada menos que de la libertad de la conciencia de los hombres?
Y hasta es posible que el Sr. Presidente no haya estudiado antropología moderna para saber que la condición de “homo religiosus” en el hombre es tan predicable del mismo como la de “sapiens”, “faber”, “ludens” o “oeconomcus”. Y que hoy, por esa ciencia moderna sobre el hombre, es retrógrado pensar que la condición de “homo religiosus” sea una imposición de curas o de obispos y no un dato de neta naturaleza humana, que sólo se niega hoy, no por los que defienden que el hombre procede del mono –cosa que nadie niega ya, aunque sea creyente-, sino por los que defienden que es el mono el que viene del hombre; en regresión, claro, más que enn evolución. No hace tanto, en una revista científica de buen predicamento –Magazin Philosophie-, se alentaba esta sensacionalista teoría.
Y como ya puede ser factible todo después de este primer síntoma, harán bien los católicos españoles, a la vez que rendir homenaje del respeto debido al nuevo Sr. Presidente del gobierno de España –ya lo predicó san Pablo- (que lo es aunque no haya ganado ningunas elecciones para serlo en plenitud de verdad y de legitimidad… Harán bien los católicos españoles en tomar nota, precaverse y no dormirse. Porque –insisto- el síntoma es significativo.
Ayer cerraba mis reflexiones diciendo: “Pueblo, despierta y espabila”, para no verte ninguneado por los mismos que se llaman a sí mismos demócratas de toa la vida….
Hoy añado: Católicos, ¡alerta!. Que somos pocos y seguramente mañana seremos menos; pero lo que somos -poco, mucho o regular-, hemos de hacerlo valer; y el modo, en política, está en el voto y en las urnas… . Que si unos se pavonean con derechos, otros también los tienen con seguridad y con verdad. Y hay cosas que un católico y un cristiano, si lo son y no hacen farsa, no pueden ver y quedarse impasibles sin dar señales de vida.
Y abono estas reflexiones de hoy con otra idea: los horizontes no son buenos para la religión, y los creyentes -en esta encrucijada de posmodernidad inclemente-, si no otros derechos que tienen sin duda, como el de la libertad, debieran exigir y ejercitar alguna vez ese tan vulgar pero no siempre inútil ejercicio del vulgarmente llamado derecho al pataleo. Creo que no es mucho pedir… Este derecho no está en las declaraciones universales de los derechos humanos, al menos en forma explícita; pero está muy presente –y con buenas razones- en la historia de la humanidad. Veamos.
- “No he de callar hasta que rompa la aurora de la jusuicia”, cantaba -ya en su tiempo- el profeta Isaías (cap. 61), ante las murallas hostigadas de Sión.
-“No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. No ha de haber un espíritu valiente? Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”. Lo dijo don Francisco de Quevedo y Villegas en su famosa Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivare, en su valimiento.
Amigos. Dar señales de vida –algunas al menos- puede no ser poco cuando tantos pregonan a coro eso de que “Dios ha muerto y yo soy dios”. Y de los “dioses” que no sion ”Dios!”, líbrenos Dios.
Y cierro ya por hoy estas reflexiones con una letrilla sugerente de don Antonio Machado: “Ayer soñé que veía a Dios gritándome ¡”Alerta!”. Después era Dios quien dormía y yo le gritaba; ¡”Despierta!”. Buen pensamiento para tiempos preocupantes, sobre todo en labios de una persona como el poeta que se pasó la vida entera buscando a Dios.
Cuando los síntomas son los que son y si, como dicen por esta tierra, “los lobos pierden su lana antes que las mañas”, ¡òjo, perdiz! y, como ayer decía, “a verlas venir” pero sin que nos sorprenda su vuelo raso y a ras de tierra..
Lo dicho. Somos pocos y mlñana tal vez seremos menos; pero lo que somos -poco, mucho o regulasr- hemos de hacerlo valer; por dignidad y respeto a unas creencias, que como dice también Ortega de ellas, han de ser mäs que las puras idea que van y vienen, porque en ellas, en las creencias, “estamos”, y las ideas solo las tenemos….
Y al nuevo Sr. Presidente, el mayor respeto del mundo, pero con los ojos muy abiertos… Que los síntomas, en patología médica, son ayudas para curar las enfermedades porque alertan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO