DE SABLES Y BASTONES DE MANDO A MODOS HUMANOS DE AUTORIDAD -22-iv-2018-
“La piedra que desecharion los arquitectos es ahora la piedra angular”. Así lo canta el salmo 117, que -en el N. Testamento, por mano de los apóstoles- fue referido a Jesús, el “Dios hecho hombre” para evangelizar al Dios inaccesible hasta dejarlo en una extrema cercanía y proximidad. Como Él, no hay otro bajo el sol…
Los que somos de pueblo y hemos visto pastores, o lo hemos sido tal vez, de ovejas y cabras, de vacas y potros, hasta de gallinas o conejos, entendemos mejor que los de ciudad el sentido de este relato del evangelio de san Juan que la Iglesia pone este cuarto domingo de Pascua a la vista de los cristianos.
La figura del Buen Pastor entraña -en acentos agudos y modélicos- lo que debe ser un sacerdote, un cura o pastor de almas en la Iglesia de Cristo. Ahora mismo, con ese especial énfasis de viveza y actualidad que le viene poniendo el papa Francisco al insistir, como lo hace, en que los “pastores”, para ser dignos de este nombre, han de oler a “oveja”; más y mejor que a perfume, a ventanilla de oficina o a pluma de burócrata.
Los que somos de pueblo y hemos visto pastores, sabemos que hay pastores que van detrás del rebaño arreándolo, y otros que marchan al frente, dando la cara como adelantados o abanderados, marcando el paso, abriendo los caminos e invitando a transitarlos.
Todos hemos visto pastores que apalean a las ovejas para que se muevan o salgan de la modorra, y otros que las encelan con sólo ponerse a caminar ante ellas.
Hay pastores que se empeñan en ser “profesores” del rebaño y otros que sólo aspiran a ser “maestros”, si -como bien se sabe- la diferencia está en que el profesor ilustra, mientras el maestro –aunque sepa menos- “se mata” por hacer que se aprenda.
Hay buenos y malos pastores. En toda tierra los hay. En política; en religión; en las aulas; en los escenarios deportivos; y en cualquier empresa de cuidados y ayudas a los demás, donde – aunque se le llame “jefe”, “secretario de partido” o simplemente “responsable de grupo” tiene funciones de dirigir, orientar o animar, pero no de “caudillo” ni de “amo del cortijo”.
Este domingo, sin embargo, a esa letra común del “pastor”, le pone la Iglesia un acento agudo al dedicarla a los “pastores” de su grey, la de los creyentes en el “Dios hecho hombre” que vino para evangelizar al Dios insondable e infinito….. Alza un espejo a su paso, en el que va reflejado un modelo acabado: el del Buen Pastor; del que hoy dice la Iglesia en su liturgia, con evocaciones evangélicas y apostólicas, que es “piedra angular” y gozne de las puertas de entrada o salida en las “verdes praderas” de su “Buena Nueva”. Como Él, ni hay otro bajo el sol, ni otro que dé mas.
Por eso la fecha de hoy puede verse como el Día de los buenos pastores; pero también –por contraste- el de los malos. El de los “buenos”, porque en sus manos y labios como en su vida hay algo que recuerda a Dios; y el de los otros, porque en ellos hay algo también que debiera recordarlo.
Pero, de verdad, ¿hay también malos pastores en la Iglesia de Dios y de Cristo?
Asunta es una gran señora de la Mallorca profunda, que con su familia tiene las raíces en esa tierra del centro de la isla que –sin perder de vista el mar- huele a terruño y aires de la sierra de Tramontana, esa espina dorsal que parece partir en dos y sin embargo une y suelda la tierra con el mar. Asunta tiene un familiar muy próximo sacerdote, que –tras años y años de brega y pastoreo del bueno- se ve achicado ahora en una silla de ruedas con los miembros atenazados pero con la mente y el alma lúcidos, templados y serenos como un mar en calma o una tierra en sazón. El 20 de enero pasado les llamé para felicitar a Sebastián y se puso Asunta. Nos saludamos; hablamos unos momentos y ella, que –como se dice- “ve nacer la hierba- comentó sobre la marcha dos o tres cosas que, si ya entonces me hicieron pensar, hoy se reviven con el relato del “Buen Pastor”, porque vienen a cuento. Me dijo que Sebastián les decía la misa en la silla de ruedas y que esa misa le sabía bien, y mejor quizás, que otras misas de otros escenarios…. Y lo rubricó con un pensamiento que fue realmente el que me puso en vilo y hoy me lleva a sacarlo a colación. “Aún quedan –dijo rotunda- algunos “curas cafres” (sic). Va una a la iglesia en busca de Dios y lo que se encuentra es un “tío” vociferando como si para encontarse con Dios hicieran falta gritos y disparates”.
“Aún quedan algunos “curas cafres….”. ¿Lo creo? ¿No lo creo? Pensándolo bien, ¡no me lo puedo creer!. Sobre todo, si por “cafre” se entiende lo que dice el Diccionario en la 2ª de sus acepciones, “bárbaro” o “salvaje”, montaraz o asilvestrado, bruto zopenco…
Recuerdo ahora un pasaje de Rafael Sánchez Ferlosio, allá por los años cincuenta del s. XX, cuando obtuvo el Premio Nadal-1955 con su novela El Jarama -ya entonces, en esa obra, me impresionó su realismo social y su empeño por ver las cosas de “otra manera” en la España de entonces. Narra cómo “querían arrastrar a Miguel hacia el agua, pero no conseguían dominarlo y acabaron los cuatro en el río” y Paulina comenta: “Siempre tiene que ser a estilo cafre; si no es así, no les gusta”.
“Aún quedan algunos curas cafres…”. Vas a una iglesia para verte con Dios y alguna vez te sale al paso el “estilo cafre” que aleja de Dios. Que en realidad no es otra cosa que el “estilo” de los “pastores” que van detrás del rebaño “arreándolo”, con látigo y no con batuta que modula y aproxima…
Creo que Asunta tiene mucha razón. A pesar de todo -de lo llovido y tronado en los últimos tiempos, del Vaticano II y de los Papas que han luchado por darle vida real-, aún resiste y perdura algún ejemplar suelto….
De hecho, la insistencia del papa Francisco invitando a todos los pastores de la Iglesia a “oler a oveja”, ¿no se podría referir también a estos lejanos y extemporáneos residuos de la Cafrería?
“Es la piedra angular”…. No hay otro igual bajo el sol… La gente le seguía, y muchos, no porque les hubiera dado de comer o hiciera milagros, sino porque nadie hablaba como él y, además, lo hacía “con autoridad”.
Amigos. La diferencia que va de los “sables” y los “bastones del ordeno y mando” a unos “modos” racionales y justos de ejercer la “autoridad” es algo que –aún sin ser linces- entra por los ojos.
Don Julián Marías, en un capítulo de esa gran obra suya titulada “España inteligible” (Madrid, Alianza Editorial, 2014) –todo un reto para los miopes que aún dudan de que haya una España posible y que esa sea o deba ser la de su “razón histórica” y no una cuarteada, inventada o copiada a la letra de otros- marca plásticamente, por ejemplo, la diferencia entre “poder” y “autoridad”, cuando se refiere el “Tanto monta” de los reyes Isabel y Fernando. Fernando es el tipo del poder duro e hirsuto, y de hecho algunos críticos modernos lo tienen por el modelo de Maquiavelo al escribir “El principe”. Isabel, en cambio, es prototipo del poder ejercido con moderación, armonía y siempre con esa equidad que, cuando se la usa bien, sabe dar a la “justicia” humana el adorno y el buen tono, más humanos aún, del amor…
Los malos y los buenos pastores. Los que “arrean”, y los que “engatusan” e ilusioan para convencer. Los que gustan de aplastar gritando y no se contentan con menos que con “vencer” aunque a nadie se convenza, y los que, sin gritar demasiado, abonan sus creencias con la luz de la fe y lealtad a la Verdad de Dios. Los que, para ser algo, se han de hacer temer, y los que –para ser eso mismo- sólo precisan hacerse querer...
El cayado del pastor lo veo siempre, y más hoy, como batuta de director de orquesta que como látigo de domador; más como anuncio y señal de caminos en una encrucijada e indicador y modulador de ritmos suaves y asequibles, que como dictador o feriante….
Es, de todos modos, el oficio de “pastor” un reto vivo, en unos tiempos especialmente inciertos, en que el “olor a oveja” ha de significar algo más que olor a “corral” y a “cagarrutas”. No será tampoco el otro extremo del olor a funcionario, a burócrata o a profesor de filosofías o de ciencias físicas o químicas… Entre los dos polos extremos, hay algo que este Día del Buen Pastor los “pastores” deberían esforzarse por adivinar y ejercer. Ha de adivinarlo cada cual ante el espejo y la imagen de cada uno. Es lo menos para una día como este.
Hay otras ovejas. Hay lobos. El silbo y las maneras del pastor los conocen buen las ovejas. El “olor a oveja” es olor al Dios que no renunció –ni ante la sombra alargada y patética de la Cruz- a dar la vida por ellas: en su sitio, delante del rebaño; sin concesiones a las diversas “galerías” para no distraer los objetivos; hablando y escuchando; y sobre todo rezando cuando los caminos de Dios parecen borrados y sacados fuera del porvenir del hombre.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Los que somos de pueblo y hemos visto pastores, o lo hemos sido tal vez, de ovejas y cabras, de vacas y potros, hasta de gallinas o conejos, entendemos mejor que los de ciudad el sentido de este relato del evangelio de san Juan que la Iglesia pone este cuarto domingo de Pascua a la vista de los cristianos.
La figura del Buen Pastor entraña -en acentos agudos y modélicos- lo que debe ser un sacerdote, un cura o pastor de almas en la Iglesia de Cristo. Ahora mismo, con ese especial énfasis de viveza y actualidad que le viene poniendo el papa Francisco al insistir, como lo hace, en que los “pastores”, para ser dignos de este nombre, han de oler a “oveja”; más y mejor que a perfume, a ventanilla de oficina o a pluma de burócrata.
Los que somos de pueblo y hemos visto pastores, sabemos que hay pastores que van detrás del rebaño arreándolo, y otros que marchan al frente, dando la cara como adelantados o abanderados, marcando el paso, abriendo los caminos e invitando a transitarlos.
Todos hemos visto pastores que apalean a las ovejas para que se muevan o salgan de la modorra, y otros que las encelan con sólo ponerse a caminar ante ellas.
Hay pastores que se empeñan en ser “profesores” del rebaño y otros que sólo aspiran a ser “maestros”, si -como bien se sabe- la diferencia está en que el profesor ilustra, mientras el maestro –aunque sepa menos- “se mata” por hacer que se aprenda.
Hay buenos y malos pastores. En toda tierra los hay. En política; en religión; en las aulas; en los escenarios deportivos; y en cualquier empresa de cuidados y ayudas a los demás, donde – aunque se le llame “jefe”, “secretario de partido” o simplemente “responsable de grupo” tiene funciones de dirigir, orientar o animar, pero no de “caudillo” ni de “amo del cortijo”.
Este domingo, sin embargo, a esa letra común del “pastor”, le pone la Iglesia un acento agudo al dedicarla a los “pastores” de su grey, la de los creyentes en el “Dios hecho hombre” que vino para evangelizar al Dios insondable e infinito….. Alza un espejo a su paso, en el que va reflejado un modelo acabado: el del Buen Pastor; del que hoy dice la Iglesia en su liturgia, con evocaciones evangélicas y apostólicas, que es “piedra angular” y gozne de las puertas de entrada o salida en las “verdes praderas” de su “Buena Nueva”. Como Él, ni hay otro bajo el sol, ni otro que dé mas.
Por eso la fecha de hoy puede verse como el Día de los buenos pastores; pero también –por contraste- el de los malos. El de los “buenos”, porque en sus manos y labios como en su vida hay algo que recuerda a Dios; y el de los otros, porque en ellos hay algo también que debiera recordarlo.
Pero, de verdad, ¿hay también malos pastores en la Iglesia de Dios y de Cristo?
Asunta es una gran señora de la Mallorca profunda, que con su familia tiene las raíces en esa tierra del centro de la isla que –sin perder de vista el mar- huele a terruño y aires de la sierra de Tramontana, esa espina dorsal que parece partir en dos y sin embargo une y suelda la tierra con el mar. Asunta tiene un familiar muy próximo sacerdote, que –tras años y años de brega y pastoreo del bueno- se ve achicado ahora en una silla de ruedas con los miembros atenazados pero con la mente y el alma lúcidos, templados y serenos como un mar en calma o una tierra en sazón. El 20 de enero pasado les llamé para felicitar a Sebastián y se puso Asunta. Nos saludamos; hablamos unos momentos y ella, que –como se dice- “ve nacer la hierba- comentó sobre la marcha dos o tres cosas que, si ya entonces me hicieron pensar, hoy se reviven con el relato del “Buen Pastor”, porque vienen a cuento. Me dijo que Sebastián les decía la misa en la silla de ruedas y que esa misa le sabía bien, y mejor quizás, que otras misas de otros escenarios…. Y lo rubricó con un pensamiento que fue realmente el que me puso en vilo y hoy me lleva a sacarlo a colación. “Aún quedan –dijo rotunda- algunos “curas cafres” (sic). Va una a la iglesia en busca de Dios y lo que se encuentra es un “tío” vociferando como si para encontarse con Dios hicieran falta gritos y disparates”.
“Aún quedan algunos “curas cafres….”. ¿Lo creo? ¿No lo creo? Pensándolo bien, ¡no me lo puedo creer!. Sobre todo, si por “cafre” se entiende lo que dice el Diccionario en la 2ª de sus acepciones, “bárbaro” o “salvaje”, montaraz o asilvestrado, bruto zopenco…
Recuerdo ahora un pasaje de Rafael Sánchez Ferlosio, allá por los años cincuenta del s. XX, cuando obtuvo el Premio Nadal-1955 con su novela El Jarama -ya entonces, en esa obra, me impresionó su realismo social y su empeño por ver las cosas de “otra manera” en la España de entonces. Narra cómo “querían arrastrar a Miguel hacia el agua, pero no conseguían dominarlo y acabaron los cuatro en el río” y Paulina comenta: “Siempre tiene que ser a estilo cafre; si no es así, no les gusta”.
“Aún quedan algunos curas cafres…”. Vas a una iglesia para verte con Dios y alguna vez te sale al paso el “estilo cafre” que aleja de Dios. Que en realidad no es otra cosa que el “estilo” de los “pastores” que van detrás del rebaño “arreándolo”, con látigo y no con batuta que modula y aproxima…
Creo que Asunta tiene mucha razón. A pesar de todo -de lo llovido y tronado en los últimos tiempos, del Vaticano II y de los Papas que han luchado por darle vida real-, aún resiste y perdura algún ejemplar suelto….
De hecho, la insistencia del papa Francisco invitando a todos los pastores de la Iglesia a “oler a oveja”, ¿no se podría referir también a estos lejanos y extemporáneos residuos de la Cafrería?
“Es la piedra angular”…. No hay otro igual bajo el sol… La gente le seguía, y muchos, no porque les hubiera dado de comer o hiciera milagros, sino porque nadie hablaba como él y, además, lo hacía “con autoridad”.
Amigos. La diferencia que va de los “sables” y los “bastones del ordeno y mando” a unos “modos” racionales y justos de ejercer la “autoridad” es algo que –aún sin ser linces- entra por los ojos.
Don Julián Marías, en un capítulo de esa gran obra suya titulada “España inteligible” (Madrid, Alianza Editorial, 2014) –todo un reto para los miopes que aún dudan de que haya una España posible y que esa sea o deba ser la de su “razón histórica” y no una cuarteada, inventada o copiada a la letra de otros- marca plásticamente, por ejemplo, la diferencia entre “poder” y “autoridad”, cuando se refiere el “Tanto monta” de los reyes Isabel y Fernando. Fernando es el tipo del poder duro e hirsuto, y de hecho algunos críticos modernos lo tienen por el modelo de Maquiavelo al escribir “El principe”. Isabel, en cambio, es prototipo del poder ejercido con moderación, armonía y siempre con esa equidad que, cuando se la usa bien, sabe dar a la “justicia” humana el adorno y el buen tono, más humanos aún, del amor…
Los malos y los buenos pastores. Los que “arrean”, y los que “engatusan” e ilusioan para convencer. Los que gustan de aplastar gritando y no se contentan con menos que con “vencer” aunque a nadie se convenza, y los que, sin gritar demasiado, abonan sus creencias con la luz de la fe y lealtad a la Verdad de Dios. Los que, para ser algo, se han de hacer temer, y los que –para ser eso mismo- sólo precisan hacerse querer...
El cayado del pastor lo veo siempre, y más hoy, como batuta de director de orquesta que como látigo de domador; más como anuncio y señal de caminos en una encrucijada e indicador y modulador de ritmos suaves y asequibles, que como dictador o feriante….
Es, de todos modos, el oficio de “pastor” un reto vivo, en unos tiempos especialmente inciertos, en que el “olor a oveja” ha de significar algo más que olor a “corral” y a “cagarrutas”. No será tampoco el otro extremo del olor a funcionario, a burócrata o a profesor de filosofías o de ciencias físicas o químicas… Entre los dos polos extremos, hay algo que este Día del Buen Pastor los “pastores” deberían esforzarse por adivinar y ejercer. Ha de adivinarlo cada cual ante el espejo y la imagen de cada uno. Es lo menos para una día como este.
Hay otras ovejas. Hay lobos. El silbo y las maneras del pastor los conocen buen las ovejas. El “olor a oveja” es olor al Dios que no renunció –ni ante la sombra alargada y patética de la Cruz- a dar la vida por ellas: en su sitio, delante del rebaño; sin concesiones a las diversas “galerías” para no distraer los objetivos; hablando y escuchando; y sobre todo rezando cuando los caminos de Dios parecen borrados y sacados fuera del porvenir del hombre.
SANTIAGO PANIZO ORALLO