LAs leccionwes de los "maestros" (9-IV-2018)

Lo nuevo, amigos, no siempre resulta ser lo mejor. Y hasta puede suceder que “lo viejo” se precise para servir de pedestal y tonificar “las novedadeds”. Parece “de cajón” aunque muchos –o bastantes- se resistan a reconocerlo.
Permitidme –hoy- unas pocas reflexiones a dicho respecto.

Esa expresión de referencia a unas leyes primordiales -“las leyes no escritas de los dioses”-,- que ya los viejos vates o maestros de la Antigüedad clásica se cuidaron de contrastar con las “leyes” de los hombres –y más si los que dictan esas leyes tienen madera y hechuras de tiranos-, tiene valor fundante de sociedades justas, estables y respetuosas con los derechos más radicales del hombre. La Antígona, por ejemplo, que en la tragedia del mismo nombre, de Sófocles, tiene el valor de echar en cara a su tío, el tirano Creonte, de Tebas, su impiedad y acoso a la conciencia del hombre, es parte de esa pléyade de los “maestros” del bien pensar,, a los que –en esta hora decreciente de la sociedad y de los valores perennes- son considerados poco menos que “fósiles” dignos casi sólo de figurar entre las piezas de los museos de cera o de antigüedades, para curiosidad de visitantes o turistas.

Presiento yo –a la vista de tanto desdén- que una sociedad que desdeña esas lecciones magistrales de esos viejos maestros del pensamiento universal corre riesgos vehementes de inestabilidad y flojera, por falta de raíces o por superficialidad de sus engarces con la auténtica realidad de las cosas. Ocurrirá que, al menor soplo de viento, el peligro de venirse al suelo crezca en la misma proporción en que decrecen sus posibilidades de vivir erecto.

Claro que es tan sólo un punto de vista, el mío. Pero sigo creyendo que las recetas fáciles de los que no se procuran ni quieren procurarse un momento para pensar en ellas ni en los fines últimos a que ellas han de ser ofrecidas, en su misma fácil textura, pierden todo asomo de solidez y solvencia s proyectivas. Sigo, a pesar de todo, creyendo que la única solución posible para esta sociedad o mundo que se derrumban y hacen agua por los cuatro costados no está en moralinas ingeniosas o agudas, placenteras o románticas, sino en mirarse cada cual por dentro y –puestos al espejo que ofrecen a diario los vendedores de baratijas de esta “modernidad líquida y gaseosa” - respetuosamente darles las gracias pero declinar su oferta para recibir lecciones sobre todo de los maestros del saber que no pasa de moda por mucho que progrese la humanidad.

Y, puestos a elegir maestros del bien saber, entre los mejores, si no el mejor, está sin duda el Evangelio. El Jesús que vino para evangelizar a Dios se las tuvo firmes con aquella “élite” formada por los sacerdotes, los fariseos y los “creídos” del pueblo judío, mucho más enfatizados en sus “postureos” y “privilegios” que en llamar a las cosas por su verdadero nombre o en hacer los debidos honores a la verdad, a la justicia y a la libertad.

El papa Francisco -rotundamente empeñado como está en poner a la Iglesia en hora con el mundo, y empeñado en recorrer para ello hasta su final los caminos del Vaticano II- lleva tiempo con la mirada fija en la juventud actual. En ella está –y seguro que acierta- el futuro y no tanto el presente no el pasado. El Papa la desea viva y, más que viva, comprometida con el proyecto, lleno de humanidad, de trascenderse a sí misma, si en la tierra ha de haber –mañana y pasado mañana- más hombres y mujeres de razón y corazón que rebaños de autómatas, o seres robotizados, enjaulados o petrificados.
Una de las últimas invitaciones del Papa a los jóvenes de nuestro tiempo ha sido esta: “Procurad no perder las raíces”. Sin raíces –les hubiera podido añadir- no se puede concebir la vida; o esto otro: sin raíces, el hombre y la mujer tendrán mucho más de veletas que de seres racionales y en consecuencia libres.
Y se sabe de sobra que, para no ser veletas, las lecciones de los “maestros” del bien pensar se vuelven indispensables. Este “máster”, amigos, de saber pensar, razonar y valorar nos lo quieren también falsificar. Y es que puede que sea esta, la de falsificar los “master”, otra de las claves del tiempo presente. En todo caso, sería una clave de un futuro del hombre, pero “sin raíces”. Y eso, quedarse “sin raíces”, equivale a quedarse en “nada”.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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