Al son de la moción de censura - Atisbos a bote pronto 2-VI-2018

Me pregunta un amigo –Jesús se llama este amigo, ingeniero industrial y buen zahorí de aguas subterráneas- cómo veo –a pocas horas de producirse- la defenestración de Rajoy y el encumbramiento de Pedro Sánchez por mor de la –exitosa esta vez- moción de censura, orquestada –en “manada”- contra el PP a partir de una frase -no sabría decir si desafortunada, inoportuna o improcedente procesalmente hablando- de la reciente sentencia dictada en el caso Gurtel. Me pregunta y le respondo que con deportividad me lo estaba tomando.
Me pregunta también cómo estaba tomando la otra sorpresa de los días, la dimisión del entrenador del Real Madrid, Zidane, y le respondo lo mismo: con deportividad igualmente me lo tomo.

Al decir “con deportividad”, quiero decir con calma, sin aspavientos, con cierto gracejo incluso, sin perder el sueño ni las ganas de comer y en disposición psicológica de ”a verlas venir”. O, como dice mi sobrino Gelín cuando jugamos al tute, en actitud espectante, de “oro baio y a esperar”. “A verlas venir” sobre todo, porque en los dos casos –el del nuevo presidente y el del maduro entrenador- hay trastienda, y el futuro, más pronto que tarde, despegará las telarañas que causan ahora mismo asombros, incertidumbres y hasta incredulidad en gentes de buen sentido y mejores luces.

Pero como de reflexionar se trata y de leer las entretelas de los “hechos” –siempre digo que “los hechos hablan” a quienes los interpelan con objetividad y con respeto y ambas cosas las procuro siempre que los miro-, esta deportividad de que hablo no me lo va a impedir en este trance, sin duda histórico, desconcertante y lamentable para muchos y posiblemente dramático –otra vez el drama salpicando la historia patria- de nuestras pertinaces “dos Españas”, una mitad maldición y la otra mitad, ganancia de “pescadores a río revuelto”.

No quedarse “pasmaos” e “insensibles” ante “la política” de tu país y decidirse a meterse algo en ella no es descaro, sino riguroso deber cívico.
Ortega y Gasset –lo saben bien mis amigos y conocidos- es uno de mis mentores o guías por los caminos –no siempre fáciles y abiertos- del pensamiento lógico y del no ceder nunca ante la farsa o el “cuento chino”. Y cuando se trata de sus temas favoritos –el de la política y los políticos es uno de ellos-, procuro no dejar de mentarle. Porque sus ideas lo merecen y además me van bien. Por eso, y aunque peque de reiterativo, ante los hechos de hoy, no me privo de ofrecer a mis amigos -y a quien me quiera leer sin gafas de aumento ni pre-juicios de villano- unas frases suyas que van con los primeros compases de El Espectador y que pueden servir de ayuda a los que -aunque preocupados, porque la cosa no es para menos- se deciden, a pesar de todo, a mirar con deportividad y en positivo el momento presente.
Dice Ortega al caro, lejano e ignoto amigo, que le reprochaba quedarse en mero espectador en medio de las refriegas, varias cosas interesantes, hoy como ayer, sobre el quehacer político. E insisto: aunque ya en otras ocasiones las he mentado, ahora que vienen como anillo al dedo, no me siento mal volviéndome a ellas. Tomemos nota.
Escribía Ortega por febrero-marzo de 1916 y aunque, desde entonces, haya llovido mucho, secundado por sequías pertinaces, en esta “piel de toro” no han cambiado tanto las cosas como para ver en Ortega un habitante de otra galaxia. Casi todo lo que dice es tan actual ahora como hace un siglo. Es lo que tienen los clásicos en algo. Y en política, Ortega –socialista y de los de pro- lo fue con su ciencia mayestática y con sus andares y quehaceres en la política de su tiempo, que fueron los de la 2ª república nada menos.
“La vida española nos obliga, lo queramos a no, a la acción política. El inmediato porvenir, tiempo de sociales hervores, nos forzará a ello no mayor violencia. Precisamente por eso, yo necesito acotar una parte de mí mismo para la contemplación. Y eso que me acontece, acontece a muchos…”
“Desde hace medio siglo –y nos metemos en pleno siglo XIX-, en España y fuera de España, la política, es decir, la supeditación de la teoría a la utilidad- ha invadido por completo el espíritu. La expresión extrema de ello puede hallarse en esa filosofía pragmática que descubre la esencia de la verdad, de lo teórico por excelencia, en lo práctico, en lo útil. De esta suerte, queda reducido el pensamiento a la operación de buscar buenos medios para los fines, sin preocuparse de éstos. He aeuí el pensar utilitario”… “La pasada centuria se ha afanado harto exclusivamente en allegar instrumentos: ha sido una cultura de medios…”, mucho más que de fines y de metas.
“Situada en su rango de actividad espiritual secundaria, la política o el pensamiento de lo útil es una saludable fuerza de la que no podemos prescindir. Si se me invita a escoger entre el comerciante y el bohemio, me quedo sin ninguno de los dos. Mas cuando la polítrica se entroniza en las conciencias y preside toda nuestra vida mental, se convierte en un morbo gravísimo. Y la razón es clara. Mientras tomemos lo útil como útil nada hay que objetar. Pero si esta preocupación por lo útil llega a constituir el hábito central de nuestra personalidad, cuando se trate de buscar lo verdadero, tenderemos a confundirlo con lo útil. Y esto, hacer de la utilidad la verdad, es la definición de la mentira. El imperio de la polìtica es, pues, el imperio de la mentira”.

¿No os parece, amigos, que recordar –ahora, en este trance a todas luces “expectante” de nuestra historia contemporánea- unas aseveraciones tan luminosas como rotundas de un tal José Ortega y Gasset puede servir de acicate para mirar lo de hoy con deportividad, en el sentido indicado?.
Porque así lo creo, así os lo digo. Sin rebozo y con buen animo, por si las negras conjeturas del caso aún pudieran tener reverso de alegres previsiones.

Por estas razones y animado por ellas, no me voy a privar hoy, en una primera entrega y a bote pronto, de soltar unas cuantas reflexiones, en atisbos solamente, al aire de la defenestración de Rajoy y el encumbramiento subitáneo de don Pedro Sánchez; sin elecciones democráticas, que es como deben subir al Poder los gestores del “pueblo soberano” -no se olvide que, en democracia, hay veces que lo legal, por muy legal que sea, y la moción de censura lo es, se topa de frente con lo limpiamente democrático-; y con la “santa compaña” -ah, lo de la “santa compaña” qué cerca tiene lo de las “malas meigas”!- de sus muy dudosos compañeros de viaje; sin que alivie mucho en este caso lo de Fraga en sus tiempos: que la política hace a veces extraños compañeros de cama. No parece normal –al menos, a mí no me lo parece- subir al Poder a hombros de rufianes, de racistas, de provocadores o de felones comerciantes de bicocas y de cupos, de populismos de chalet y “escraches”, sin abonarse gratis a hipotecas insufribles o a chantajes demoledores. Perversa es toda esclavitud, pero mucho peor es la esclavitud voluntaria. Y -si no- que se lo pregunte el Sr. Sánchez a Etienne de la Boëtie, leyendo –hay edición en castellano si quiere ahorrarse buscar la edición francesa- su interesante Tratado sobre estas clases de esclavitud. Es aleccionador y no tiene desperdicio. ¡Palabra!!!

¿ALgunas de mis reflexiones y atisbos?
Hoy solamente algunos. Otro día, más.

-Hoy es un día para la Historia. Lo estoy oyendo decir a casi todos. Lo que pasa es que esta es una historia que aún no se ha escrito, porque no está hecha, y los hechos que la han de hacer van a ir viniendo más pronto que tarde para darle cuerpo, color y tonos. Sus hechos los veremos sin tardar, seguramente.
-¿Será de fiar el hombre que ahora promete consenso a raudales cuando ha pasado años siendo el hombre del “no es no y siempre lo será”?
-¿Será leal quien pide ahora lealtad sin medida a quienes él se la ha dado a cuentagotas, con reticencias y poniendo palos en las ruedas de la carreta? ¿Quién puso frenos, por ejemplo, a la aplicación del art. 155 de la Constitución?

Mi amigo Jesús –después de hablar un rato de esto y de otras cosas (de nuestras aficiones comunes concretamente)- me pone en el brete de un reto que acepto. Verás -me dice- lo poco o nada que va a tardar Pedro Sánchez en convocar elecciones, dando -como debe ser en buena democracia- la palabra al pueblo en situaciones como esta. Ni de “coña”, le contesté. Ni lo pienses. Te apuesto una comida de “garbanzos con callos” en Trabadelo, y con café, copa y puro –aunque no seamos fumadores ni tú ni yo- a que no veremos caer esa breva. Él aceptó la apuesta y yo, el reto. ¡Ojalá me equivoque y el nuevo Sr. Presidente del gobierno de España se decida a llamar a la democracia por su propio nombre y no con seudónimos.
Por lo pronto, hoy mismo está repitiendo su cantinela de que “España es una nación de naciones” y el baile con las hipotecas está programado y a punto.

De todos odos y en aras de la deportividad, como dice mi sobrino cuando jugamos juntos al tute: “Oro bajo y a esperar”
Deportividad. A verlas venir. Y a la espera –¿será posible?- de perder la apuesta con mi amigo y comerme los “callos con garbanzos” pagados de mi bolsillo. Ojalá me equivoque en los cálculos, aunque tengo pocas esperanzas. Prometo que los 15 euros del menú los pagaría con sumo gusto.
Más bien se verán venir otras cosas antes que las elecciones….. Pero he de callarme ya para no traicionar la deportividad con que estoy encarando –o, al menos, lo intento- esta hora incierta –de las más- de nuestra moderrna historia democrática.
Y me voy -para cerrar ya estas reflexiones de hoy- a mi poeta moderno favorito, a mi querido don A. Machado en esa letrilla en la que parece esperar contra la esperanza, pero que da confianza hasta en medio de las tormentas o en las noches cerradas: “Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste; cuando se digna usar de la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones, amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras…”.

Y en éstas, sólo cabe pedir: “Pueblo, despierta”, para que no te ocurra lo que ya Quevedo pronosticara en el cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna con seso: que a pueblo necio e ignorarte, ganancia de los tiranos. Por precaución o tal vez por supervivencia, con deportividad también porque la deportividad no está reñida con las verdades, anoto esta idea para cerrar.

SANTIAGO PANIZO ORALLO
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