El niño y el Papa... La fe del ateo... Travesuras y bromas de Dios -24-IV-2019-
El niño y el Papa… La fe del ateo… Travesuras y bromas de Dios.
¿Quién puede escrutar el corazón del hombre con mayor acierto y verdad que el Dios que está en el hombre? Esta idea –primaria en una antropología que vea en el hombre algo más que “nada”- es bíblica; salta cada dos por tres en los salmos y en los profetas… Y es que “el misterio del hombre hasta para sí mismo” es es “de libro” y el “ansia de Absoluto” que –se quiera o no reconocer- todos llevamos dentro- juega “malas pasadas” a muchos que alardean de ser “ateos” o simplemente se recrean en llamarse ateos. Hay ateos, claro que sí, pero –en mi opinión- bastantes menos de los que van por la vida mostrando credenciales de ateismo…
Hace dos días o tres, las ondas dieron la noticia. Un niño –en una recepción concedida a los “pequeños”- se dirige al Papa y, llorando, le confía una inquietud que le llena el alma.
El niño es italiano y se llama Enmanuele y el Papa se llama Francisco. Y entre ambos se teje una conversación entrañable y cercana.
El niño le dice su pequeño/gran problema. Entre lágrimas, le hace un relato breve y una pregunta que, en estos tiempos, sonaría a tonta o ridícula de no haber salido de los labios de un niño. “Mi padre era un ateo, aunque mandó que nosotros, sus 4 hijos, fuéramos bautizados… Mi padre ha muerto”. El relato del niño se corta y la pregunta salta. “Mi papá ¿está en el infierno?
El Papa le sonríe y le dice: Mira, niño, Dios es bueno; seguramente, el buen Dios estará orgulloso de tu papá, porque es más fácil bautizar a un hijo cuando se tiene fe que hacerlo cuando se carece de fe. Y tu padre hizo que fueran bautizados sus cuatro hijos siendo ateo. Así fue en esencia la respuesta del Papa al niño.
No se dijo, o no tomé nota, de la reacción del niño ante la respuesta del papa Francisco. Presumo que las lágrimas que llenaban sus ojos cuando le hizo la pregunta se volverían sonrisa de toda su ser al escuchar esa contestación.
Y no hizo el Papa –creo yo-, al responderle así, la simple obra de amor de consolar al triste; hizo más que eso: una obra de justicia. Y, si no de justicia pura, de equidad al menos. ¿Quién puede ver el fondo mismo del hombre con mayor verdad que Dios que está en el hombre, y que conoce, por eso, mejor que uno mismo, la razones de corazón y del alma, y que no siempre son lo que muestran las palabras o denotan los gestos, tantas veces hechos “para la galería”, o por intereses, o por los mil y un azares que pueden hacer de las apariencias de un ser humano una “falsilla” de lo que es en verdad?..
La moraleja es clara. No nos adelantemos a los juicios de Dios y recordemos la finura de esa idea –tan manoseda pero tan cierta- de que “Dios escribe recto hasta con línea torcidas”. El Papa no le daba un caramelo al niño para que dejase de llorar; le respondió a las razones del teve relato del pequeño: es más fá cil, y menos meritoria por tanto, la decisión de bautizar al hijo de un padre creyente que la de otro que no tiene fe y se profesa ateo. Y en recta justicia los matices, el más y el menios, cuentan…
Pero este asombroso diálogo del niño y el Papa, con esa recámara de la “fe del ateo” en el fondo, me llevó al recuerdo de uno de mis buenos amigos de vida. La bala de uno asesino de Eta se la llevó, una mañana de comienzos de febrero y a plena luz del día en una calle céntrica de la ciudad, cuando dejaba su despacho de abogado para irse a comer con su mujer y sus hijos en su casa, en el Monte Igueldo de San Sebastián. Pero esto fue aquel día fatal…
Aquel otro día… Era por los años 60 del siglo pasado. Era la mredia tarde y en el Salón de actos de la Caja de Ahioroos Municipal de San Sebastián, en la calle Guetaria, de la capital guuipuzcoana, se celebraba uno de aquellos debates de moda en aquella época: divorcio sí o divorcio no. No había divorcio en España, pero se veía venir, lenta pero inexorablemente. Y se hablaba de ello y se razonaba sobre ello. Yo era moderador de aquel debate.
En un momento dado, del medio de los bancos de oyentes, Fernando se levanta y, con su estirpe judía en las manos, saca a relucir el “repudio” de la mujer acordado por Dios con su priopìo pueblo elegido… Y en la líneas de su discurso, Fernando dijo que maldecía el día en que sus padres le hicieron bautizar…
Fernando -le dije pausado cuando esperaba en pié mi respuesta-, me asombra que me digas que maldices el día en que tus padres te llevaron a bautizar, tu te casaste por la Iglesia; llevaste a bautizar a tus tres hijos; recibieron con tu “placet” la primera comunión y los tienes estuidiamndo en el colegio de los Marianistas…. Iba diciendo que sí a todo, y –llegados a este punto- se sentó de golpe y se tapó la cara con las manos mientras la gente se reía, alguns apolaudía y los más se limitaban a sonreír…. A la mañana siguiente, Fernando fue a verme al despacho de la calle de Fuenterrabía para decirme¨”Sólo a mí se me ocurre envizcarte cuando me conoces tan bien como la madre que me parió….”. Efectivamente, más de una vez le había dicho, cuando alardeaba de agóstoco o más, esta frase: Fernando, convéncete de que eres tan católico o más que yo.
Más tarde, cuando aún no había nacido el primero de sus nietos, me llamó para pedirme que me prestara a bautizarlo… Cuando yo, ante su mujer, le quise bromear con su “cacareado” agnosticismo, se me puso serio y me replicó pidiendo que no le tomara el pelo y que le dijera si me prestaba a ir desde Madrid a Donosti para bautizar a su futuro nieto. Pero lo de aquel bautismo es otra cosa de la que algún dìa –si Dios quiere- hablaré…
Fernando Múgica Herzog –de estirpe judía, noble donde los haya, socialista y gran amigo-, cuando al llevarme a casa, tras el bautizo y la comida en Txomin, me dijo que “estaba en la nube”, me estaba dando su despedida; dos días más tarde la bala del asesino de Eta puso fin a su vida.
Las vivencias tan expresivas de ayer y esta otra vivencia no menos expresiva del niño y el Papa me parecen caras distintas de una misma verdad. Lo que quiere decir que “la fe del ateo” –aunque suene a paradoja- puede no ser un absurdo.
Hace bastantes años ya, leí la impresionante novela-relato de José Mª Gironella Los cipreses creen en Dios. No es cosa de reproducir su argumento; para muchos de nosotros fue en aquel momento, quizá el más patético dd nuestra historia moderna, en aquella fractura cívica, un revulsivo ante el horror que los hombres podemos desatar cuando nos miramos uinos a otros como enemigos y no como semejantes. Pero dejemos estar el argumento y sólo rememoremos el título al aire de estas reflexiones de hoy. Si los cipreses de los cementerios “creen en Dios” como reza el título, y si el ser humano es algo más que un ciprés, ¿no sed puede suponer en todo hombre la misma capacidad de los cipreses?
Y para cerrar un tema como este, vidrioso, paradójico, misterioso dentro dekl gran misterio del hombre, cuelgo en el aire de mi reflexión esta sola pregunta. ¿Alquien puede afirmar que un padre, que se proclama ateo pero quiere y pide que sus cuatro hijos sean bautizados, ha de ser verdaderamente ateo?
Siempre que saltan a la palestra temas así, yo me vuelvo al desconcertante Evangelio y a la proclama de Jesús cuando asegura –hablaba a fariseos y demás– que “los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”. O lo otro del “no el que se mata a decir, Señor, Señor, entrará en el reino sino el que hace la voluntad de Dios….
No creo –lo digo con frecuencia- en los ateos de verdad. Creo en los “ateos de conveniencia” o de postureo o de resentimiento y docta ignorancia. Y mi expleriencia con “ateos” que se lo llaman a sí mismos, por lucir esta medalla de progresía, me da razones para pensar así. La última que tuve discurrió así. Yo soy ateo, me dijo. Pues allá tú, le respondí. Tú te lo pierdes. No me importam replicó. Estoy contento de ser ateo. Ya se sabe que “sarna con gusto no pica”, le dije medio en broma, medio en serio. Y nos pusimos a hablar de lo mal que va el Real Madrid, en la Liga, este año. Me reconforta un tanto lo que se dice de Buñuel cuando –al que le preguntaba por su religión- le contestó que él era “ateo por mla gracia de Dios”.
Pero, fuera bromas con estas cosas y volvamos a a lo del niño y el Papa: Mira, niño, Dios es bueno. Y el buen Dios no deja de apreciar lo de tu padre: es más fácil bautizar a un hijo cuando se tiene fe que hacerlo cuando se carece de fe…. Y Dios, además de bueno, es justo o quizá es justo porque es inmensamente bueno.
Consolémonos de todos modos con la célebre idea de Harold Bloom con la que asegura que, a los humanos, por razones de lógica elemental, nos falta vocabulario para encararnos con lo divino.
Por eso, me encanta la contestación del papa Francisco al niño… Seguro que el niño le entendió perfectamente.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
¿Quién puede escrutar el corazón del hombre con mayor acierto y verdad que el Dios que está en el hombre? Esta idea –primaria en una antropología que vea en el hombre algo más que “nada”- es bíblica; salta cada dos por tres en los salmos y en los profetas… Y es que “el misterio del hombre hasta para sí mismo” es es “de libro” y el “ansia de Absoluto” que –se quiera o no reconocer- todos llevamos dentro- juega “malas pasadas” a muchos que alardean de ser “ateos” o simplemente se recrean en llamarse ateos. Hay ateos, claro que sí, pero –en mi opinión- bastantes menos de los que van por la vida mostrando credenciales de ateismo…
Hace dos días o tres, las ondas dieron la noticia. Un niño –en una recepción concedida a los “pequeños”- se dirige al Papa y, llorando, le confía una inquietud que le llena el alma.
El niño es italiano y se llama Enmanuele y el Papa se llama Francisco. Y entre ambos se teje una conversación entrañable y cercana.
El niño le dice su pequeño/gran problema. Entre lágrimas, le hace un relato breve y una pregunta que, en estos tiempos, sonaría a tonta o ridícula de no haber salido de los labios de un niño. “Mi padre era un ateo, aunque mandó que nosotros, sus 4 hijos, fuéramos bautizados… Mi padre ha muerto”. El relato del niño se corta y la pregunta salta. “Mi papá ¿está en el infierno?
El Papa le sonríe y le dice: Mira, niño, Dios es bueno; seguramente, el buen Dios estará orgulloso de tu papá, porque es más fácil bautizar a un hijo cuando se tiene fe que hacerlo cuando se carece de fe. Y tu padre hizo que fueran bautizados sus cuatro hijos siendo ateo. Así fue en esencia la respuesta del Papa al niño.
No se dijo, o no tomé nota, de la reacción del niño ante la respuesta del papa Francisco. Presumo que las lágrimas que llenaban sus ojos cuando le hizo la pregunta se volverían sonrisa de toda su ser al escuchar esa contestación.
Y no hizo el Papa –creo yo-, al responderle así, la simple obra de amor de consolar al triste; hizo más que eso: una obra de justicia. Y, si no de justicia pura, de equidad al menos. ¿Quién puede ver el fondo mismo del hombre con mayor verdad que Dios que está en el hombre, y que conoce, por eso, mejor que uno mismo, la razones de corazón y del alma, y que no siempre son lo que muestran las palabras o denotan los gestos, tantas veces hechos “para la galería”, o por intereses, o por los mil y un azares que pueden hacer de las apariencias de un ser humano una “falsilla” de lo que es en verdad?..
La moraleja es clara. No nos adelantemos a los juicios de Dios y recordemos la finura de esa idea –tan manoseda pero tan cierta- de que “Dios escribe recto hasta con línea torcidas”. El Papa no le daba un caramelo al niño para que dejase de llorar; le respondió a las razones del teve relato del pequeño: es más fá cil, y menos meritoria por tanto, la decisión de bautizar al hijo de un padre creyente que la de otro que no tiene fe y se profesa ateo. Y en recta justicia los matices, el más y el menios, cuentan…
Pero este asombroso diálogo del niño y el Papa, con esa recámara de la “fe del ateo” en el fondo, me llevó al recuerdo de uno de mis buenos amigos de vida. La bala de uno asesino de Eta se la llevó, una mañana de comienzos de febrero y a plena luz del día en una calle céntrica de la ciudad, cuando dejaba su despacho de abogado para irse a comer con su mujer y sus hijos en su casa, en el Monte Igueldo de San Sebastián. Pero esto fue aquel día fatal…
Aquel otro día… Era por los años 60 del siglo pasado. Era la mredia tarde y en el Salón de actos de la Caja de Ahioroos Municipal de San Sebastián, en la calle Guetaria, de la capital guuipuzcoana, se celebraba uno de aquellos debates de moda en aquella época: divorcio sí o divorcio no. No había divorcio en España, pero se veía venir, lenta pero inexorablemente. Y se hablaba de ello y se razonaba sobre ello. Yo era moderador de aquel debate.
En un momento dado, del medio de los bancos de oyentes, Fernando se levanta y, con su estirpe judía en las manos, saca a relucir el “repudio” de la mujer acordado por Dios con su priopìo pueblo elegido… Y en la líneas de su discurso, Fernando dijo que maldecía el día en que sus padres le hicieron bautizar…
Fernando -le dije pausado cuando esperaba en pié mi respuesta-, me asombra que me digas que maldices el día en que tus padres te llevaron a bautizar, tu te casaste por la Iglesia; llevaste a bautizar a tus tres hijos; recibieron con tu “placet” la primera comunión y los tienes estuidiamndo en el colegio de los Marianistas…. Iba diciendo que sí a todo, y –llegados a este punto- se sentó de golpe y se tapó la cara con las manos mientras la gente se reía, alguns apolaudía y los más se limitaban a sonreír…. A la mañana siguiente, Fernando fue a verme al despacho de la calle de Fuenterrabía para decirme¨”Sólo a mí se me ocurre envizcarte cuando me conoces tan bien como la madre que me parió….”. Efectivamente, más de una vez le había dicho, cuando alardeaba de agóstoco o más, esta frase: Fernando, convéncete de que eres tan católico o más que yo.
Más tarde, cuando aún no había nacido el primero de sus nietos, me llamó para pedirme que me prestara a bautizarlo… Cuando yo, ante su mujer, le quise bromear con su “cacareado” agnosticismo, se me puso serio y me replicó pidiendo que no le tomara el pelo y que le dijera si me prestaba a ir desde Madrid a Donosti para bautizar a su futuro nieto. Pero lo de aquel bautismo es otra cosa de la que algún dìa –si Dios quiere- hablaré…
Fernando Múgica Herzog –de estirpe judía, noble donde los haya, socialista y gran amigo-, cuando al llevarme a casa, tras el bautizo y la comida en Txomin, me dijo que “estaba en la nube”, me estaba dando su despedida; dos días más tarde la bala del asesino de Eta puso fin a su vida.
Las vivencias tan expresivas de ayer y esta otra vivencia no menos expresiva del niño y el Papa me parecen caras distintas de una misma verdad. Lo que quiere decir que “la fe del ateo” –aunque suene a paradoja- puede no ser un absurdo.
Hace bastantes años ya, leí la impresionante novela-relato de José Mª Gironella Los cipreses creen en Dios. No es cosa de reproducir su argumento; para muchos de nosotros fue en aquel momento, quizá el más patético dd nuestra historia moderna, en aquella fractura cívica, un revulsivo ante el horror que los hombres podemos desatar cuando nos miramos uinos a otros como enemigos y no como semejantes. Pero dejemos estar el argumento y sólo rememoremos el título al aire de estas reflexiones de hoy. Si los cipreses de los cementerios “creen en Dios” como reza el título, y si el ser humano es algo más que un ciprés, ¿no sed puede suponer en todo hombre la misma capacidad de los cipreses?
Y para cerrar un tema como este, vidrioso, paradójico, misterioso dentro dekl gran misterio del hombre, cuelgo en el aire de mi reflexión esta sola pregunta. ¿Alquien puede afirmar que un padre, que se proclama ateo pero quiere y pide que sus cuatro hijos sean bautizados, ha de ser verdaderamente ateo?
Siempre que saltan a la palestra temas así, yo me vuelvo al desconcertante Evangelio y a la proclama de Jesús cuando asegura –hablaba a fariseos y demás– que “los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”. O lo otro del “no el que se mata a decir, Señor, Señor, entrará en el reino sino el que hace la voluntad de Dios….
No creo –lo digo con frecuencia- en los ateos de verdad. Creo en los “ateos de conveniencia” o de postureo o de resentimiento y docta ignorancia. Y mi expleriencia con “ateos” que se lo llaman a sí mismos, por lucir esta medalla de progresía, me da razones para pensar así. La última que tuve discurrió así. Yo soy ateo, me dijo. Pues allá tú, le respondí. Tú te lo pierdes. No me importam replicó. Estoy contento de ser ateo. Ya se sabe que “sarna con gusto no pica”, le dije medio en broma, medio en serio. Y nos pusimos a hablar de lo mal que va el Real Madrid, en la Liga, este año. Me reconforta un tanto lo que se dice de Buñuel cuando –al que le preguntaba por su religión- le contestó que él era “ateo por mla gracia de Dios”.
Pero, fuera bromas con estas cosas y volvamos a a lo del niño y el Papa: Mira, niño, Dios es bueno. Y el buen Dios no deja de apreciar lo de tu padre: es más fácil bautizar a un hijo cuando se tiene fe que hacerlo cuando se carece de fe…. Y Dios, además de bueno, es justo o quizá es justo porque es inmensamente bueno.
Consolémonos de todos modos con la célebre idea de Harold Bloom con la que asegura que, a los humanos, por razones de lógica elemental, nos falta vocabulario para encararnos con lo divino.
Por eso, me encanta la contestación del papa Francisco al niño… Seguro que el niño le entendió perfectamente.
SANTIAGO PANIZO ORALLO