«No te olvides de los pobres»
«La humanidad progresa, se desarrolla, pero los pobres están siempre con nosotros, siempre los hay, y en ellos está presente Cristo, en el pobre está presente Cristo» (papa Francisco).
Se vio pronto que Francisco estaba dispuesto no sólo a que los pobres pudieran decir eso de que todos los días son su aniversario, sino a que su envite fuera más lejos aún: buscaba simplemente la categoría y no la anécdota.
Con esto de los pobres, y nada se diga ya de la Iglesia en salida y ahora mismo el tema de la sinodalidad, Francisco no está descubriendo ningún Mediterráneo. ¡Ninguno! Sólo nos recuerda que son verdades fundamentales a tener en cuenta, es decir, a poner en práctica.
Con esto de los pobres, y nada se diga ya de la Iglesia en salida y ahora mismo el tema de la sinodalidad, Francisco no está descubriendo ningún Mediterráneo. ¡Ninguno! Sólo nos recuerda que son verdades fundamentales a tener en cuenta, es decir, a poner en práctica.
Se acaba de celebrar la V Jornada Mundial de los Pobres, 2021. El papa Francisco aclaró durante el rezo del Ángelus de ese domingo (14.11.2021) que esta había nacido «como fruto del Jubileo de la Misericordia», y de paso que el tema de este año eran las palabras de Jesús: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc14,7). «Y es verdad -proseguía-: la humanidad progresa, se desarrolla, pero los pobres están siempre con nosotros, siempre los hay, y en ellos está presente Cristo, en el pobre está presente Cristo». Relacionó también la Jornada con el encuentro tenido dos días antes en Asís, y con el grito de los pobres que, unido al de la tierra, había resonado los pasados días en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático COP26, en Glasgow.
Todavía recuerda uno que, entre las numerosas anécdotas circulando por Roma en los primeros días del pontificado franciscano, esas que vienen a ser como las cartas credenciales de presentación del nuevo papa, sobresalía la frase que el cardenal Hummes le había susurrado al oído al colega Bergoglio en la Capilla Sixtina: «No te olvides de los pobres». Que Francisco tomó a pecho el recadito de su colega brasileño es evidente, y no ya sólo por la institución de esta Jornada, sino por cómo discurre su pontificado, pendiente, hora tras hora, de los que nada tienen para vivir entre la noche y el día.
Se vio pronto que Francisco estaba dispuesto no sólo a que los pobres pudieran decir eso de que todos los días son su aniversario, y similares anécdotas relativas a tantos otros argumentos eclesiales también ellos menesterosos de un oportuno zurcido, sino a que su envite fuera más lejos aún: buscaba simplemente la categoría y no la anécdota. La categoría en este caso era / es cumplir y hacer cumplir el Concilio Vaticano II. Porque el aviso del colega brasileño en la Sixtina no sólo encerraba un desiderátum. Dejaba entrever también, por el envés, una lamentabilísima deficiencia, o sea 50-60 años posconciliares de pobreza en el olvido.
Con esto de los pobres, y nada se diga ya de la Iglesia en salida y ahora mismo el tema de la sinodalidad, Francisco no está descubriendo ningún Mediterráneo. ¡Ninguno! Sólo nos recuerda que son verdades fundamentales a tener en cuenta, es decir, a poner en práctica. No me queda, pues, sino animar al lector que pretenda mayor información que se dé una vuelta por M.-D. Chenu, «’La Iglesia de los Pobres’ en el Vaticano II»: Concilium, Año XIII/N.º 124 (1977) 73-79.
El P. Chenu le ilustrará sobre las decisivas intervenciones de los cardenales Suenens, Montini y Frings, así como la declaración trascendental del cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, de quien extraigo esta muestra: «No cumpliremos suficientemente nuestra tarea si no ponemos, como centro y alma del trabajo doctrinal y legislativo del Concilio, el misterio de Cristo en los pobres y la evangelización de los pobres. No como uno de los temas del Concilio entre otros muchos, sino como la cuestión central. El tema de este Concilio es la Iglesia en su aspecto principal de ‘Iglesia de los pobres’» (pp. 75-76).
Estas y otras decisivas intervenciones dieron al traste con un texto del proyecto preconciliar presentado en el Aula, en el curso de la primera sesión, para pasar de una Iglesia autoritaria a una Iglesia pueblo de Dios. Lamentablemente el texto en cuestión adolecía de una laguna inadmisible: la de no despertar ninguna sensibilidad ante los problemas humanos y evangélicos de la pobreza y, en consecuencia, omitir esta revelación esencial y primordial del misterio de Cristo. De ahí las autorizadas voces que se alzaron contra su viabilidad.
Para acabar de arreglarlo, y sin que mi eventual lector se quede frío ahora que vamos hacia el crudo invierno, que complete sus indagaciones dentro del mismo número de la revista Concilium, consultando el artículo del P. Y. Congar, «La pobreza como acto de fe» (pp. 119-129). Podrá leer en dichas páginas, y quizás también -ojalá- comprender, que «El modelo absoluto [de pobreza] se encuentra evidentemente en Cristo si se considera en él la perfección de su alma filial» (p.122). El agudo teólogo dominico le regalará con otras espléndidas reflexiones, por supuesto.
Por ejemplo, cuando escribe: «Estas ideas no constituyen solamente un tema joánico, sino que se encuentran también en el fondo del himno de Flp 2,6-11. La kénosis y obediencia de quien es de condición divina es la pobreza vivida en el seno mismo de la divinidad: no sólo en Jesús por la encarnación, sino por el Verbo en la dependencia absoluta con respecto al Padre, principio sin principio, fuente de la divinidad» (pp.122-123).
Cambiadas las cosas y ya con otros mimbres, en la segunda sesión conciliar (octubre-noviembre de 1963) se comenzó a discutir el nuevo proyecto y llovieron las enmiendas de los expertos. De modo que durante todo el Concilio, en todas las ocasiones y en todos los sectores, fueron introducidas referencias a la pobreza como componente esencial del ser cristiano. La bibliografía sobre la pobreza y el Concilio resulta por eso mismo copiosa, y no es del caso ahora traer aquí una simple muestra, porque excedería los límites del artículo. Sí quisiera, no obstante, citar un texto fundamental de la Constitución Lumen Gentium, dado que en él se expone explícitamente la motivación radical del papel de los pobres en lo más profundo del misterio de la Iglesia. Dice así:
«Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada» a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (Flp 2, 6-7), y por nosotros se hizo pobre, siendo rico (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres, y levantar a los oprimidos (Lc 4, 18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo» (LG 8).
Todos al fin y al cabo somos extranjeros y hemos venido a pasar una temporada, unos más larga que otros, en este dificultoso y destartalado planeta. La muerte nos hará de una misma nacionalidad. Incluso seremos todos paisanos. Dicen las estadísticas ahora mismo que hay más de 1.000 millones de personas viviendo en la pobreza extrema, y que más de 11 millones de niños mueren cada año por la misma causa. Lugar horrible este mundo, sin duda, mirado con ojos pesimistas. Claro que también el optimismo procura pintar la realidad con otros colores. De ahí el desafío de los humanos: pasar por este mundo mejorándolo.
Porque verdad y gran verdad es, finalmente, el lema de la V Jornada Mundial de los Pobres, 2021: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc14,7). Palabras de Jesús a pocos días ya de su Pascua. Los pobres siempre han existido y existirán. Lo que Jesús no dijo es que los pobres tengan que ser siempre los mismos.