"La pastoral de los pueblos, un gran reto para el nuevo obispo de Segovia" Nunca suenan las campanas… en los pueblos segovianos
"Las campanas han dejado de sonar en nuestros pueblos y, su sonido, ya no forma parte de su vida cotidiana. Los templos, bellezas artísticas y con un alto valor patrimonial, ya no abren sus puertas, ni siquiera los domingos"
"No cabe duda de que las acciones pastorales y de evangelización, más allá del culto, que los dirigentes de nuestra diócesis, tan escasa de clero y a la vez tan clericalista, ha impulsado en los últimos años han sido un fracaso"
"La pastoral de los pueblos, abandonados durante años, será, entre muchos otros, un gran reto para el nuevo obispo de Segovia. ¿Sonarán de nuevo las campanas en los pueblos segovianos?"
"La pastoral de los pueblos, abandonados durante años, será, entre muchos otros, un gran reto para el nuevo obispo de Segovia. ¿Sonarán de nuevo las campanas en los pueblos segovianos?"
| Javier Gil Quintana Doctor en Educación y Comunicación
“Nunca suenan las campanas, con tan dulce claridad; es porque cantan las glorias de la hermosa Navidad”, este villancico que responde a la versión de un canto alemán del siglo XIX “SuBer die Gloken nie kñingen” escrito por Friedrich Wilhem Kritzinger, resonaba cada año en las fechas navideñas en nuestros oídos gracias a aquellos encuentros de monaguillos que organizaba un equipo de sacerdotes de la pastoral vocacional a los que las y los segovianos seguimos teniendo estima, como es Santos Monjas, José María Martín (+) y Juan Bayona (+).
Como dicen nuestros mayores “eran otros tiempos”, un tiempo donde el sonido de las campanas en los pueblos era un llamado a la oración, a la celebración Eucarística, anuncio de festividades o solemnidades, comunicado de momentos alegres como los bautizos y también tristes como las defunciones. Lo cierto es que, este villancico sigue resonando y, en esta reflexión, me gustaría quedarme solo con la primera afirmación “nunca suenan las campanas”.
En el día de Navidad, recordaba con cariño las vivencias de mi niñez en el pueblo que me vio crecer. Todos asistíamos entusiasmados a la misa celebraba por el sacerdote Félix Velasco; esta celebración, era convocada por el repique de campanas que Faustino, atando cuerdas en sus piernas y agarrando otras con sus manos, convertía en una melodía familiar por la que, a todos los hogares, llegaba el anuncio de un día festivo, fuera de lo ordinario. Además, el coro, dirigido por la señora Julia, animaba la celebración con la tradicional “misa pastorela”. Todo era una fiesta envuelta en un ambiente religioso de respeto y admiración que seguía presente en la cotidianidad de nuestras vidas.
Las campanas han dejado de sonar en nuestros pueblos y, su sonido, ya no forma parte de su vida cotidiana. Los templos, bellezas artísticas y con un alto valor patrimonial, ya no abren sus puertas, ni siquiera los domingos. En algunos casos, estos templos se han cerrado por la despoblación; en otros, por falta de convocatoria litúrgica por parte de la Iglesia; y, en otros, la asistencia de sus vecinas y vecinos que “creen en la Iglesia” es mínima y, para un sector eclesial, “no son rentables”.
No cabe duda de que las acciones pastorales y de evangelización, más allá del culto, que los dirigentes de nuestra diócesis, tan escasa de clero y a la vez tan clericalista, ha impulsado en los últimos años han sido un fracaso, y su melodía no ha tenido eco ni en su presbiterio, ni en el pueblo de Dios. Lo fácil es acusar de que “no suenen las campanas” a la secularización de la sociedad, a la falta de interés por lo religioso, al ateísmo, al sistema educativo, a la increencia de las familias, incluso al gobierno, etc. Pero el hecho es una realidad: las iglesias segovianas están vacías, las parroquias de los pueblos están cerrándose, los templos no abren sus puertas y las gentes no reconocen ni siquiera la presencia de Dios en sus vidas. La vida religiosa en los pueblos ha quedado reducida al consumo de una retransmisión televisiva (donde la comunidad es ficticia), o bien, sustituida, en año nuevo, por la visualización de la Marcha Radetzky.
Añoramosen Segovia el impulso innovador postconciliar de los obispos Antonio Palenzuela y Luis Gutiérrez que, evitando la entrada masiva de presbíteros “extradiocesanos” promovida en los últimos años, promocionaron a grupos de laicos para liderar comunidades parroquiales e incluso presidir el culto, entre otros actos litúrgicos, como las Celebraciones de la Palabra; fuera ya de cuestiones de cumplimiento o no del precepto, ellas y ellos daban continuidad a la llamada desde las mismas comunidades que se reunían (al menos un día a la semana) para vivir su fe en zonas rurales que hoy vemos devastadas.
Por tanto, en medio de un “tonar de clamor” para anunciar la muerte religiosa de nuestra diócesis segoviana, debemos preguntarnos: ¿Administramos bien nuestros talentos o no lo administran personas talentosas?
En los templos de nuestros pueblos esta pasada Navidad no se han instalado árboles de 12 metros de altura (sus parroquias no pueden pagar ni el mínimo de luz), ni se han colocado “belenes temáticos” o “belenes luminosos” (dentro de sus muros sí hay oscuridad, frío y humedad propia del establo); pero eso sí, a pesar de que ha finalizado la Navidad, sigue latiendo una Luz mejor que la de árbol mediático pre-adviento de la catedral de Segovia, un Belén mucho más real y vivo que todos los que se puedan instalar en la ciudad: en los sagrarios abandonados de nuestros pueblos sigue existiendo esa Luz, sigue naciendo (vivo y presente) el Salvador del Mundo para todas las personas alejadas y que se han distanciado por la falta de un testimonio vivo.
La pastoral de los pueblos, abandonados durante años, será, entre muchos otros, un gran reto para el nuevo obispo de Segovia. ¿Sonarán de nuevo las campanas en los pueblos segovianos?
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