Una fe en crisis


Este año nos ha traído muchas historias de pastores en crisis. De las veinte noticias que destaca Christianity Today del mundo evangélico en 2018, la mayoría tienen que ver con conocidos predicadores que han tenido que dejar su ministerio por diferentes razones. También libros, series y películas nos han dejado impresionantes testimonios de aquellos que, representando el cristianismo, se preguntan dónde esta su fe. Escribo sobre tres que aparecen en las listas que la crítica considera lo mejor del año pasado.

Muchos creen que la primera narración de misterio policiaco es la de Edgar Allan Poe en Los crímenes de la calle Morgue, pero hay un relato detectivesco anterior, obra de un pastor luterano danés que escribe sobre un predicador sospechoso de asesinato, investigado por otro ministro protestante. Se trata de El párroco de Vejlby (1829), escrito por Steen Steensen Blicher (1782-1848). El librito ha sido traducido ahora al castellano. Se ha publicado en una preciosa edición de un pequeño sello de Madrid llamado Ardicia, que ha tenido muy buenas críticas en medios culturales, pero muy mala distribución a nivel de librerías. No es fácil de conseguir, pero me impresionó cuando lo leí estos días de convalecencia en el hospital.

Se había publicado ya algo antes de este autor en castellano, como su Diario de un sacristán de pueblo, editado en 1978. El problema de muchas traducciones es que tienden a asimilar los términos luteranos a los católicos. Se habla de sacerdotes, misas, parroquias y sacristanes, como si fuera ese el único lenguaje posible para hablar de religión. Y aunque es cierto que hay más elementos anglicanos y luteranos en común con el catolicismo, que otras tradiciones protestantes, las similitudes son más en forma que en contenido.



Más allá de las particularidades del luteranismo danés, esta es una historia sobre un pastor en crisis, escrita por otro pastor que también tuvo serios problemas. En el caso del autor, económicos y matrimoniales, mientras que su personaje se enfrenta a la justicia por un caso criminal, que pone en peligro su vida. Basada en un caso real, la novela es traducida pronto al inglés, pero en vez de darle la fama que merecía, Mark Twain se apropia de la historia para hacer su propio relato, sin mencionar al autor. El escritor tiene también, por cierto, un libro sobre la Inquisición española, Donna Leonora (1825), que podría hacer referencia a Doña Leonor de Vibero –la madre del doctor Cazalla, cuya casa era el lugar de reunión de los protestantes de Valladolid hasta ser quemados en los autos de fe que acabaron con la Reforma en España–, pero la obra parece que no se tradujo siquiera al inglés.

Cuando lees la novela te dan ganas de conocer más del autor. Escribe con una gran economía de lenguaje en una época en que el estilo era aún demasiado rebuscado y florido. Parece una novela moderna en la inteligente composición de una historia narrada en forma de dos diarios, el del juez que examina el caso y el párroco que viene después. El proceso se describe en términos judiciales, sin partidismo alguno. El lector sabe lo que sabe el juez. No se adelanta, ni tiene trampa. Seguimos sus notas y las de su sucesor, que nos lleva a un final sorprendente, que da una luz muy diferente al problema que enfrenta el pastor.

El enigma es si el ministro en un arrebato de ira ha matado al criado que sirve en la casa parroquial, hermano de un granjero que reclama al juez que haga caer todo el peso de la ley sobre el pastor acusado. Atormentado por la culpa y lleno de dudas, a veces nos parece culpable y otras no.

Cuando leía sobre su angustia en los dolores que tenía después de la operación, me encontré un texto de la esposa de Francis Schaeffer, Edith (1914-2013), que habla de los ataques de ira del apologista cristiano, que llegó a arremeter contra su mujer cuando estaba incluso con dolores de parto. La vergonzosa humanidad del fundador de L´Abri, que tanto ha influido en mi pensamiento, me resultó más cercana que nunca. Yo también he sentido esa rabia y deseo de hacer daño incluso a los que más amas. Es la tragedia del ser humano. Somos nuestros mayores enemigos. Nos bastamos para destruirnos a nosotros mismos y a los que más queremos. Como se pregunta el apóstol Pablo en Romanos 7, ¿quién nos librará de esa contradicción interna? La respuesta del Evangelio es que sólo el Espíritu de Dios a través de Cristo, comienza el capítulo siguiente



ALGO EN QUE CREER
La serie danesa Borgen no ha sido sólo un fenómeno en la Historia de la televisión –se emitió en más de ochenta países–, sino que fue objeto de debate político –incluso en países tan ajenos a la realidad escandinava, como es España–, ya que mostraba la complejidad de un gobierno de coalición. Si la obra de Adam Price profundizaba en lo intrincado de los apoyos y alianzas de los partidos en constante juego con la oposición y los medios de comunicación, el personaje de la primera ministra me parece relativamente plano, comparado con el personaje que protagoniza su nueva serie, un pastor protestante que uno no acaba de captar realmente quién es, porque ni él mismo probablemente lo sabe.

Ante el desconocimiento hispano de la poesía de William Cowper sobre cómo “Dios se mueve de maneras misteriosas”, se ha cambiado el título en español de Herrens Veje (Los caminos del Señor) a Algo en que creer. El título en inglés (Ride Upon The Storm) es una cita de uno de los primeros versos de este poema del autor de tantos himnos con John Newton, su pastor en la iglesia anglicana de Olney, que ha pasado a la historia por la Sublime Gracia (Amazing Grace) que le llevó de ser traficante de esclavos a predicador del Evangelio que convirtió al político Wilberforce en ferviente luchador por el abolicionismo. En la cabecera de la serie se oyen los versos en inglés como un cántico de alabanza contemporáneo.

La serie, que emite en España Movistar, nos presenta a un pastor de la tradición luterana en una sociedad como la danesa, donde no hay sólo una primera ministra como Brigitte Nyborg sino obispas, como a la que se enfrenta el protagonista en la elección episcopal con la que comienza la serie. Si la obispa nos resulta francamente antipática, no es porque él sea hombre y ella mujer, sino porque la cuestión del género ya no determina la bondad o maldad de los personajes. Estamos en una sociedad posfeminista, muy diferente a la nuestra, donde estos temas son cuestiones de debate diario.



No sólo la posición de la mujer es diferente, sino que la iglesia luterana es muy distinta a otras denominaciones evangélicas –aunque sea ese su nombre oficial, para acabar de aumentar la confusión–. Dinamarca es un estado confesional protestante. Tiene un sector pietista evangélico que es muy conservador, pero que es tan luterano como la Iglesia del Pueblo Danés de la que forma parte. El protagonista forma parte de esa iglesia oficial. Viene de una familia de pastores durante 250 años y uno de sus hijos también lo es. Es una iglesia histórica con una tradición que se distingue más por el atuendo y la liturgia que por su doctrina y modo de vida, muy poco evangélico en general.

La crisis del pastor, que interpreta tan poderosamente Lars Mikkelsen, muestra, en las palabras de Price, “un escenario bíblico”, ya que es un padre “con dos hijos que toman caminos diferentes, enfrentándose a las expectativas paternas”. Su figura patriarcal extiende su favor al atormentado August, mientras que no esconde su decepción con Christian, cuya historia recuerda el relato de Borges sobre el hijo del pastor que se hizo budista. La personalidad del ministro, Johannes, es arrolladora, lleno de carisma, pero con un alma torturada.

Aunque es una serie sobre la fe, muchos creyentes se escandalizarán por la cruda manera en que se muestran las miserias del pastor. A algunos les parecerán exagerados incluso, sus excesos con la bebida y el sexo, pero les aseguro que no están muy lejos de la realidad. Su esposa, Elizabeth, es un personaje interesante. Él se apoya en ella, que le defiende y sostiene frente a viento y marea. Es como un matrimonio abierto, cuyas continuas infidelidades parecen no poder romper su vínculo inquebrantable. Es como si los personajes buscarán en el amor humano, lo que no encuentran en la Providencia, que muestra sólo desamparo…



EL REVERENDO TORTURADO
Esa es la perspectiva también de la tradición trascendental del cine que ha interesado a Paul Schrader desde su juventud, cuando dejó los estudios de teología reformada en el Calvin College de Grand Rapids (Michigan), para ir a California. A pesar de haber sido criado en un medio cristiano que no le dejaban ver películas en el cine o la televisión, se convirtió en un experto en el séptimo arte. Comienza a escribir como protegido de la singular crítica Pauline Kael, hasta empezar a hacer guiones junto a su hermano Leonard, que había ido de misionero a Japón –juntos escriben Yakuza para Pollack–. Aunque en cierto sentido toda su obra como director sigue dando vueltas a las obsesiones del guion que hace para Scorsese, Taxi Driver (1976), que no es más que un reflejo de su propia vida, entre la ira y la gracia, el espíritu y la carne.

La lucha de los personajes de Schrader me resulta tan cercana que no me sorprendió cuando anunció que estaba haciendo una película sobre un pastor en la crisis de la primera iglesia reformada –First Reformed la ha llamado, aunque en español se haya titulado El Reverendo, publicada ya en DVD y Blu-ray– de una pequeña localidad del estado de Nueva York –donde ha vuelto ahora a asistir a una iglesia presbiteriana, cuyo pastor es asesor del film, que presentó a la propia congregación, antes de ir a seminarios evangélicos como Fuller–. Toller era un capellán militar, como el hijo pastor de la serie danesa, que perdió a su mujer al morir su hijo en Iraq.

La película ha coincidido con una nueva edición en inglés revisada de su tesis sobre el estilo trascendental del cine de Ozu, Bresson y Dreyer –traducida en Madrid por JC en 1999–. No es extraño que la película comience como el Diario de un cura rural (1951) de Bresson, aunque siga como Luz de invierno / Los comulgantes (1962) de Bergman. La diferencia es que Schrader es el autor de Taxi Driver. Por lo que Toller no tarda en convertirse en un nuevo trasunto de Travis –el personaje que interpreta Robert DeNiro en la película de Scorsese–.

La cuestión ecológica, por lo tanto, no es más que una actualización del problema de violencia urbana del Nueva York de los 70, para introducir los temas que más interesan a Schrader: la atormentada fe de Toller, ahogada por el alcohol, la obsesión por las armas y la pasión erótica. Es evidente que todas estas cuestiones provocan rechazo en la mayoría del público cristiano, no por lo típico del “ritmo lento” –que observa la mayoría que no está acostumbrada a este tipo de cine–, sino por lo sórdido del mundo del autor de Hardcore, un mundo oculto (1979). Es una película dura y perturbadora, como la vida misma.

En un sentido, la película –como dice Brett McCraken– es la historia de dos iglesias, tanto como de El reverendo. La Primera Reformada pertenece a la tradición de la emigración holandesa en tiempos coloniales. Tiene mucha historia, pero un presente deprimente. Apenas una docena de personas se sientan dispersos en los bancos, cuando Toller predica. La Iglesia de la Vida Abundante mantiene la Primera Reformada, ya que es una megaiglesia nacida de ella. Presenta un evangelio de prosperidad con grandes instalaciones que incluyen una moderna cafetería y un ministerio de jóvenes con un pastor lleno de tatuajes. No hay duda cuál atrae más gente.

Una es una iglesia atractiva que no trata temas incómodos, sino que minimiza el coste del discipulado y evita la justicia del Evangelio a una congregación que mantienen hombres de negocios conservadores. La otra tiene un aire melancólico y se enfrenta a temas conflictivos, puesto que ha cambiado la alegría de la alabanza por el activismo político. Vida Abundante y la Primera Reformada representan dos tendencias de la iglesia hoy, el nominalismo evangélico de la gracia barata y la teología liberal de las denominaciones históricas. Ambas luchan por el corazón del movimiento evangélico.

Como dice mi amigo McCracken, al final, la lucha de las iglesias es la del pastor mismo. O, mejor dicho, es el conflicto mismo de la vida cristiana: “la cruz y la resurrección; la austera simplicidad y la abundancia gratuita; el ayuno y la fiesta; el sufrimiento y el gozo; el pesimismo que produce el pecado y la esperanza de la santificación”. El viaje por la noche oscura del alma de Toller transmite esa tensión que presenta en su diario. Lucha entre la esperanza y la desesperanza. Se da cuenta como dice Merton, que “la desesperación crece de un orgullo tan grande, que prefiere tus propias certidumbres a admitir que Dios es más creativo que nosotros”. Es en el fondo, “una forma extrema de amor propio, cuando le das la espalda a la ayuda de otro y saboreas el lujo podrido de saberte perdido”.

En el “estilo trascendental” del que habla Schrader, hay una “disparidad”. En su libro dice que llega a ser “una esquizofrenia espiritual, como una forma aguda de dos mundos en conflicto”, que culmina en lo que llama una “acción decisiva”, como la resurrección de Ordet (1955) en Dreyer o la lluvia de ranas de Magnolia (1999) en Paul Thomas Anderson. El espectador se enfrenta a “un “suceso increíble en una realidad banal que debe ser aceptada por fe”. Es así como El reverendo nos muestra la disparidad de esa “esquizofrenia espiritual” que representa esta historia de dos iglesias, dos expresiones extremas de la fe que muestran las paradojas mismas de la vida cristiana, que supone convivir con esa disparidad: verdad y amor, misericordia y juicio, gracia y disciplina. No es fácil, pero como en Pickpocket (1959) de Bresson, al final descubriremos que “todo es gracia”.

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