El sueño de Lennon se acabó


Cuando en 1980 John Lennon moría asesinado en la puerta de su casa de Nueva York, millones de personas lloraron su pérdida en todo el mundo. El ex-Beatle se ha convertido en un santo laico, profeta del pacifismo, en cuya angelical pureza cuesta hoy reconocer el lado oscuro de su vida. Se publica ahora una edición especial de su mítico álbum Imagine con una nueva mezcla remasterizada, grabaciones de estudio descartadas y un documental que explora la evolución de cada canción, así como un libro y dos películas para celebrar lo que hubiera sido su 78 cumpleaños. Pero ¿quién fue realmente Lennon? Y ¿cómo acabó su sueño?

En 1964, cuando los Beatles estaban en la cima de la histeria adolescente, nadie imaginaba que dos años después estarían haciendo textos religiosos y siguiendo instrucción espiritual, para acabar haciendo pronunciamientos sobre la paz mundial. Su generación había tenido poca relación con iglesias. Ese no fue el caso de Lennon...

“Señor Lennon” –le preguntó un periodista en una rueda de prensa en Chicago– “¿son todos los Beatles cristianos?” Tras una breve pausa, John comenzó a decir: “Todos crecimos...”. De repente cambió la frase, para referirse sólo a sí mismo: “No soy un cristiano practicante, como me educaron, pero no tengo ideas que no sean cristianas”. Lo que Lennon estaba probablemente a punto de decir es que “crecimos como cristianos” o “en la iglesia”, porque él nunca tuvo miedo de hablar de su educación religiosa.



Días después de esas declaraciones, John le dijo a Leroy Aarons del Washington Post que su educación fue la “normal en la Iglesia de Inglaterra, yendo a la escuela dominical y a la iglesia”. La posible razón de su vacilación fue que, aunque los cuatro Beatles habían sido bautizados de niños –él y Ringo como anglicanos, Paul y George como católicos–, sólo él podía decir que había “crecido” en la iglesia. El resto de ellos tuvieron periodos de contacto con la religión organizada, pero no tuvieron presión familiar alguna para seguir el camino cristiano.

Paul y George eran hijos de católicos casados con agnósticos de origen protestante. Se criaron en casas donde la religión no tenía ninguna importancia. Aunque varió su educación religiosa, todos perdieron el interés en la iglesia al llegar a la adolescencia. John se muestra, sin embargo, particularmente irritado cuando habla de religión. Ya que él pasó más tiempo en la iglesia que ningún otro Beatle.

En su libro de 1965, Un españolito en obras–que ha sido editado en castellano por Global Rythm–, Lennon parodia el programa Epílogo, un espacio religioso que había en la radio por la noche. En su sketch, un clérigo comienza diciendo que alguien le preguntó recientemente qué era el pecado. “Y sabes, ¡no pude contestarle!”, dice. El clérigo de Lennon entrevista entonces a un africano, que pregunta por qué –si Dios es un Dios de amor–, hay tanta pobreza, enfermedad y hambre en el mundo. Incapaz de responder, o no queriendo hacerlo directamente, el vicario ofrece parábolas de hombres que viajan en tren, o absurdas metáforas de gentes que son como plátanos movidos por el viento, “esperando como si fuera, ser apelados por el gran y comprensivo amor”...

La parodia de John captura perfectamente la teología evasiva que prevalece a partir de los años 60. Su reticencia es característica de una época en que los religiosos ya no saben lo que creen, o tienen miedo de no parecer modernos. Una de las primeras cosas que Lennon hizo cuando estaba “aclarándose sobre Dios” –como lo describió después–, fue investigar el cristianismo en que había sido educado. Habla de meditar como “adorar en tu propio templo interior” y lee la Biblia toda su vida. “Crecí como cristiano” – dice poco antes de su muerte, en 1980–, “pero sólo ahora entiendo algunas de las cosas que Cristo decía en las parábolas”.

La figura de Jesús aparece una y otra vez en el pensamiento de Lennon. “Veía la Biblia como un drama simbólico universal, que se representa cada día delante de nuestros ojos” – dice Frederic Seaman, su asistente personal a finales de los años 70–. “En particular a John le fascinaba la vida de Jesucristo”. Es como si no pudiera librarse de su influencia, a pesar de ser agnóstico. Volvía a él, una y otra vez...

UNA RELIGIÓN RESPETABLE
Lennon es, sin duda, quien más influencia tiene de la religión. Su abuelo era un católico irlandés que se casó con una chica de Liverpool. Tenía incluso un hermano cura, aunque el padre de John es bautizado en la Iglesia anglicana, pero ninguno de su familia iba a la iglesia. La familia de la madre era muy protestante. Su abuelo era de la tradición metodista calvinista de Gales. Al casarse, sin embargo, su hija con alguien que no iba a la iglesia, la moral de la madre ya no está determinada por la religión. Tras ser abandonada por su marido, vive con varios hombres. Su hermana Mimi le ofrece entonces cuidar de John. Ya que considera que no es una buena educación para él, vivir con una pareja que no está casada.

La madre de Lennon muere en un accidente, al ser atropellada por un conductor borracho, cuando John es todavía adolescente. Si su madre era moderna y liberal, la tía con la que vive es todo lo contrario. Mimi era anticuada y estricta. Su religión no se basaba, sin embargo, en la prohibición del alcohol o las diversiones –bebía ginebra y jugaba al bridge–, sino en las aspiraciones sociales de alguien que quería pertenecer a una clase media donde la cultura y la religión jugaban un papel importante. La iglesia anglicana de St. Peter en Woolton –donde Mimi lleva a John–, representa la decencia y corrección que Lennon va a rechazar finalmente.

La respetabilidad que el cristianismo significa para John, fue unida siempre a la experiencia de haber estado yendo cuatro días a la semana a la iglesia, que era el centro de su vida adolescente. Allí conoce a su primera novia, los futuros miembros de Quarrymen, su primer manager y el amigo de Paul McCartney, Ivan Vaughan. Era la congregación donde iba el obispo de Liverpool. No era particularmente evangélica, pero tampoco anglo-católica. Era la típica iglesia anglicana de aquella época.



En un campo delante de la iglesia de Lennon, actuaron los Quarrymen el verano de 1957. Allí estaba la tumba de Eleanor Rigby, que inspiró la famosa canción de los Beatles. Y en el salón de la iglesia se encontraron John y Paul por primera vez, después de la actuación. El pastor era un galés soltero, Pryce Jones, que estudió teología en Londres y era más valorado por su capacidad para levantar fondos que por su dones de predicación. Era un gran organizador, cuya motivación había convertido la iglesia en el centro de la vida de Woolton.

El grupo de jóvenes de la iglesia de Lennon tenía como 170 miembros, cuando John se incorporó a los 15 años. Para la escuela dominical se reunían en varias salas de la iglesia. Seguían las Notas Diarias de la Unión Bíblica. “Nos sentábamos y comentábamos el texto del día” –dice David Ashton, que se solía poner al lado de John en el coro–. “Hablábamos de lo que significaban las Escrituras”.

El problema es que la mayoría de aquellos chicos asistían porque eso era lo que querían los padres. Las doctrinas cristianas eran algo abstractas para ellos. Lo que les gustaba era estar con sus amigos. “Ninguno de nosotros era profundamente religioso”, dice otro de aquellos jóvenes, Rod Davis. El director musical de la iglesia, Eric Humpriss, era de hecho ateo. Le encantaba la música religiosa, pero cuestionaba doctrinas cristianas fundamentales. “Pienso que John puede haber sido influenciado por algunas de sus ideas”, dice Ashton.

Para tener una idea de lo vacío y aburrido de los sermones de Pryce Jones, basta leer sus meditaciones en el boletín mensual de la iglesia. En octubre de 1950, el pastor escribe sobre “el deterioro del carácter, la conducta y las normas, de las que tantos se quejan”. Es a esa fe moralista, que John es confirmado “voluntariamente” a los 15 años, dijo Mimi al primer biógrafo de los Beatles, Hunter Davies. Para eso hace unas clases con el pastor, que seguía el catecismo bastante libremente. Su frase favorita, recuerda David Ashton, era que “el mundo era como un libro ilustrado que nos enseña el amor de Dios”. Le preocupaba más enseñar a los chicos cómo juntar las manos al recibir el pan en la comunión, que entender la doctrina cristiana.

Al llegar así a formar parte de la iglesia, iba a unas clases bíblicas que se daban en una capilla lateral del edificio. Las daba un hombre llamado Jack, “que realmente creía en Dios”, dice Ashton. John había tenido algunas experiencias místicas de niño. Esas alucinaciones le llevaron a pensar que tenía un don especial. Ese es el trasfondo de Strawberry Fields Forever, aunque escoge el nombre del hogar infantil del Ejército de Salvación en Woolton. Las dudas de Lennon sobre la religión que conoció, se unen así a su particular misticismo en una combinación típica del evangelio según los Beatles.

“DESDE LUEGO, QUE NO SOY ATEO”
“La gente tiene la imagen de que yo soy anticristiano o antirreligioso, pero no es así en absoluto” –dice John en 1980–. “Soy una persona muy religiosa, desde luego que no soy ateo”. Igual que muchos de su generación, John y sus amigos no tuvieron una crisis de fe que les hizo abandonar la Iglesia. Simplemente se alejaron de ella, llenando su vida de otras actividades.



Para Ashton, fue al comenzar a trabajar, que rompe con la iglesia. Para Davis, el día que su padre le compró un coche. Para otros amigos, fueron las chicas las que se volvieron más interesantes que las historias de la Biblia. Y para John, fue sin duda el rock´n´roll lo que llegó a su corazón. “Cuando lo oí y me metí en ello, descubrí que eso era la vida” –dice Lennon–. “No hay otra cosa”, recuerda en 1975.

El rock les lleva de Liverpool a Hamburgo. Allí “fuimos bautizados”, dice McCartney en 1997. Su música produce una verdadera conversión. Ocurrió en 1956, cuando John escucha a Elvis en Radio Luxemburgo, cantando Heartbreak Hotel. No había visto nunca su foto, ni sabía de dónde venía esa música. Su tío George acaba de morir de una hemorragia, tras caerse de una escalera. Tenía sólo 52 años. John estaba de vacaciones en Escocia. Y al volver a casa, su tía le dio la noticia. La soledad de la que cantaba Elvis, por ese amor perdido, conmovió a Lennon.

“Nada ocurría en la iglesia”, dice John. Elvis “es lo que estaba pasando”. En la iglesia, “nada realmente nos tocaba”. El rock´n´roll era “lo único que me llegaba”, recuerda. Si en la iglesia se hablaba de cosas abstractas, “el rock´n´roll era real”. Si en la iglesia se insistía en la necesidad de controlar nuestra mente, para dominar el cuerpo, “el rock´n´roll unía mente y cuerpo por la música”.

Elvis transformó la vida de John de una forma que la religión no pudo hacerlo. “Era mayor que la religión en mi vida”, dice. “Adoraba a Elvis, como la gente adoró a los Beatles”. Y cuando su cabeza se llenó de música, dejó de ir a las clases bíblicas de Gibbons. Se acabó su relación con la iglesia. Otro afecto llenó el vacío de una religión moralista que nada tenía que ofrecer para un espíritu inquieto como el de John.

Su desafecto pronto se convierte en rebelión. Lennon era conocido por sus blasfemias. Odiaba, quizás, aquel Dios que había permitido que su madre muriera en un accidente cuando era adolescente, atropellada por un conductor borracho. O era incapaz de concebir un Padre en los cielos, cuando su propio padre le había abandonado poco después de nacer.

Lo cierto es que, en sus días salvajes de Hamburgo, Lennon escribía cartas como si fuera Juan el Bautista, colgaba condones de imágenes religiosas o ridiculizaba a las monjas que pasaban a su lado. Sus escritos de aquella época tienen a vicarios y a Jesucristo mismo sujetos al más cruel humor negro. Le gustaba reírse de los dignatarios eclesiásticos, parodiaba himnos y dibujaba viñetas blasfemas sobre Cristo en la cruz, como sólo puede hacer alguien que ha sido fiel miembro de iglesia alguna vez. Es como si se tuviera que probar, una y otra vez, que estaba ya libre de la influencia de la Iglesia.

LA RELIGIÓN DEL LSD
En 1963 Paul McCartney dice a la revista Playboy: “Ninguno de nosotros –los Beatles– cree en Dios, pero somos más agnósticos que ateos”. Pocos meses después tienen su primera experiencia con el LSD. La droga les ofrece la posibilidad de nuevas experiencias, cuando se estaban ya empezando a cansar de tanto éxito. “Tenemos todo lo que se puede comprar con dinero” –dice Ringo–, “pero cuando haces eso, las cosas dejan de tener valor después de un tiempo”. Entonces “buscas otra cosa, una nueva experiencia”. George dice: “Hemos conseguido dinero y fama, lo que fue divertido un tiempo, pero desde luego no es la respuesta a lo que es la vida”.



Cuando los Beatles graban Revolver, John y George empiezan a interpretar sus experiencias con el LSD en clave budista e hinduista. Había sin embargo una diferencia entre ellos. Mientras que Harrison lo ve como una confirmación de que todos somos divinos, para Lennon parece demostrar todo lo contrario: que la divinidad no existe. John piensa que lo único que podemos saber seguro es que estamos aquí. No cree, en ese sentido, que haya un propósito último para el universo.

Maureen Cleave recuerda que una vez en el apartamento de John Riley –el dentista que les introduce al LSD en Londres–, Lennon se preguntaba si Jesús no podía haber tenido experiencias trascendentes similares al LSD, pero que luego la Iglesia las hubiera reducido a un árido dogma. Le pareció entonces entender la Biblia de nuevo. Se preguntaba sobre las palabras de Jesús acerca del “Reino de Dios dentro de ti”.

A lo largo de la segunda mitad de los 60, la espiritualidad se convierte en una industria millonaria, con un mercado que abarcaba desde la magia esotérica hasta el budismo zen. Los jóvenes lamentan entonces el materialismo de sus padres, y canciones como el Nowhere Man de Lennon, hablan en 1965 de un hombre que “no tiene visión, ni sabe a dónde va”. El LSD se convierte así en la pastilla del Camino de Damasco, por el que muchos aseguran ver a Dios, o incluso ser el mismo Dios. “Yo soy él, como tú eres yo, y todos estamos juntos”, canta Lennon en I Am The Walrus (1967), uno de los temas que compuso bajo su influencia.

Aquella religión del LSD hizo de Timothy Leary su sumo sacerdote. Este profesor de psicoterapia de Harvard había tenido una experiencia psicodélica en 1960, cuando tenía cuarenta años. Y el año 63 hizo un experimento con estudiantes de teología, que afirmaron tener una “experiencia mística” por medio de esta droga, sobre la que escribió dos libros que leyeron los Beatles. Uno de ellos introdujo a Lennon al Libro Tibetano de los Muertos, que usó para escribir Tomorrow Never Knows, para el disco Revolver de los Beatles, el año 66. Leary se hace amigo suyo y Lennon dice que escribió para él Come Together y Give Peace A Change, aunque luego le acusó de “recibir un mensaje del ácido, por el que tenía que destruir su ego”. “Y lo hice”, dice Lennon: “Leí el estúpido libro de Leary y me destruí a mí mismo”...


Lo he descubierto.
¡No creas la palabra de nadie!
Es lo que puedes hacer...
No dejes que te engañen
Con droga y cocaína...
¡Siente tu propio dolor!


Los Beatles pasaron dos meses con el gurú Maharishi el verano de 1967, pero se desilusionaron. En su decepción, Lennon escribe una canción llamada Sexy Sadie, llena de odio y resentimiento. Quien ahora le interesa, es Jesús...

FASCINACIÓN POR JESÚS
Cuando John Lennon dice que los Beatles son más populares que Jesús, despierta tal controversia en Estados Unidos que hace que muchos cristianos quemen sus discos. Da igual lo que Lennon dijera para aclararlo –“no estoy diciendo que somos mejores, o más grandes, ni comparándonos con Jesucristo como persona, Dios, o algo así”–, a partir de entonces la Iglesia ve a los Beatles como una influencia corruptora.

“Desde luego que John no quería decir que los Beatles eran literalmente mayores que Jesucristo” –dice McCartney en el año 2004–. “Él sólo se refería a la falta de asistencia a la iglesia”. El origen de estas declaraciones está en una serie de entrevistas aparecidas en el diario británico Evening Standard en enero del año 66. No eran obra de una periodista cualquiera, sino de una amiga de ellos, Maureen Cleave. Según recuerda ella, fue él quien empezó a hablar sobre religión. “Estaba muy interesado y estaba leyendo algunos libros sobre ello”, dice ella al escritor evangélico Steve Turner. “Como yo recuerdo la entrevista, hablamos de cómo había declinado el poder del cristianismo en el mundo moderno, y sus comentarios intentaban ilustrar esto”.



Hablaron muy poco sobre música. Le comentó sus últimas lecturas. Entre un libro sobre budismo zen, el Siddhartha de Herman Hesse y Las puertas de la percepción de Aldous Huxley, Lennon acababa de leer uno sobre Jesús, que se había editado en Londres hace tres meses. Era El complot de Pascua de Hugh Schonfield, que se describía como “un historiador judío independiente de la fe de Nazareno”. Para él, Jesús no era el Mesías como los cristianos lo entendían. Ya que no era divino, ni había resucitado de los muertos. La persona que los cristianos reverenciaban como el Hijo de Dios, era un religioso judío que intencionadamente buscaba cumplir las profecías mesiánicas. Su plan era aparentar su muerte en la cruz y revivir en la tumba, para que sus discípulos creyeran que era el Mesías. El plan se malogró, sin embargo, cuando un soldado romano le atravesó el costado y se desangró hasta la muerte.

Lennon conocía por experiencia el poder impresionable de las masas y qué fácil era poder engañarlas. Esta teoría conspiratoria sobre Jesús, le resultó muy atractiva. Schonfield no pensaba que su tesis sobre un complot restara importancia a Cristo. “Más bien la aumentaba y animaba, porque él era de carne y hueso como nosotros, aunque no fuera Dios encarnado”, dice este escritor inglés. “La mente que estaba en el Mesías puede estar por lo tanto en nosotros”, pensaba Schonfield. Es así como en mayo del 68, su amigo Pete Shotton recuerda cómo un día Lennon se presenta ante él, Paul, George y Ringo, diciendo que era Jesucristo reencarnado –estaba bajo el efecto de las drogas–. Quería que el agente de prensa de Apple, Derek Taylor, lo diera a conocer en un comunicado oficial de prensa. Sabiamente, Taylor le siguió la corriente, confiando que pronto dejaría de estar bajo la influencia de la droga.

Cuando citaron sus héroes para la portada del Sgt. Pepper, Lennon mencionó por supuesto a Jesús, pero el diseñador Peter Blake lo encontró “demasiado controvertido”. En sus entrevistas, John alude con frecuencia a historias bíblicas y parafrasea versículos de memoria. Cuando en 1980 le preguntan sobre los Beatles, se refiere a tres pasajes del Evangelio: “¿Tenemos que dividir de nuevo el pescado y los panes para las multitudes?, ¿ser crucificados otra vez?, ¿andar una vez más sobre el agua, porque muchos no lo vieron la primera vez, o no se lo creyeron? Eso es lo que están pidiendo: ¡bájate de la cruz!, que no lo entendimos la primera vez, ¿puedes hacerlo de nuevo? ¡De ninguna manera! No puedes hacerlo dos veces”.

EL SUEÑO SE ACABÓ
A finales de los años sesenta, Lennon se convierte en una especie de Che Guevara, como el Cristo barbudo de la contracultura. Su frase “van a crucificarme”, en la Balada de John y Yoko, evidencia el grado de identificación al que llega con la figura de Jesús, pero especialmente con su muerte. Lennon descubre que “Dios es un concepto por el que medimos nuestro dolor”...


No creo en la magia.
No creo en el I Ching.
No creo en la Biblia.
No creo en el Tarot.
No creo en Hitler.
No creo en Jesús.
No creo en Kennedy.
No creo en Buda.
No creo en el Mantra.
No creo en el Gita.
No creo en Reyes.
No creo en Elvis
No creo en Zimmerman.
No creo en los Beatles.
Sólo creo en mí,
Yoko y yo.
Esa es la realidad.
El sueño ha acabado.


Desde que se emancipó de los Beatles, Lennon se enfrenta de tal forma al mundo, que parece que ha perdido todo sentido del ridículo. Dejando atrás todo pudor, aparece desnudo con Yoko en la portada de la revista Rolling Stone o en su disco Dos Vírgenes. Como el personaje favorito de sus años infantiles, Guillermo el Proscrito, se ve una y otra vez abocado al desastre, pero continúa sin embargo convencido de que sus acciones son correctas. Aguanta mal la bebida y monta broncas penosas en locales de Los Ángeles, hasta que se ve dirigido por Yoko. Ella maneja los negocios y le manda hacer extraños viajes rituales, dictados por la numerología, a Hong Kong o Ciudad del Cabo. Se hacen macrobióticos y eligen a sus empleados por criterios astrológicos.

Mientras imagina que “no hay ningún paraíso, ni infierno bajo nosotros”, John sólo siente la realidad de su propio dolor. Si “no hay ningún Jesús, que vaya a bajar del cielo”, uno “podría llorar” como Lennon. Pero ¡imagina que hay un Cielo!, culminación de todas nuestras aspiraciones y satisfacción de todos nuestros deseos. ¡Confía que tenemos un Padre en los cielos!, que no es como nuestro padre en la tierra, que a veces nos falla y abandona. Piensa que El que está sentado en el Trono es el Cordero inmolado (Apocalipsis 5:6), que trae un nuevo cielo y una nueva tierra, en el que mora la justicia... ¡Imagina si puede haber un mundo mejor que ese!
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