El triunfo del crucificado
El símbolo del cristianismo no es el portal de Belén, sino una horrible cruz. Aunque sirva de adorno para muchos, no es más que un patíbulo cruel, totalmente repulsivo. Cuesta entender, por lo tanto, cuál es la buena noticia, más aún, el mensaje de victoria de la cruz de Cristo. Nada hay en el madero que parezca sugerir triunfo alguno. Todo lo contrario: injusticia, humillación y sufrimiento. Sin embargo, para el cristiano “hay poder en la sangre de Jesús”.
En Crónicas de Narnia, C. S. Lewis refleja una creencia del cristianismo primitivo que nos resulta algo extraña: la redención de Cristo como un pago a Satanás. Sin conocer esa idea de los Padres de la Iglesia, El león, la bruja y el armarioresulta incomprensible. A diferencia de la teología contemporánea, el cristianismo apostólico ve el pecado como algo serio. Antiguos maestros consideraban que, por cuanto los hombres habían pecado, pertenecían al poder de las tinieblas que personifica Satanás.
No había, entonces, muchas dudas sobre el infierno. Se veía como la recompensa justa que el hombre merecía, a causa de su delito. Los Padres de la Iglesia sugieren que la única solución posible era un pacto de Dios con Satanás. Si Él entregaba a Jesucristo a la potestad de la oscuridad, el diablo dejaría libres las almas de los creyentes. Satanás accede, complacido por el acuerdo. Lo que no se imaginaba es que no podría conservarlo en el infierno. Al romper las ataduras de la muerte, Cristo se levantó triunfante en la Resurrección, venciendo al diablo.
El cristianismo primitivo no veía esto como una forma de engaño, por la que Dios demostrará que más vale el ingenio que la fuerza. Si fue una trampa para Satanás, es porque mordió el anzuelo, por utilizar la comparación de Gregorio de Niza con la pesca. ¡Agustín lo veía más como una ratonera! Todo esto nos suena algo grotesco, pero me pregunto si no es porque hemos perdido el sentido de victoria de la cruz. Hablamos de la guerra espiritual y el poder de las tinieblas, pero ¿dónde está el triunfo de Jesús? Parece que depende de nosotros, que alguien pueda encontrar verdadera liberación.
GUERRA ESPIRITUAL
Aquellos que creemos que la Biblia es la Palabra de Dios y confiamos en Jesucristo, no podemos negar su enseñanza sobre la existencia de espíritus malos. El cristiano, de hecho, ha de tomar en serio esta realidad para poder enfrentarse al mal. La conciencia de que hay un conflicto espiritual puede ser un gran incentivo para combatir todas las expresiones del mal, sin temor de estar atacando a Dios. Hay sin embargo algunos excesos que se están cometiendo en esta área, sobre los que es necesario también advertir.
En segundo lugar, siempre está el peligro de apelar demasiado a Satanás y los demonios para excusar el mal que nosotros hacemos. La débil naturaleza humana cae rápido en la tentación de negar nuestra responsabilidad, cuando hacemos cosas o tenemos actitudes que no debiéramos. Ya que a nosotros nos parece que la culpa de todo siempre la tienen otros. La Escritura nos evita caer en esa trampa, al insistir en la responsabilidad individual por nuestra conducta. Uno no puede menos que sospechar, cuando algunos dicen ser víctimas de demonios, necesitando ser “liberados” de espíritus que llevan el nombre de ciertos vicios.
En tercer lugar, tenemos que ser conscientes del peligro de caer en especulaciones sobre un mundo espiritual del que la Biblia no habla demasiado. Hay muchas preguntas para las que simplemente no tenemos respuestas. Es evidente que hay silencios en la Escritura sobre los que nosotros debemos también callar. La idea por lo tanto de que se pueden conocer los nombres y rangos de ciertos poderes espirituales de maldad, así como los territorios sobre los que tienen influencia, no tiene base bíblica alguna. Es, de hecho, extraño al espíritu de la Biblia.
En cuarto lugar, hay también una falta de equilibrio en todo el interés que vivimos hoy por la guerra espiritual. La idea popular que muchos cristianos tienen es que todo esto tiene que ver con aquellos que son influenciados por el ocultismo, siendo poseídos por demonios. La Escritura, sin embargo, habla de la guerra espiritual en términos de la lucha moral que se produce en cada cristiano. La posesión demoníaca es, al fin y al cabo, un fenómeno poco habitual, pero los creyentes tienen que enfrentarse cada día con pruebas y tentaciones. Estamos llamados a “vestirnos de toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).
LA VICTORIA DE CRISTO
Satanás es presentado en la Escritura como el origen del mal, ya que él lo introdujo en la humanidad (Génesis 3). Y con él, el crimen y la mentira (Juan 8:44). Por eso, dice Juan que es “el príncipe de este mundo” (12:31; 14:30; 16:11). ¿Significa eso que Dios le ha dado autoridad sobre los hombres? ¿Tiene dominio sobre nosotros, a causa del pecado? ¿Podía por eso prometer a Cristo los reinos de este mundo?
Mientras que Adán fue puesto como administrador y mayordomo de la creación de Dios, Satanás no tiene autoridad para gobernar sobre los hombres, porque el hombre nunca ha sido su propio dueño. La Caída no hace que se traspase la autoridad del hombre a Satanás, porque Dios nunca ha dado dominio al hombre. Es sólo a causa del pecado, que el hombre está “dominado por Satanás” (Hechos 26:48), cautivo bajo el poder de las tinieblas (Colosenses 1:13).
Al vencer Cristo a Satanás en la cruz, lo ha conquistado. Ha desarmado sus principados y potestades, haciendo espectáculo público de ello (Colosenses 2:14-15). Ya que destruyó al que tenía poder sobre la muerte (Hebreos 2:14). Atar a Satanás no es parte del futuro, sino del presente. La víspera de la cruz, Cristo pudo decir: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31).
El problema es que el diablo está todavía activo, aunque su poder haya sido vencido. La relación de Satanás con los hombres se basa en la culpa y el pecado que comparten. Cuando Cristo paga por la culpa de los redimidos, sacrificándose en nuestro lugar, ya no tiene dominio sobre nosotros (Romanos 6:14).
¿UNA VIDA VICTORIOSA?
Si somos vencidos por el pecado, es porque esperamos ser derrotados. Pensamos que es algo natural. Pero la Biblia nos dice que “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro. 8:37). Cristo no es sólo el Profeta que anuncia el amor de Dios y el Sacerdote que hace expiación por el pecado, sino que es también el Rey que conquista el infierno. Llevamos la buena noticia a un mundo que ya no pertenece a Satanás, sino a Cristo.
La buena noticia que Dios anunció en el Edén (Génesis 3:5), es una mala noticia para el maligno. Satanás es echado fuera, pero Cristo atraerá a hombres de todo el mundo (Juan 12:32). Por la cruz de Cristo, Dios arroja a Satanás del dominio de los corazones de los hombres, al trasladarlos “al reino de su amado Hijo”. Ha atado al “hombre fuerte” y “saqueado su casa” (Marcos 3:27).
Satanás es juzgado, despojado y destruido (Hebreos 2:14). No podrá impedir la extensión del Evangelio, “engañando a las naciones más”. El diablo no podrá frustrar el propósito soberano de Dios para su Iglesia y el mundo. El mal está todavía en la tierra, donde actúa aún el poder del maligno, pero “el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Romanos 16:20).
Su victoria parece todavía algo irreal. En el Calvario, Cristo parece haber sido derrotado, pero, en realidad, el mal no ha triunfado. Cristo lo venció. Ese es el énfasis del Nuevo Testamento. El conflicto entre Dios y Satanás no es la lucha entre dos poderes con igual posibilidad de ganar. Combatimos un enemigo herido mortalmente. Su contraataque es fiero, pero desesperado. Su pretensión de dominio es una mentira. No son suyos “los reinos de este mundo”. Es un usurpador, sin autoridad. Dios sostiene el mundo en Su Mano.
Es porque nuestro Salvador reina que, en su poder, si “resistimos al diablo”, huirá de nosotros” (Santiago 4:7). Con el “escudo de la fe” podemos “apagar los dardos del maligno”. Satanás ya no tiene autoridad, ni poder sobre el cristiano. En Cristo, el creyente está seguro de su victoria. “El maligno no le tocará” (1 Juan 5:18).
Podemos experimentar su victoria (Filipenses 3:10). Su triunfo nos da confianza para vivir cada día. Nos vemos confrontados por fuerzas poderosas, pero no desmayamos. Sabemos que Cristo es todavía más fuerte. Fortalecidos por su poder, podemos superar el mal que enfrentamos. “Hay poder, poder, sin igual poder, en la sangre de Jesús”. ¡Reina el Crucificado!