Desayuna conmigo (martes, 30.6.20) Comunicación – comunión
Con el sexo a cuestas
Si el amor nace del conocimiento, cabe valorar estas Redes como cimiento de una mejor “comunión” entre los seres humanos. Es cierto que uno puede sentirse irremediablemente solo en medio de una muchedumbre, pero las Redes sociales invaden y disipan la soledad porque aportan una presencia virtual necesariamente activa, pues son esencialmente comunicación. Ahora bien, de la comunicación a la comunión no hay más que el grosor de un papel de fumar que se rompe fácilmente: la comunicación, al ayudarnos a saber mucho más de nosotros mismos y del mundo que habitamos, facilita que mejoremos no solo las relaciones humanas, sino también el mundo que es nuestro hogar. De ahí que, aunque podamos utilizar las Redes sociales torticeramente por intereses tan espurios como mezquinos, cultivando en ellas muchos contravalores, lo natural y deseable es que la vida de las próximas generaciones sea mucho mejor que la nuestra, pues gracias a ellas el problema de uno será fácilmente problema de todos y la bonanza de unos pocos llegará a todos los demás.
Otra celebración viene a potenciar la importancia de la comunicación que nos ocupa: la celebración, también hoy, del “día internacional del parlamentarismo”. Los Parlamentos son los lugares en que los ciudadanos se comunican, por delegación de poder en los diputados que han elegido, con vistas a la mejor administración de la cosa pública, de su propia condición de ciudadanos. Que ese diálogo dé mejores o peores frutos dependerá solo de que los ciudadanos acierten a elegir a los mejores de entre ellos para ese menester, cosa que en ocasiones no ocurre porque se pierde con frecuencia la perspectiva de lo común por la presión de lo particular.
Esta celebración, que se inició en 1889, cuando se creó la Unión Interparlamentaria, es una buena oportunidad para exigir que los sistemas parlamentarios mejoren la vida de los ciudadanos y que los parlamentos mismos no solo evalúen la idoneidad de su proceder, sino también aborden de la mejor manera posible los desafíos que tienen por delante. Un buen parlamento tiene que ser capaz de orquestar debidamente el sentir político de todos los ciudadanos, por muy plural y diverso que sea, hasta el punto de facilitar que el gobierno, sustentado por uno o más partidos políticos, actúe en función de los intereses de todos los ciudadanos.
Sin salirnos del ámbito parlamentario, esta mañana nos encontramos con que, un día como hoy de 2005, el Congreso de los diputados españoles aprobó la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. Esa ley salió adelante por 187 votos a favor, 147 en contra y 4 abstenciones, lo que demuestra que fue un tema muy discutido, aunque lo fuera mucho más por la denominación de “matrimonio” que por la regulación de los comportamientos sociales perseguida. Solo Bélgica, Holanda y Canadá lo habían hecho hasta ese momento. Hoy son ya más de 30 las naciones en que el matrimonio homosexual está reconocido y unas pocas más las que regulan la vida de pareja homosexual como “uniones civiles”. El tema ha venido a poner de relieve, una vez, lo compleja que es de suyo la sexualidad humana a la hora de encuadrarla en el conjunto de la vida social, pues no solo es instrumento de transmisión de vida, función que solo dura unos años, sino también alimentación y sostén de la propia vida, función que va desde el nacimiento a la muerte.
En este contexto de mejora de la comunicación y de la vida sexual de las personas, la mañana atrae nuestra atención sobre un hecho que depende de los parlamentos y que, por funesto, no debería repetirse jamás en nuestras sociedades: un día como hoy de 2005, un ultraortodoxo judío apuñaló en Jerusalén por fanatismo religioso a tres personas en una marcha de “orgullo gay”. Tras cumplir diez años de prisión, salió en libertad a pesar de insistir en que volvería a hacerlo cuando estuviera libre. Dicho y hecho, pues en 2015, una vez estuvo libre en la calle, volvió a apuñalar a doce personas más por el mismo motivo. Ello ha venido a demostrar, una vez más, que las sociedades, en las que realmente reside toda la autoridad, no saben ejercerla. Un delincuente peligroso debería estar recluido todo el tiempo que sea necesario para su regeneración, incluso toda la vida si fuera preciso. La prisión por prevención es beneficiosa para la sociedad, pues evita el daño; la prisión como castigo es, además de inútil porque el daño ya está hecho, aberrante porque a nada bueno conduce la venganza.
¡Qué complicada es la vida humana con lo simple que podría ser si los humanos hiciéramos bien las cosas! La exclamación se debe a que nuestros serios peligros, tan reales como prácticamente inevitables, deberían ser solo los que revolotean sobre nuestras cabezas. Lo digo porque hoy se celebra también el “día internacional de los asteroides” como aniversario del impacto, en este día de 1908, de un asteroide en Tunguska (Siberia), que arrasó dos mil kilómetros cuadrados. No es difícil imaginar su devastación sabiendo que el impacto fue de una potencia 185 veces superior a la de la bomba atómica de Hiroshima. La NASA dice que hay más de dieciséis mil asteroides en las proximidades de la Tierra. La celebración de este día se hace con el loable propósito de informar que la mitigación los terribles efectos del impacto de un asteroide requiere una acción coordinada de la comunidad internacional para salvaguardar la seguridad pública.
El día nos lleva a preguntarnos si, como humanos que somos, nos facilitamos o nos dificultamos la vida unos a otros. Los cristianos decimos que toda vida está en las manos de Dios. Las enfermedades y los accidentes sobrevenidos son dos de sus grandes escollos, pero afortunadamente hoy, por los progresos en tantos órdenes de la vida, ya estamos en condiciones de contrarrestar los estragos de las primeras y de prevenir muchos de los segundos. Pero, ¿podremos algún día domesticar como es debido la fiera que cada uno llevamos dentro? Nosotros mismos somos el mayor peligro para nuestras propias vidas. ¿Alguien podría contar las muertes que nuestros comportamientos van dejando tras de sí? Habría que contar todas las muertes por hambre, la mayoría de los suicidios, las víctimas de las guerras, de los terrorismos, de los asesinatos y de los expolios. En un escenario tan monstruoso es preciso que los cristianos gritemos, a tiempo y a destiempo, que profesamos una “religión de la vida”, la vida del pan de vida, la vida de la comunidad sólidamente asentada en un único “cuerpo místico”, la vida de Jesús que sigue vivo en nosotros mismos.
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