Audaz relectura del cristianismo (80) Dogmas del s. XXI
Religión, ciencia, política y moral
| Ramón Hernández Martín
Hoy bien podría servir de frontispicio de esta reflexión la festividad litúrgica de la realeza de Cristo, igual a Dios, tal como recoge el credo, uno de los dogmas más sustanciales de la Iglesia: un rey servidor de su pueblo. Reinado-servicio de justicia y de paz: ¡casi na!
Verdad y razón son dos poderosas fuerzas que polarizan fuertemente nuestra conducta, incluso nuestra sicología. No hay peor cosa para alguien que se precie de su condición de persona honesta e inteligente que le digan que miente o que le lleven la contraria sin argumentos consistentes. Conozco personas que se dejarían cortar una mano antes que reconocer un error o dar su brazo a torcer.
Dogma es un término que tiene mucho que ver con la firmeza en la posesión de la verdad. El DRAE le asigna cancha en cualquier ramo del conocimiento: “principio innegable de una ciencia; doctrina revelada por Dios; punto capital de todo sistema, ciencia, doctrina o religión”.
El dogma se refiere por antonomasia a las verdades inmutables de la fe cristiana. En sus primeros siglos, la Iglesia se esforzó por definir, con precisión conceptual milimétrica, un “credo” como confesión y proclamación de los contenidos básicos de la fe cristiana a fin de preservarla de opiniones supuestamente desviadas o corrosivas. Fue una ardua tarea intelectual que delimitó los campos, pulió los conceptos y dejó fuera de juego, anatematizándolos, a cuantos no se dejaron ahormar por las fórmulas elegidas.
El credo cristiano
Para dar mayor consistencia y durabilidad al elenco de dogmas, se estableció incluso un “cierre” definitivo de la cuestión decretando que toda la revelación estaba contenida en los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos considerados canónicos y proclamando un credo intocable. En varios concilios se estableció que, para la interpretación auténtica de ese depósito de la fe, base de todo desarrollo teológico, se tuvieran en cuenta los escritos de los “padres de la Iglesia”, coautores del credo, y el magisterio de la Iglesia.
La teología, tan determinante incluso para nutrir los libros de la revelación (por ejemplo, el plan divino de salvación de san Pablo), lleva siglos ahondando en los contenidos del credo para esclarecerlos y explicarlos a los fieles. Esa misma teología, ramificada en tantas escuelas y facultades, se ha convertido muchas veces en jaula de grillos, desencadenando enconados enfrentamientos y rupturas dolorosas en el seno de la Iglesia de Cristo, deseada una por Jesús de Nazaret.
Desde sus orígenes, la historia del cristianismo está llena de fuertes discrepancias y hasta de interpretaciones contrapuestas al informar sobre la fe y al encauzar la conducta de los creyentes. Más allá de la división inaudita de los cristianos en iglesias y sectas, hoy hay fundadas sospechas de que ni siquiera la Iglesia católica, apostólica y romana sea realmente una.
El dogma cristiano del s. XXI
Reconózcase o no, al igual que ocurre en terrenos políticos y económicos, el ámbito religioso padece en nuestro tiempo una grave crisis de identidad. Opino que urge someter este tema a un severo reajuste de perspectiva, descendiendo de las oscuras cumbres de la verdad abstracta, desde las que las jerarquías eclesiales otean el panorama y amarran férreamente las conciencias de sus fieles, a las cavernas de la caridad que cura pústulas, quita hambres, enjuaga llantos, gesta esperanzas, consuela soledades, produce alegrías y abre caminos de humanización.
El dogma católico necesita un riguroso filtrado por la caridad, una vivificante lectura hecha desde el amor. El rigorismo de las fórmulas hiere la madura conciencia crítica de nuestro tiempo. El afán inquisidor debe ser incinerado en los altos hornos del sentido común y la grandilocuencia litúrgica, guardada en relicarios. El evangelio cristiano tiene que ser levadura que fermenta, sal que vigoriza y luz que ilumina.
El dogma científico
En el ámbito científico, el saber acumulado durante siglos es punto de partida para nuevas conquistas. Cada avance descubre un nuevo trecho por andar. El único dogma posible en este ámbito es el desafío de la materia, la inerte y la orgánica, a la inteligencia humana. Cabe que dentro de algunos miles de años el hombre llegue a dominar el gigantesco archivo de esa materia, de la que los más sabios dicen conocer apenas un cinco por cien, por más que todos veamos, olamos, oigamos, palpemos y saboreemos despreocupados su gran riqueza.
Lanzarse desde los conocimientos científicos actuales a pontificar sobre el destino del ser humano o sobre la vacuidad de la creencia en un Dios benévolo y providente, al que se le niega asiento en plaza, no es más que una osadía inaudita y una ignorancia supina. El científico consecuente intuye, en razón de lo que va descubriendo con esfuerzo, la inmensa tarea que aún le queda por realizar y confiesa humildemente su impotencia frente al todo.
Un dogma científico, creíble en nuestro tiempo, es que la investigación tiene delante un campo inagotable, que la realidad es inconmensurable y que la investigación rigurosa requiere paciencia y humildad.
El dogma político
En el ámbito político, ámbito que se presta fácilmente a la depredación oportunista, la democracia como pacto social es un gran logro y un sólido dogma funcional, cuya fuerza radica en ser realmente gobierno del pueblo por el pueblo, es decir, en que quien gobierne en nombre del pueblo lo haga realmente en favor de este. Los grupos de poder que se justifican y se asientan sobre la democracia pierden legitimidad cuanto el pueblo desaparece de su horizonte operativo. El servicio del pueblo es el gran dogma político, el único que, en última instancia, consolida y vigoriza la legitimidad del poder. Hay mucha chatarra en los gobiernos, incluso en los que se llenan la boca diciendo que son” democráticos.
El dogma moral
La conciencia de los derechos humanos nos lleva hoy a no profesar más dogma, en el ámbito moral, que el valor supremo de la vida humana. El precepto moral básico exige orientar toda conducta a la conservación de la vida. Arriesgar la propia vida, salvo para salvar otras, es inmoral. También lo es arriesgar u obstaculizar las vidas ajenas. Hoy vivimos en una gran inmoralidad. No hemos venido a este mundo a hacer lo que nos dé la gana ni con nuestro dinero, pues los bienes de la tierra pertenecen colectivamente a todos los seres humanos, ni mucho menos con nuestra propia vida, pues, siendo ella un regalo, conlleva la ineludible obligación moral de conservarla y transmitirla gratuitamente. Este es el único dogma moral válido para nuestro tiempo: ahormar nuestra conducta y darle juego humano.
Humanización
Religión, ciencia, política y moral, cuatro grandes dimensiones de la conducta humana, sometidas a un único dogma inmutable e irreformable: el valor supremo de la vida humana. La religión y la moral que no orientan al hombre en su peregrinar y lo liberan de su propensión a lo inmediato, salvándolo de sí mismo, no merecen tal nombre. Por su parte, la ciencia y la política solo se justifican en la medida en que sirven al hombre. No hay más punto de apoyo que favorecer la vida humana, ni más más camino que el del hombre.
Camino escarpado y tortuoso en los inicios del siglo XXI. Distamos mucho de los mínimos necesarios para sobrevivir. Más que humanos, parecemos salteadores de caminos. La atroz crisis económica que sufrimos nos invita a abrir nuestra mente y a despejar el único camino de salvación, el de la humanización de nuestra conducta.
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