El cristiano y la Cuaresma II Domingo de Cuaresma: La Transfiguración

"La Transfiguración, aunque solo hubiera tenido una finalidad preventiva y fugazmente consoladora fue para los Tres y es para nosotros, necesaria, porque pone de manifiesto que no estamos solos a la hora de evangelizar, que el Resucitado va con nosotros"
| Antonio G. Nadales
“Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías…Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías-” (Lc 9,28ss).
Yendo de camino Jesús con discípulos les dijo: “Mirad que subimos a Jerusalén y allí el Hijo del hombre va a sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16,21).
Cuando despertó el alba de la salvación de Dios, y Jesús comenzó a predicar, acompañando su palabra de signos manifiestos e indiscutibles, despertó, también, la furibunda envidia y el odio de los religiosamente buenos y justos. A veces es más hiriente un milagro que mil palabras, pues éstas se las lleva el viento y se olvidan, pero el milagro está ahí a los ojos de todos fastidiando y, encima si indagas, descubres al benefactor de la misericordia divina. No pudo ser de otra manera, la persecución contra Jesús de Nazaret comenzó pronto, como lo indica Marcos (3,6).

Caminando con cansancio, sudor y preocupación los Doce más el Señor llegaron al Tabor. Estando a los pies del monte, Jesús les propone hacer un alto para reponer fuerzas y pensar (traían materia para reflexionar con el anuncio de la pasión). Buscando a sus predilectos, Pedro, Santiago y Juan, les pide un esfuerzo más, subir con él a la cima del monte para orar.
Jesús, abrumado por los hechos inminentes que sucederán en la ciudad santa, habla con su Padre. Yahvé y su Logos se unen en comunión de amor y la divinidad resplandece en la pobre humanidad del Hijo. La presencia de la gloria de Dios crea un clímax de bienestar y paz, pero, sobre todo, da certeza de la existencia divina. Con palabras simples pero verdaderas dirá Simón: Señor, ¡qué bien se está aquí!, tratando de comunicar una experiencia que no tiene fácil explicación.
Valió la pena, se dicen, dejar las redes, la casa y la familia por seguir al Mesías
Jesús ora por él y también por los suyos, sus amigos, que eran del mundo y el Padre se los ha dado, se los ha confiado, y ahora teme que su crucifixión sea incomprensible para ellos, sea demasiado fuerte. Teme que dejen de confiar en su divina persona, que se pierdan. Si creéis en Dios, creed también en mí.
Y Dios responde a la súplica de su Hijo haciendo visibles, a los ojos de los discípulos a Moisés y Elías, que conversan con él sobre lo que iba a suceder en Jerusalén. Y los Tres elegidos oran contemplando la gloria divina como nadie lo hizo antes, y se reafirman en su elección por el carpintero de Nazaret. Valió la pena, se dicen, dejar las redes, la casa y la familia por seguir al Mesías.

Los santos, que en ocasiones son favorecidos por la gracia divina con experiencias extrasensoriales, cuando se difuminan los fenómenos místicos, y tienen que volver a la dura realidad, deben de pasarlo francamente mal. Supongo que la experiencia de la Transfiguración del Señor fue para los tres discípulos más beneficiosa que perjudicial, aunque posiblemente en el momento de la pasión no recordasen nada o les pareciera pura ilusión lo vivido en el Tabor.
Ante las muchas dificultades de la vida, el hombre sin fe, con alguna racionalidad y gran ambición, necesita y crea su propio monte donde subir y transfigurarse: su monte Olimpo. Es la montaña del engaño para la mayoría
Ante las muchas dificultades de la vida, el hombre sin fe, con alguna racionalidad y gran ambición, necesita y crea su propio monte donde subir y transfigurarse: su monte Olimpo. Es la montaña del engaño para la mayoría, la alienación más materialista y consumista que pone en la adquisición de bienes su plenitud y felicidad. Es el lugar donde el pobre se hace más pobre y dependiente capaz de esclavizarse de por vida, con tal de disfrutar de las migajas que caen de la mesa de los ricos.
Éstos aumentan su riqueza y ahondan la distancia que separa a los capitalistas de los trabajadores. Son capaces de todo por mantenerse en la cumbre del poder, percibiendo sus dividendos, y si fuera preciso comprar a los legisladores para que legislen conforme a sus intereses y a los magistrados para que les favorezcan en sus sentencias.
Viven como paganos, pero no se consideran ateos. Sus creencias son de trasfondo veterotestamentario. Su dios los bendice con riquezas, salud y todo lo necesario para ser bienaventurados, porque se creen buenas personas. El culto que dan está vacío y lleno de hipocresía. Socialmente aparecen como íntegros y hasta son reconocidos por los pobres como dignos de ser imitados.

El cristiano en este contexto religioso, moral y social no lo tiene fácil. No deja de ser un pabilo vacilante zarandeado por los vientos de la frivolidad y el miedo de ser aplastado por sus riquezas. La misma Iglesia en la que confía como profeta en medio de tanta injusticia es, no pocas veces, objeto de crítica y censura justificada por el pésimo comportamiento de sus altos dirigentes, y, aunque comprende su fragilidad, desearía que fueran testigos convincentes de las esperanzas cristianas; realidades espirituales que no encuentra por ningún sitio.
El cristiano vive en comunión con la institución eclesial porque necesita de la palabra de su Señor, de sus sacramentos, de la fraternidad de los discípulos, que, cargando con sus limitaciones, aspiran a convertirse en el hombre nuevo que propone Jesucristo, y súplica ardientemente que mande profetas a su comunidad y al mundo.
La Transfiguración, aunque solo hubiera tenido una finalidad preventiva y fugazmente consoladora fue para los Tres y es para nosotros, necesaria, porque pone de manifiesto que no estamos solos a la hora de evangelizar, que el Resucitado va con nosotros, que somos libres para creer, cambiar, mejorar y transfigurarnos en el hombre nuevo que cada uno lleva dentro, pues no en vano somos hijos de Dios.
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