Convertirnos al evangelio de la misericordia
La Bula de convocación para el año jubilar, publicada el 11 de Abril, señala los aspectos centrales que se quieren explicitar con esta prioridad dada a la misericordia. Conviene aclarar que es necesario profundizar en este término y ahondar en su sentido porque tal vez nos conformemos con pensar en tener algo más de compasión con los que sufren. Pero el mensaje va más allá: el mismo Jesús es el rostro de la misericordia del Padre. Es decir, toda su persona, su actuar, sus palabras, nos revelan al Dios que El anuncia que lejos de ser juez o castigador –como a veces un catolicismo rigorista nos lo presenta- es misericordia incondicional, amor sin medida, “rico en misericordia” (Ef 2, 4).
El año jubilar comenzará el próximo 8 de Diciembre haciendo memoria de la clausura de Vaticano II. De esta manera se recuerda la novedad que este Concilio trajo y el cambio de dirección que señaló. El Papa espera -haciendo eco de las palabras de Juan XXIII en la inauguración del Concilio: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad…”-, que este año jubilar propicie una fecunda historia de compromiso con todos en el horizonte de la misericordia: “¡cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!” (No. 5).
¿Cómo concretar estos deseos? Ante la pregunta del Maestro de la Ley a Jesús sobre qué tenía que hacer para heredar la vida eterna, Jesús le habla del amor a Dios y al prójimo y, ante la siguiente pregunta, sobre quién es el prójimo, le relata la parábola del Buen samaritano, mostrando de manera muy gráfica que uno se hace prójimo de los demás cuando se compromete absolutamente con su suerte y haciendo eso es que se abren las puertas del reino (Lc 10, 25-37). La Bula papal está llena de todos los ejemplos del actuar de Jesús como misericordia, señalándola como el ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe (No. 9).
Por esto el rostro de la Iglesia o es de misericordia o no puede revelar el rostro del Dios de Jesús: “Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (No. 10). El papa reconoce que “tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable pero, la iglesia no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa” (No. 10).
Y una vez más, como lo ha hecho en todo su pontificado, el Obispo de Roma, pone el énfasis en los pobres que son “los privilegiados de la misericordia divina”: “¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la iglesia está llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio (…) Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (No. 15).
Este énfasis en los pobres como destinatarios privilegiados de la misericordia lo fundamenta en la misma misión de Jesús relatada por el evangelio de Lucas (4,16-18) donde es claro su anuncio de liberación para los pobres (No 16) y en el profeta Isaías (58, 6-11) donde de manera tan gráfica señala que el ayuno que Dios quiere es soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos, compartir el pan con el hambriento, albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes (No. 17).
Aunque el Papa dedica parte de la bula a llamar a la conversión a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida, en particular a los que pertenecen a algún grupo criminal, a aquellos que ponen todo su interés en el dinero y en el amasar fortunas y a los que propician la corrupción (No. 19), debemos tener cuidado de no creernos libres de esos pecados y no aprovechar la llamada a la conversión que significa un jubileo. Y este, en concreto, nos llama a la conversión al evangelio de la misericordia. Es tiempo de mirar nuestra conducta legalista y convertir nuestro corazón al amor misericordioso de Dios. ¿Qué puertas y ventanas podemos abrir en nuestra propia vida para mirar a los hermanos con respeto, acogida y, por supuesto, con misericordia? ¿qué esquemas mentales hemos de cambiar para ampliar las estructuras eclesiales y acoger, en verdad, a los que hemos estigmatizado o rechazado en nombre de Dios? Que la Madre de la Misericordia, como llama el Papa a María (No. 24), nos convierta desde dentro para acoger la misericordia divina y ser testigos incondicionales de esa misericordia para el mundo.