"La vida de fe no es el cumplimiento de preceptos" Consuelo Vélez: "¿Qué podría hacer el clero en este tiempo de pandemia?"
"Algunos se han esforzado por alimentar la fe de la gente con las misas, oraciones, charlas, cursos, etc., por los medios de comunicación y no han ahorrado esfuerzos"
"No es sencillo orientar el camino en esta situación que nadie imaginaba"
"Me gustaría que la Conferencia Episcopal no dejara de tener una voz profética frente al modelo social y económico que se vive en el país"
"Me gustaría que la Conferencia Episcopal no dejara de tener una voz profética frente al modelo social y económico que se vive en el país"
No pretendo tener la respuesta a esta pregunta, porque quienes pueden responderla son los mismos protagonistas que conocen, de primera mano, la realidad que pastorean y que pueden ver la situación con todas las implicaciones que conlleva. Pero me atrevo a proponer algunas sugerencias más a modo de deseo que de poder hacerlas realidad en una situación tan compleja.
Antes de todo hay que reconocer cómo esta situación está afectando al mismo clero. No sólo tienen que asumir su propia realidad personal -afrontar la cuarentena, los miedos, las incertidumbres, las dificultades económicas, etc.- sino que también, junto a esto, han de responder por las obras que llevan entre manos, sean parroquias, obras sociales, educativas o administrativas. Los que son párrocos, tienen una feligresía tan variada, como es todo grupo humano, donde unos piden que se abran ya los templos, otros piden que no lo hagan; unos que atiendan pastoralmente todas sus peticiones, otros simplemente están alejados y no se acuerdan de apoyar en absoluto las necesidades de la parroquia.
Otros están viviendo en carne propia lo que viven tantas personas: tienen que pagar salarios a sus empleados y, materialmente, no tienen cómo. Muchos otros han compartido lo poco que tienen con los más pobres de sus parroquias, pasando también necesidad. También están los que se han esforzado por alimentar la fe de la gente con las misas, oraciones, charlas, cursos, etc., por los medios de comunicación y no han ahorrado esfuerzos para buscar, con creatividad y dedicación, estar del lado de la gente y seguir viviendo su vocación de servicio.
Los obispos, por su parte, llevan encima la preocupación de responder a todas las necesidades de su diócesis y de orientar el camino en esta situación que nadie imaginaba y no terminará pronto. Y todo esto en la situación concreta de cada país. En Colombia, por ejemplo, fuera de la pobreza estructural, que es evidente, y común a tantos países, existe la violencia fruto de esa pobreza, pero también del conflicto armado que aún se vive y de todas las dificultades para implementar el acuerdo de paz con los exguerrilleros de la FARC.
¿Qué puedo, entonces, proponer que no estén ya haciendo muchos clérigos Personalmente me gustaría que la Conferencia Episcopal no dejara de tener una voz profética frente al modelo social y económico que se vive en el país y que en esta ocasión vuelve a gritar por un cambio.
Que no se contente con el discurso del gobierno nacional que solo apunta a la “reactivación de la economía” -haciendo lo mismo que se ha hecho siempre- sino que denuncie y anuncie que es el momento de pensar en otras formas de economía que no se basen en el lucro de los grandes empresarios, sino que se reparta y se comparta lo que se tiene -sea esto mucho o poco-. Que se comience a planear un sistema de salud que cobije realmente a todos y sea de primera calidad. Que no vuelvan a cortarle los servicios públicos -que se supone han reconectado por la pandemia- a ningún pobre que no pueda pagar. Estos servicios son un derecho para todos, no un favor que se hace en situaciones difíciles.
"Pensar en otras formas de economía que no se basen en el lucro de los grandes empresarios, sino que se reparta y se comparta lo que se tiene, sea esto mucho o poco"
Que no se queden quejándose, como muchos compatriotas, por los atentados que siguen produciendo los actores armados, sino que sigan insistiendo al gobierno nacional para que dé pasos hacia el diálogo, que cumpla con los compromisos adquiridos con los que firmaron la paz, que el gobierno no pase de largo ante las muertes de tantos líderes sociales, sino que busque como defender la vida, esa vida que le quitan en Colombia a los que luchan por los derechos humanos, por la justicia social. En otras palabras, que sean profetas de la vida digna y justa para todos. Todo esto forma parte de ladimensión social de la fe que el Papa Francisco explicitó tanto en su primera Exhortación Evangelii Gaudium.
Pero también me gustaría que todo el clero en general aprovechara este momento para seguir acompañando a los fieles invitándolos a una madurez en la fe. Este tiempo hace mirar hacia lo esencial y no a quedar presos de lo accesorio, circunstancial, cultural, o de la tradición eclesiástica. Desde la guarda del precepto dominical -que al paso que vamos volverá a ser realidad no sabemos cuándo- hasta todo lo que tiene que ver con la liturgia, los ritos, los gestos, etc. Es tiempo de que los cristianos entiendan que la vida de fe no es de cumplimiento de preceptos, ni de tener escrúpulos (por recibir la comunión en la mano, por ejemplo, algo tan sencillo y tan puesto en duda por tanto clérigo y laico), sino de amor y servicio como lo hizo Cipriano, obispo de Cartago quien, en la peste del año 250, no respondió celebrando actos de culto para invocar el favor de Dios, sino ocupándose de la ayuda de quienes sufrían las consecuencias e invitando a los cristianos a que hicieran eso mismo.
Es necesario que los clérigos repitan a los fieles que la presencia de Jesús en el hermano y, especialmente, en el pobre, es tan real como su presencia en la Eucaristía y la comunidad no se mide por estar todos juntos en un lugar sino por el compartir los significados y valores de la vida cristiana que nos hacen uno en Cristo. Además, la mejor evangelización que podemos hacer es el amor que nos tenemos unos a otros, como lo hicieron los primeros cristianos. Podríamos preguntarnos: ¿Nos están reconociendo a los cristianos por ese amor a toda prueba? Tal vez predicar esto con más fuerza es más importante que justificar ante los fieles si es válida la eucaristía por televisión o si es urgente abrir el templo, etc.
También es hora de un clero que no teme experimentar la pobreza y hacer real una iglesia pobre –como también lo ha señalado tanto el papa Francisco- que tal vez no pueda ofrecer grandes obras pero que vuelve a confiar en lo único importante, como dijo Pedro en los inicios de la predicación cristiana: “no tengo plata ni oro: pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesús, levántate y anda” (Hc 3,6). Estamos muy acostumbrados a una pastoral llena de recursos -muy buenos y necesarios-, pero también es importante creer que se puede evangelizar desde la pobreza, desde la precariedad, desde lo poco que se tenga. ¿No sería, así, una iglesia más parecida a lo que Jesús quería?
Todo lo que deseo es difícil vivirlo en una iglesia estructurada como lo está actualmente. Pero, acaso, ¿no es así el evangelio que anunciamos? Es lo que han sabido vivir aquellos obispos que han marcado la historia, aquellos clérigos que han roto con los moldes establecidos y se han arriesgado a vivir la radicalidad del evangelio y han hecho posible que la fe continúe, el amor se viva y la esperanza no se pierda. Ahora es nuestro tiempo, ojalá que no lo desaprovechemos con estas actitudes posibles y con tantas otras que, de hecho, ya están realizando muchos clérigos y que se pueden seguir proponiendo.