"Los jóvenes están dejando de adherir a credos religiosos" Creencias, valores y actitudes en la sociedad argentina
En tan sólo once años la adscripción a la fe católica pasó de más del 75%, a un poco menos del 63 %. Los sin religión pasaron del 11,3 % al 18,9 %, y los evangélicos, de un 9 % a un 15,3 %.
El mayor nivel de instrucción educativa es un factor que incide en la ausencia de creencias religiosas o en su abandono.
Si las religiones no toman conciencia de los cambios, si persisten en un pensamiento fundamentalista, irán desapareciendo paulatinamente para dar paso a nuevas formas de espiritualidad.
Si las religiones no toman conciencia de los cambios, si persisten en un pensamiento fundamentalista, irán desapareciendo paulatinamente para dar paso a nuevas formas de espiritualidad.
Hoy llamamos a nuestro amigo Pedro Villa, argentino, radialista concientizador hacia una nueva visión cristiana, que nos aporta cómo se ve la realidad de la religiosidad en Argentina. Nos dice:
«El actual descenso en las creencias y prácticas religiosas en las sociedades denominadas occidentales está considerado como un signo característico de estos tiempos.
A los datos aportados anteriormente sobre la situación en Italia y Alemania, podemos agregar ahora lo que sucede en un país latinoamericano como la Argentina, si bien el relevamiento expresa porcentajes de 2019.
En ese año se llevó a cabo la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina, a través del programa Sociedad, Cultura y Religión del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL, CONICET). La primera data del 2008.
La misma tuvo lugar entre agosto y septiembre de 2019 y relevó un total de 2421 casos domiciliarios en todas las regiones del país, a partir de la construcción de una muestra representativa de los niveles económicos y educativos, distribución etaria y sexo.
Comentando los resultados de la encuesta, Miguel Faigón, del CONICET, decía en un artículo publicado el 20 de enero de 2020, que, en relación con la encuesta de 2008, a nivel nacional se advertía un retroceso significativo de la adscripción al catolicismo que, de todas formas, continuaba siendo mayoritario; pero, se advertía un crecimiento de los evangélicos y del segmento que no se reconocía en ninguna religión institucionalizada, así como también de los ateos y agnósticos. Esto sucedía así –aunque en diferentes grados– para las seis regiones de la Argentina: Area Metropolitana de Buenos Aires, Patagonia, Centro, Cuyo, Noreste y Noroeste.
“En tan sólo once años –seguía explicando Faigón– la adscripción a la fe católica pasó de estar por encima de las tres cuartas partes de la población (más del 75%) a ser un poco menos del 63 %. Mientras tanto, los sin religión se incrementaron de un 11,3 % a un 18,9 %, y los evangélicos lo hicieron de un 9 % a un 15,3 %.”
“Esta tendencia general no es exclusiva de la Argentina, sino que es común a los diferentes países de la región y, en términos más generales, a todos los países que alguna vez tuvieron hegemonía católica. Algo similar ocurre con la curva en ascenso de los sin religión y de los evangélicos”, señalaba en el mismo artículo Verónica Giménez Béliveau, investigadora independiente del CONICET y también directora de la encuesta.
Las expresiones de esta investigadora ya permitían vislumbrar un proceso que, posiblemente, haya ido “in crescendo” en estos últimos años: en Argentina, en comparación con otros países latinoamericanos, los sin religión parecen crecer a un ritmo mayor, al tiempo que los evangélicos lo hacen de forma más gradual. Y es muy probable que esto haya sido a expensas del catolicismo.
De la misma manera, si nos manejamos teniendo en cuenta las edades, los resultados de la encuesta ya permitían ver una tendencia cada vez más acentuada: entre los más jóvenes, el peso de los evangélicos y los sin religión es mayor; y entre los más adultos, el catolicismo conserva guarismos más altos.
En el ámbito educativo, en 2019 los evangélicos representaban un porcentaje mayor entre los de menor escolaridad: o sin escolarización o tan solo escolaridad primaria. Los sin religión, en cambio, aparecían entre los de mayor nivel de instrucción, tanto terciaria como universitaria.
Si a estas alturas tenemos que deducir conclusiones de los datos anteriores, estos nos están señalando que los jóvenes están dejando de adherir a credos religiosos o se están inclinando hacia posturas más fundamentalistas, mientras que los adultos permanecen fieles a la educación religiosa recibida.
Asimismo, el mayor nivel de instrucción educativa también es un factor que incide en la ausencia de creencias religiosas o en el abandono de las mismas.
La encuesta también aportaba porcentajes que eran el correlato de lo anterior: la baja asistencia al culto, al que sólo un 27% de las personas concurrían al menos una vez por mes, mientras un 29,6% y un 43,3 % lo hacía únicamente en ocasiones especiales. También destacaba que entre los evangélicos la asistencia al culto era mucho más frecuente que entre los católicos.
“El universo de los llamados sin religión no se limita solamente al segmento de los ateos y agnósticos. En realidad, la mayor parte, aunque no se sientan identificados con ningún culto y carezcan de filiación institucional, se consideran a sí mismos creyentes e incluso algunos realizan prácticas religiosas. Son creyentes sin filiación religiosa”, aseguraba Juan Cruz Esquivel, uno de los investigadores participante de la encuesta, también citado por Faigón.
Y, completando los datos de las creencias religiosas en Argentina, dentro del ranking de creencias de los sin religión, se ubicaba en primer lugar la energía, en la que creían el 71,6 % de los 457 casos reportados. La seguían: la suerte (55,2 %); los ovnis (36,8 %); la vida después de la muerte (34,1%) y la astrología (33,8 %). Curiosamente, tres de cada diez creían en Jesucristo y apenas algunos menos en Dios.
Es obvio (y posiblemente lo ratifique un futuro relevamiento) que Argentina se está alineando con los países en los que las religiones institucionales están perdiendo adeptos en una forma llamativa, fundamentalmente entre sus estratos instruidos, y manifiestan un cierto crecimiento las que se aferran a fundamentalismos carentes de racionalidad, sobre todo entre sus habitantes con bajo nivel de educación.
Pero no es un proceso totalmente novedoso. Ya sabemos que a partir del movimiento cultural del siglo XVIII denominado la Ilustración, las ciencias fueron develando las incógnitas que hasta ese momento solo tenían una explicación mágica y sustentada en creencias religiosas.
En pleno siglo XXI ya son pocos los interrogantes a los que el ser humano todavía no les ha encontrado respuestas. Y, ciertamente, la revolución cosmológica (tienen mucho que ver los telescopios Hubble y James Webb) ha sido uno de los puntales: ya no es posible seguir creyendo en la presencia de un espíritu, encima antropomorfizado, que se encuentra en un segundo piso, controlando nuestro comportamiento y prometiéndonos un premio o un castigo.
Podríamos seguir enumerando dogmas y prácticas litúrgicas, cualquiera sea la religión que las contenga, anquilosadas en el tiempo y surgidas como fruto de una mentalidad imperante muchos siglos atrás y mantenidas a rajatabla y a base de condenas, y que ahora están chocando contra las evidencias de la “religión del conocimiento.”
Argentina no es una isla. Se está incorporando a un mundo globalizado en todos los aspectos. Si las religiones que se profesan en su territorio no toman conciencia de los cambios, si persisten en un pensamiento fundamentalista, padecerán el mismo proceso que en los países mencionados al principio como ejemplos: irán desapareciendo paulatinamente para dar paso a nuevas formas de espiritualidad.»
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