Andarse por las ramas o gastar pólvora en salvas.
| Pablo Heras Alonso.
Comulgo con los ideales liberales, me siento librepensador positivo a pesar del desprestigio que acumula esta palabra merced a los despiadados y eficaces ataques de los clérigos biempensantes de siglos pasados y recientes.
El pensamiento liberal – librepensador se jacta de determinados logros propiciados por él en los últimos ciento cincuenta años. Y tiene razón. Por resumir:
1) Ha conseguido echar por tierra, demoler, arruinar gran cantidad de fábulas en que se alzaba el edificio cristiano.
2) Ha logrado que muchas conciencias se sintieran, al fin, libres del sentimiento de culpa por supuestas acciones pecaminosas que nada tenían que ver con el credo y menos con la vida
3) Ha conseguido que determinados actos que tenían que ver con la verdad social queden liberados de juramentos compulsivos como si dicho juramento fuera garantía de veracidad: judicatura, educación, salud, fuerzas armadas...
4) La democracia actual ha conseguido casi plenamente desligarse de elementos teocráticos que contaminaban o lastraban su andadura.
5) Y quizá su mayor victoria estribe en la separación efectiva de la Iglesia y el Estado, con toda la ristra de leyes que, diciendo lo mismo, nada tienen que ver con la doctrina cristiana.
Los tales se pierden, nos perdemos, en aspectos que no son sino “lo mío – anti – lo tuyo”: “Tú tienes, haces, dices... esto, por lo tanto hay que hacer, decir o tener lo mismo pero en sentido contrario”. Me parecen simplezas determinadas luchas y campañas como éstas:
- Tratar de imponer una educación laica que no es otra cosa que catecismo laico.
- Sustituir ceremonias de iniciación como bautismo o comunión, por ceremoniales laicos.
- Tratar suprimir el toque de campanas como en algún lugar se ha pretendido.
- O la limpieza del ambiente, suprimiendo estatuas y “aclarando” cimas.
- Mirar con ojos despreciativos la presencia de sotanas en la calle.
Eso no es, en términos coloquiales, sino tomar el rábano por las hojas o querer matar mosquitos a cañonazos. Todo eso no diferiría en nada de las pretensiones de un hereje. Más bien a la corta que a la larga tal actuación propiciaría la aparición de otros Seres Supremos con sus magias añadidas hasta llegar a dioses como Stalin.
¿Entonces, qué? La verdadera agonía de la credulidad estriba en debelar lo que es, credulidad. Por lo tanto, lo que un auténtico liberal ha de pretender es la “episteme”, el conocimiento, la cultura; la educación de las conciencias. Con ello, todo lo demás vendrá por añadidura, pero sin episodios “guerra-civilistas” de ningún tipo.
Si la credulidad, en un intento de salvar los muebles, esgrime el argumento de “la moralidad”, bien podría contestar un humanista liberal que él también
- Pone a la familia por encima de cualquier institución del estado
- Proclama al virtud del esfuerzo y del trabajo
- Propugna el respeto a la autoridad, a los padres, a los ancianos...
- Quiere que sus hijos se eduquen en la ascesis, en el esfuerzo por construir su personalidad, dominando sus pasiones, fomentando valores positivos
- Quiere que los más pobres de la sociedad tengan posibilidades y ayudas para poder salir del marasmo en que viven...
¿Eso no lo predica también el párroco de la aldea? Pues eso no patrimonio de la religión. Es patrimonio del hombre.