Cosas raras veredes.

Se habla de los sinópticos como si el relato de los tres evangelistas fuese lineal y concorde unos con otros, y no es así. Sí, relatan los mismos o parecidos hechos, pero cada uno  añade o suprime detalles suficientemente significativos.

Es el caso de la elección de los apóstoles, extraídos de entre los discípulos que le seguían o interpelados directamente, dirigiéndose Jesús al personaje elegido. El más significado de todos fue Simón Pedro, junto a su hermano Andrés, a quienes dijo: “Seguidme y yo os haré pescadores de hombres. Y al punto dejaron sus redes y se fueron con él”.

Este episodio, relatado como lo hace Mateo, no deja de ser poco creíble y hasta ridículo. ¿Puede alguien dejar su trabajo y sus pertrechos, abandonar a su familia y marchar a la aventura con el primero que pase a su lado, por más que se presente a ellos con aura de gran predicador taumatúrgico? Sería milagro de la enorme personalidad de Jesús, por supuesto.

Otra cosa es lo que aparece en Lucas, que le dejaron a Jesús usar la barca para predicar y, como premio compensador, Jesús les proporcionara una pesca abundantísima e inhabitual. Normal que Pedro quedara embrujado: las futuras pescas le sacarían de la pobreza.

En la tercera versión Juan se hace protagonista de todo, llama a Andrés, éste convence a Pedro y les presenta a Jesús. A lo largo de su carrera, Juan parece enfermo de protagonismo: es el primero que “se apunta”, se titula “el preferido”,  en la Cena se recuesta en Jesús, está ante la cruz con su madre  y es el primero en llegar al sepulcro…

Resulta también desconcertante la figura de Pedro, el impulsivo, el primario, el testarudo y a veces imprudente. ¿Cómo llegó a ostentar la primacía entre los apóstoles? Puestos a comparar Pedro con Judas, el “delito” de ambos sería como para descartar a los dos del estamento apostólico.  Los dos se arrepintieron de lo que habían hecho, la diferencia es que, a uno, lo perdonó Dios-Jesús y al otro permitió que se suicidara. Ambos, sí, arrepentidos.

Pablo, dicen los Hechos de los Apóstoles, acudió a Jerusalén a contrastar lo que él ya predicaba desde hacía tres años con la doctrina que el Espíritu Santo decía por boca de los apóstoles. No consta que hubiera discordancia doctrinal, quizá porque Pablo les aturdió con lo que él “sabía” de Jesús convertido ya en Cristo, y no los apóstoles que, como mucho, tenían claras dos ideas, la moral de Jesús y el advenimiento del reino.  

Pero sí hubo discordancia en la disciplina, en los sujetos a convertir a la nueva fe: los de Jerusalén, judíos, y los de Antioquía, gentiles. Pedro da la sensación de que se mantuvo en una postura ecléctica y condescendiente, no así el resto, sobre todo Santiago, con mucho peso en el colegio apostólico. Parece ser que hubo consenso: Pedro y compañía, dedicados a los judíos; Pablo, a los gentiles.     

Hay otra curiosa alusión a Pedro aparece en la carta a los gálatas, enviada por Pablo desde Antioquía. Los gálatas eran habitantes de Galacia y de origen galo, en Anatolia central, Turquía. Habían sido evangelizados por Pablo, pero los judíos les habían inducido a acatar la ley de Moisés.

Pablo, en dicha carta, hace referencia a un viaje de Pedro a Antioquía (de Jerusalén a Antioquía de Siria hay 667 km a pie). ¿Cuál pudo ser el motivo de tan largo viaje? No se sabe, pero lo cierto es que Pedro se muestra aquí del mismo parecer que Pablo respecto a alimentos vetados por los judíos,  comiendo con los gentiles. Pero cuando se encuentra con enviados desde Jerusalén por parte de Santiago, Pedro da marcha atrás en sus prácticas, él y los judíos de Antioquía. Esto saca de quicio a Pablo, se lo recrimina y le echa en cara la hipocresía y falta de libertad mostradas en su conducta.  

No se sabe que rumbo tomaría Pedro desde Antioquía. No es probable que se dirigiera a Roma, donde no existía todavía comunidad asentada. Pablo se queda con el santo y seña de la predicación: nada de Ley, la única que es válida es la de Cristo que vive en cada uno de los fieles.

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