Estudiar, pensar y deducir: ¿lo hacen los cristianos?

Sacrificio, conversión, salvación, misterio, avenencia del hombre con Dios, intermediación divina; compromiso personal, experiencia de la presencia de Dios en el mundo, oración y petición de auxilio, promesa de inmortalidad en la gloria... Todos estos elementos, actos y situaciones conforman el entramado de la religión cristiana, especialmente si consideramos la aparición de Dios en el mundo desde que el Hijo quiso hacerse presente en él y se constituyó como Salvador de los hombres, venciendo a la muerte por su resurrección.

La religión cristiana busca y consigue que el hombre, con el poder de la gracia divina, alcance, mantenga y viva dentro de las influencias benignas que la salvación procura. Y, “sensu contrario”, que reduzca, aparte de sí y quede preservado de las influencias malignas –demonio, mundo y carne— para mayor provecho tanto del individuo como del grupo humano que cumple sus obligaciones, especialmente las rituales en relación con Dios.

Para cada uno de esos procesos o elementos constitutivos de la vida religiosa, la Iglesia ha procurado o establecido unos ritos, o más genéricamente prácticas litúrgicas, que hacen posible tanto la presencia de Dios entre nosotros –sacramentos—como la religación del hombre con Dios a través de Jesús, el mediador –oración y actos rituales—.

El cristianismo tuvo desde el comienzo un carácter muy diferenciado respecto a aquellas religiones que podrían considerarse sus fuentes: se hizo universal frente a las religiones nacionales (el judaísmo lo era y también religiones griegas y romanas); se hizo personal, teniendo como salvador a un dios hecho hombre; creó un entramado social de creyentes que no hacía diferencias de raza, sexo o condición social.  

Todo lo dicho lleva a pensar que el cristianismo supuso una ruptura con lo que era habitual en el mundo antiguo, incluso en nuestro mundo actual. Puede parecer también que el cristianismo vino a inaugurar un mundo maravilloso de conversión y salvación, pero… ¿era la cristiana la única religión que ofrecía todo esto?

Allá por 1969 estudié en profundidad las religiones mistéricas, especialmente la de Eleusis. Fue una tesina escolar. Hoy vuelvo a rememorar aquellas elucubraciones. Llegaría a ser, éste, uno de los capítulos en mi proceso de “conversión” a la racionalidad, aunque en ese año y posteriores todavía la fe incrustada en mi sesera pudo vencer la tentación de “superar” el cristianismo.

En Eleusis, hoy un barrio de Atenas, se veneraba a la diosa Deméter.  Podríamos añadir a las religiones llamadas “mistéricas” los cultos a Diónisos, Orfeo, Cibeles, Atis, Isis y, el más extendido en los estertores del Imperio Romano, Mitra.

La reflexión que ahora hago se refiere a la inexistente diferencia entre la veneración a estos dioses, entre el culto a los mismos, entre los misterios y ritos a ellos referidos… y Cristo. Más aún, Cristo ha llegado a ser para mí la reencarnación a través de Pablo de Tarso, de todos esos dioses y misterios. Todos encarnan los diversos “aspectos” que hemos referido en las primeras líneas: salvación, identificación con el dios a través de los ritos, búsqueda de la inmortalidad por unión con los dioses, desposorios de Cristo con su Iglesia...

Las religiones oficiales, especialmente en el Imperio Romano, habían perdido relevancia porque no satisfacían las inquietudes personales que agobiaban a los individuos, especialmente las referidas a la muerte y a la desaparición de este mundo. De ahí la gran solvencia, relevancia y difusión de las religiones de los misterios, incluido el cristianismo que se propagó por todo el Imperio.  

El cristianismo, a la postre, se alzó como el único misterio poseedor de la verdadera promesa en la vida eterna. Venció porque convenció al pueblo romano de que la única salvación verdadera era la que traía Cristo consigo. Cristo era la única certeza de la inmortalidad. Es lo que Pablo de Tarso refiere en su I Carta a los fieles de Corinto.

([1]) En Diónisos, devorado por los Titanes, los “mystai”, los iniciados comen carne resucitando con el dios que moría y participando de su inmortalidad. En Eleusis se celebraban los misterios de Deméter, que recupera a su hija Perséfone (o Core) rescatada del dios de los infiernos, conmemorando  sus sufrimientos y alegrías, la pasión y el triunfo de la diosa que otorga la inmortalidad. Atis, amante de Cibeles, es según J. Frazer  el dios de la vida, la muerte y la resurrección. Los mystai también morían con el dios para resucitar con él y gracias a él.

En los misterios de Isis, también importados al Imperio romano, se celebraba la muerte, sepultura y resurrección de Osiris, de todo lo cual participan los iniciados.  Los misterios de Mitra presuponen un prolijo conjunto de ritos que incluyen pruebas y trabajos e incluso una especie de pasión divina. Según Justino, la cena de Mitra, tan parecida a la eucaristía, se debió a una inspiración del diablo.

Las Epístolas de Pablo explican con detalle cómo el cristiano es sepultado mediante el bautismo con Cristo, resucitando con él para la gloria. En la cena eucarística se parte el pan y se reparte el vino, que son su cuerpo y sangre, se rememora y se hace realidad la muerte de Cristo. Al comulgar el pan y el vino, el creyente se identifica con Cristo muerto y resucitado.

A fin de cuentas, todos estos cultos tienen una relación un tanto lejana con los primeros escarceos religiosos que hacían referencia a cultos agrarios que revivían el mismo renacer de la vida, del sol, tras la muerte de la naturaleza en el invierno. Lo que hizo el cristianismo, apoderándose de todo ello, fue espiritualizar, sublimar y personificar las creencias del entorno. No se entiende la religión cristiana sin sus precedentes, primero las religiones nacionales y, más inmediatamente, las religiones de los misterios.

[1] En Alfred Loisy “Los Misterios Paganos y el Misterio Cristiano” se puede leer una explicación exhaustiva de los distintos mitos paganos.

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