Más sobre los cimientos de arena de la Iglesia.
| Pablo Heras Alonso.
En los inicios del cristianismo, y siempre según sus propios relatos, bien que no puedan ser tomados como documentos históricos, hay informaciones sobremanera inverosímiles, a veces sorprendentes, con frecuencia contradictorias cuando no inadmisibles.
Hay algo bien claro que, lógicamente, la Iglesia no podrá admitirlo, pero que tanto en los evangelios como en la interpretación de exégetas independientes es evidente: la Iglesia tal como hoy la conocemos, no fue una “fundación” de Jesús. El se consideraba un judío seguidor, a veces reformador para un mejor acatamiento, de la Ley y los Profetas. Lo dijo claramente en varias ocasiones: “No he venido a poner fin a la Ley, sino a darle su verdadero sentido”.
El texto de Mateo --…y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”—es a todas luces un añadido cuando ya la Iglesia de Roma había adquirido suficiente relevancia. ¿Pedro había tomado “posesión” de Roma? No hay constancia alguna de afirmaciones textuales claras al respecto, más bien todo lo contrario, las hay en contra.
Resulta curioso que Pablo escriba a los romanos –año 57 o 58--, refiera el nombre de una treintena de representantes de la comunidad y no cite a Pedro. Para esos años Pedro debería haber llegado a la ciudad, posiblemente después de su estancia en Antioquía, porque la leyenda lo sitúa muy pronto en Roma. Por otra parte, testimonio del año 200: Ireneo ofrece una lista de obispos de Roma, enumera unos doce, pero en ella aparece como primer papa, Lino. Pedro no. Y sucede lo mismo en una referencia del año 270: en una Constitución Apostólica se cita a Lino, nombrado por Pablo, pero no a Pedro como primer obispo de Roma.
Hoy la mayor parte de los biblistas ecuménicos, católicos y protestantes, están de acuerdo en que todo lo referido a Pedro en su relación con Roma es pura leyenda. Copio un texto al respecto:
No hay testimonio seguro del hecho de que Pedro haya regido nunca como jefe supremo u obispo la iglesia local de Roma. Según el N.T. no sabemos nada de una sucesión de Pedro en Roma.
La Iglesia se fue formando a partir de grupos de seguidores de Cristo provenientes de la diáspora de Jerusalén y de comunidades fundadas por Pablo y, según Hechos de los Apóstoles, contra el parecer del grupo apostólico liderado no tanto por Pedro cuanto por Santiago, para quienes la aceptación de gentiles en la comunidad cristiana iba contra el espíritu de Jesús.
Hoy nadie pone en duda que, sin Pablo de Tarso, la secta judía de los cristianos habría sido subsumida por la religión oficial judía. Pero, y esto es lo inaudito, Pablo fue un visionario, un alucinado, un iluminado que se guiaba, según él dice, por la comunicación directa con Cristo y cuyas afirmaciones –Cartas—chocaron con la doctrina del resto de los apóstoles (Hechos de los Apóstoles); Pablo no había vivido con Jesús; Pablo no sabía nada de Jesús ni de sus enseñanzas directas; todo lo que afirma son imaginaciones suyas, fundadas en sus conocimientos del Antiguo Testamento, de las religiones paganas, especialmente las “mistéricas”, y de las corrientes éticas del helenismo.
Después del encontronazo de Pablo con Pedro en el Concilio de Jerusalén, Pedro desaparece del relato de Lucas (Hechos, 15.23), cosa que choca con la supuesta tradición de Pedro como cabeza de la Iglesia romana. El iracundo Pedro no deja de ser sino un turista dudoso o imposible de Roma. Su elección es pura leyenda. El “quo vadis?” y la crucifixión de Pedro no dejan de ser leyendas que la Iglesia quiso convertir en realidades. Y si algo queda claro de los relatos de Hechos es que Pedro fue causante, “ex aequo” con Pablo, del primer cisma de la Iglesia.
La comunidad primera de Jerusalén, en los años que van desde la muerte de Jesús hasta los años 67 o 70 (destrucción de la ciudad), no podía ser muy numerosa, por el descrédito de un condenado a la cruz y por el temor de los discípulos a aparecer como tales dentro de la comunidad judía, cada vez más radicalizada contra el poder romano. Y resalta el hecho de que el apóstol más relevante en esta comunidad fuera Santiago.
Sin embargo, tras la aparición del “apóstol” Pablo, comenzaron a aparecer, organizadas, comunidades potentes de cristianos, fieles a una nueva creencia y, sobre todo, sin el corsé de las prescripciones judías. La comunidad cristiana más importante y numerosa fue la de Antioquía. ¿Existía ya una pugna entre sedes?
Dejamos a un lado las tonterías arqueológicas de Pío XII cuando el 23 de diciembre 1950 anunció al mundo el hallazgo en el Vaticano de “posibles” restos de Pedro, basado en una inscripción ¡en griego! que puede decir una cosa y la contraria. Posteriormente Pablo VI dio por seguros los restos de Pedro encontrados en un montón de huesos bajo la basílica vaticana (audiencia general de 26 de junio de 1968). La credulidad al más alto nivel.