Coincidencias navideñas.
| Pablo Heras Alonso.
Decíamos ayer que hubo suficientes dioses, semidioses o héroes que sirvieron de modelo a los evangelistas para forjar la figura de Jesús. Algo de aquí, bastante de allá, elaboración personal no excesivamente personal y… nace Jesús como salvador, redentor, hijo de Dios, Verbo encarnado, dios trinitario y todo lo que se quiera añadir, que de hecho se ha añadido a lo largo de los siglos.
Volvemos al principio, modelos que sirvieron de inspiración para hacer literatura salvadora. Esta literatura llamada “Nuevo Testamento”, amplificada y enormemente propagada, sirvió de alimento de la fe de quienes están dispuestos a aceptar salvaciones fáciles. La fuerza simbólica y doctrinal de unos y otros relatos no es la misma, porque todo lo que se refiere a Jesús tiene presunción de veracidad, incluso de historicidad, dado que así se ha predicado, en tanto que los otros parecen ser mera fabulación.
Es aquí donde entra en juego la función crítica de cada persona, si es capaz de deducir y hacer un análisis imparcial de lo que se presenta a su consideración, en este caso relatos precursores puestos en parangón con los archisabidos de la propia creencia. Veamos más citas:
De BUDA: Cuando estaba a punto de nacer de la virgen Maia. Por obra del poder divino llamado “Santo Espíritu”, un coro de ángeles del cielo comenzó a cantar: “Vosotros, mortales, adornada la tierra, porque Bodhisatwa, el gran Mahsatwa, muy pronto descenderá para nacer entre vosotros. ¡Estad preparados! Buda está a punto de descender y nacer.
Los espíritus que estaban presentes y que rodearon a la virgen Maia y al Niño Salvador, cantaban las alabanzas del “Bendito entre todos” y decían: “Alégrate reina Maia y regocíjate con júbilo, porque el hijo que has dado a luz es santo…”.
De CONFUCIO: El nacimiento de Confucio está rodeado de muchos sucesos maravillosos… Cuando a su madre Ching-Tsae se le acercaba el tiempo, le preguntó a su marido si no había por allí cerca algún lugar que se llamase “la morera hueca”. Él le dijo que había una colina que así se llamaba y que en su parte sur había una cueva seca. Ella le dijo: “Allá me iré a dar a luz”. En la noche en que el niño nació, vinieron dos dragones y lo custodiaron haciéndole compañía.
Sean dragones o sean el buey y la mula, es indiferente. Todo depende del entorno cultural en que se elabora a leyenda. Es la Naturaleza la que se alegra por la presencia de un dios entre los hombres. Se repite el lugar de nacimiento, una cueva. Nacen en una cueva Krishna, Hau-Ki, Esculapio, Quirino, Baco, Adonis, Apolo, Mitra, Attis, Hermes, e incluso Zeus, el Júpiter romano.
Y respecto al nombre de la madre de Buda, Maia, resulta curioso que muchas madres vírgenes de dioses del entorno palestino comiencen por “M”: María o Miriam, la madre de Jesús; Maia, la madre de Buda y de Hermes en la India y Egipto respectivamente; Myrra, la madre de Dionisos y Adonis, en Tracia y Fenicia; Maya o María, la madre de Codom, en Siam.Por supuesto, la ascendencia o genealogía de cualquiera de estos recién nacidos es relevante a la hora de conceder prestancia al personaje. En tiempos en que reyes o faraones adquirían el estatus de dioses o de hijos de dioses, Jesús y asociados no podían ser menos. Así, todos los dioses salvadores, ante la posibilidad o el temor de poder recuperar el trono y la posible usurpación del poder constituido, sufren la persecución de las autoridades ejercientes.
De KRISHNA. Una voz celestial le habló al padre adoptivo de Krishna y le dijo que huyera con el niño a través del río Jumma, porque el rey Kansa trataba de quitarle la vida al divino infante: y para cumplir su propósito envió mensajeros para que matasen a todos los recién nacidos de los lugares vecinos.
Respecto a lo que apuntábamos arriba, la ascendencia real de todos los recién nacidos, también es significativa la coincidencia o universalidad de todos los dioses. Y eso en cualquier civilización que haya elaborado una teogonía propia, Asia, Europa e incluso América, alejada de las elaboraciones dominantes en Europa.
Los evangelistas se preocupan por vincular el origen de Jesús con la estirpe de David. Antes que ellos, los ya citados Krishna, Buda, Rama, Confucio, Horus, Hércules, Baco, Perseo y Esculapio descienden de reyes. Más extraño o desconcertante resulta que los dioses americanos tengan como ascendientes a los llamados “señores de la tierra”. Los dioses “salvadores” americanos: los dioses toltecas de México; los mayas del Yucatán; los muicas de Colombia; los indios de Nicaragua y los incas del Perú; igualmente los hombres-dioses cheroquis, iroqueses y algonquinos de América del Norte… todos hijos de reyes.
Y en los relatos melifluos de todos ellos no faltan las apariciones de ángeles, el “abrirse los cielos”, el canto de los coros celestiales, o que la cueva o lugar de nacimiento se iluminase con resplandores cósmicos.
Lógicamente, que el vulgo creyente pudiera acceder en tiempos pasados a tales referencias era de todo punto imposible, entre otras cosas porque la tropa intelectual que generó el corpus a creer, ya se preocupó de que nada de eso trascendiera a la plebe crédula. Ni siquiera hoy, con tanta facilidad para la información, se conoce, más que nada porque el interés del público cristiano es mínimo por no decir nulo: ya el occidente donde crece la creencia en Jesucristo tiene suficiente con el legado evangélico, con el añadido del agobio consumista que ha generado.