El juicio de Fidel Herráez.

Tengo un CD con las deposiciones judiciales de Fidel Herráez en enero de 2018. Sala judicial destartalada, como un almacén. Sentado al filo del banco, inclinado hacia delante; voz meliflua, casi convincente, parece que la cosa no va con él... y lo que parece es que el odio mueve a quienes le demandan.

Ya no sé qué pensar; el relativismo me secuestra el juicio; el cansancio, la conciencia; mi sentido crítico se vuelve crítico consigo mismo; la duda indiferente me torna inconsecuente... Total, que soy más partidario de la “ataraxia” que de la defensa de cualquier derecho o la denuncia de sinecuras, porque he llegado a la convicción de que todos tienen razón.

Ayer viví ofuscado, es un decir, por la noticia del caserón de Villarmentero, donde ha decidido sestear Fidel Herráez en sus jubileños años. Hoy me digo que quién soy yo para juzgar eso y otras cien cosas que sé de él. Por ejemplo, los juicios en que se ha visto sumido.

Digo lo del principio, porque digamos lo que digamos nada va a cambiar. Por más que presentemos hechos o desechos, él se reirá de nosotros y todos veremos cómo no cambian las cosas. Y creo que eso mismo ha pensado Fidel en su fuero interno. Dudo que le entren dudas sobre su razón en la compra del caserón por 300.000 € y la reforma por 180.000: ¡este palacio no es para mí, es una gran adquisición de la Iglesia de Burgos!  

Pero mi sentido “cristiano”, que no tengo, me replica: ¿a cuántos pobres se podría haber subvenido con esa cantidad? No directamente, pero sí con albergues, comedores, casas de acogida, centros para encauzar a jóvenes desorientados... Y Fidel se excusa diciendo lo del Evangelio: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros”, o algo así. Y tiene razón.

El juicio o los testimonios. Me he pasado una hora larga viendo de nuevo el CD con la declaración en los juzgados de Madrid del demandante (no considero oportuno decir su nombre) y con la del demandado, Fidel Herráez. La primera declaración fue el 22 de noviembre de 2017; la de Fidel Herráez el 15 de enero de 2018, entre las 14:40 y las 15:08.

Fidel tiene una cualidad propia de obispo, que su palabra es testimonio de verdad. Al oírle nadie diría, no que miente, eso no, sino que no dice la verdad o la dice a medias. Y como es obispo, nadie puede dudar de su palabra. Es mi propio caso: me destrozó vida, con pérdida de dos trabajos, y vocación, porque no he querido saber nada desde entonces de cuestiones educativas. Pero... ¿qué iba a hacer él, si el Señor Cardenal le había mandado desmantelar el colegio? Oye, pues es cierto, tiene razón. Pobrecillo. 

El demandante había sido compañero de juegos y de colegio de Fidel, ambos huérfanos de policías. No habían vuelto a verse hasta, más o menos 2012, en el despacho de C/ Bailén 8, ambos casi septuagenarios. Tanto el uno como el otro conocían a sus respectivas madres.

La madre del demandante había sido una persona relevante en el mundo de la educación, mujer muy piadosa, que había sufragado, en la iglesia de San Millán y San Cayetano, el altar dedicado al Cristo de Serradilla (Cáceres) con sus bancos, relicarios, vasos sagrados, retablo, estandartes... y fundación de la Cofradía. Tras la muerte de su madre y su ausencia de España, los rectores religiosos habían desvalijado todo, excepto la reproducción del Cristo de las Victorias. Y la Cofradía, más o menos disuelta, creándose una asociación semi religiosa formada por una familia.

Al volver a España, el demandante pidió explicación del saqueo al párroco, al obispado, a Rouco... sin que le digan el porqué del saqueo y sin conseguir resarcimiento alguno. Al menos, dijo, que se cumpla el deseo de mi madre, la Cofradía del Cristo de Serradilla. El demandante era un famoso pintor-escultor que había hecho cientos de retratos, entre ellos a Pablo VI y a Mao-tse-Tung, imagen la de éste que todos tenemos en la retina.

Nuevos trámites legales para conseguir estatutos actualizados, entrevistas numerosas entre uno y otro. El uno dice que Fidel le había pedido un retrato de su madre, en esos días residente en Ávila con el hermano; el otro, Fidel, afirma que el retrato era un ofrecimiento suyo, un velado deseo de agilizar los trámites para la restauración de la Cofradía. Y los dos tienen razón, a tenor de sus palabras. Yo, por el tono, la forma de contar los hechos, le creo al demandante.

Sucede que los Estatutos duermen el sueño de los justos. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Es entonces cuando el demandante, dado que como Fidel no cumplió, tanto el cuadro de su madre como un valioso icono que le había dejado a su cristianísima madre para sus rezos, han de volver a él. El cuadro lo devuelve el hermano de Fidel. El icono, de gran valor por haber pertenecido a Boris Pasternak, no apareció: Fidel dice que en su traslado a Burgos desapareció; que nunca le dio valor alguno; que lo tuvo por ahí apartado; que era un cuadro vulgar; que llamar icono a eso... Aquí Fidel trata de ser convincente, pero balbucea demasiado. Y fin de mi CD. 

Según parece, nuestro ínclito Fidel debe tener, que no temer, alguna que otra demanda judicial. Siendo consecuente con mi primer párrafo, pediría que no le amarguen su bien ganada jubilación. Total, ¿para qué? Aunque salga condenado, ¿a qué será condenado?

Y ahora mi pregunta. Ciñéndonos a lo que ha sido hasta ahora su vida, vista la edad que tiene, las peripecias por las que ha pasado, por lo que ha tenido que tragar, por lo utilizado que ha sido, yo le preguntaría si sigue creyendo en la Iglesia, en el Papa, en Rouco, en Jesucristo Sacramentado y en los doce artículos del Credo. ¡Por supuesto, me ofende quien lo dude! 

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