Sobre libertad y gracia divina.

La libertad presupone reflexión previa. Cuando uno tiene que elegir, debe sopesar pros y contras, ventajas e inconvenientes, consecuencias,  secuelas, resultados, provecho personal. Aquel que sin saber nada de Dios recibe “ofertas”, que pueden ser conversaciones con personas convencidas o discursos de profesionales fervientes o místicos, puede sentirse arrebatado por el fervor y convertirse o puede reflexionar sobre lo que recibe.

Entre miles de ellos, uno de los puntos oscuros en casi todas las creencias es el modo de acceder a la divinidad, a Dios Padre entre los cristianos. Entendamos este acceso a Dios tanto como estadio inicial, que es el fundamento de una posible vida distinta, una conversión,  como acceso progresivo, como maduración gradual.

Este acceso a Dios presupone también la correspondencia que Dios proporciona al hombre, su “gracia”. ¿Qué es antes, ser bueno para ser merecedor de la gracia divina o esperar a recibir dicha gracia para hacernos buenos? ¿Basta, como fuerza inercial primera, tener fe, creer en que "Dios obrará"?

Si el acceso a Dios lleva a ser luego mejor, lo mismo da obrar bien una vez, la primera, la que establece el vínculo con Dios, que seguir obrando bien después, en cuyo caso  no se necesitará a Dios; si, por el contrario, lo verdadero es lo segundo, que la gracia de Dios actúa, ¿dónde quedan la voluntad propia y la libertad para cambiar, elementos sustanciales en el ser personal?

Soy consciente de que esta  pregunta dicotómica puede parecer una falacia, pero están en juego tanto el poder de la gracia como la voluntad libre del hombre.

No ha de olvidarse otro aspecto de la libertad, el que se refiere a la posibilidad de que el hombre sea malo, cuando priman el egoísmo y los instintos. Libertad como origen necesario del pecado y del mal. La libertad de Adán fue la fuente del mal.

Por otra parte, ¿qué sucede con todos aquellos que no apuestan por Dios? ¿Forzará Dios sus puertas para entrar, lo quieran o no? Si Dios es infinitamente bueno, ¿cómo va a dejar "a priori" faltos de alimento a tantos seres humanos que ni siquiera lo conocen?

Y por último, ¿qué sentido sobrenatural tiene una organización con edificios, palacios, editoriales, redes y equipos informáticos... en algo que es tan personal y espiritual como la relación del individuo con "su creador"?

Ya sabemos que los teólogos se han devanado los sesos para disolver los nudos gordianos que les atan y desentrañar estos asuntos de libertad frente influjo coercitivo de la gracia o de los “deseos” de Dios, pero sigo sin tener la respuesta, no me convencen sus explicaciones.

En el fondo de todo, un círculo vicioso más: para acceder a Dios hay que ser buenos o al menos tener la intención de serlo, pero en realidad sólo somos buenos si Dios dispensa su gracia, porque nada podemos con nuestras fuerzas.

Hasta Lutero se devanó los sesos con este asunto. La gracia, como su nombre indica, es "gratis", pero para recibirla tengo que disponer adecuadamente el receptáculo, es decir, tengo que ejercitar la voluntad.  Y, de paso, algunas veces "ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.

Volver arriba