El silencio no es solución

Continuamos con el tema de días pasados en relación a la vivencia de determinados problemas internos "individuales" que no dejan de ser comunes. 

De ese silencio surgen sentimientos varios: sentimiento de incapacidad para enfrentar la propia vida; sentimiento de indignidad para vivir una vida privilegiada cual es la de ser elegido de Dios; sentimiento de fracaso; vivencia de su situación como auténtica hipocresía; incluso llegar a considerarse mentirosos por profesión, máscaras ante los demás que ocultan la propia personalidad o en frase bien conocida y vivida por ellos, sepulcros blanqueados. Sin darse cuenta de que ¡tal cúmulo de "males" es normal y vivencia común!

Todo esto puede llegar a generar un carácter internamente inestable y vacío, con desequilibrios generados por la frustración. Lógicamente la defensa ante tales vivencias es la de rechazo. Pero rechazo que siempre es asumido con un fuerte sentimiento de culpabilidad.

Pero lo grave del asunto, lo quieran reconocer o no, estriba en que la “profesión” de elegido de Dios produce conflictos individuales que no deben achacarse al individuo. La vivencia negativa de tal profesión por parte del individuo “sacralizado” no es fruto del propio fracaso: hay algo en las estructuras de la Iglesia católica que lo provoca.

En la Iglesia hay tal amalgama de conceptos institucionalizados que es ya un revoltijo y confusión de ideas sobre la educación que se debe impartir, roles individuales y sociales a asumir y desarrollar, funciones laborales que mezclan lo teórico con lo práctico, encuadramientos jerárquicos o laborales, gracias y favores que dicen otorgados por Dios... que confunden al personaje afectado. Porque lo divino ha secuestrado a lo humano de jure, pero no de facto. Como gustan decir, lo humano ha sido asumido por lo divino... pero no demasiado.

Sin embargo, la gracia divina será lo que sea, pero no cura la angustia ni la depresión ni las fobias; la ayuda de Dios no es suficiente para que la convivencia (sobre todo) entre hermanas sea todo lo aceptable que debiera ser. El “carácter imprimido en la ordenación” no es suficiente para superar la sensación interior de frustración que produce una designación no querida. Et sic, cétera.

La Iglesia introduce enfoques moralistas en los problemas individuales –este sentimiento es bueno o es malo, has fracasado o has logrado los propósitos que la Iglesia esperaba de ti, eres digno o indigno siervo de Dios— cuando tales enfoques lo que hacen es desenfocar la situación vital del individuo.

El lenguaje extra natural o sobrenatural de “gracia”, “vocación”, “ayuda de Dios”, “misterio encarnado en un hombre elegido”… no puede aceptarse para la resolución de conflictos. Y menos culpabilizar a un individuo concreto por sentir lo que siente o asimilar sentimientos internos a criterios morales de culpa o fracaso.

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