DEMASIADOS MISTERIOS

En el cristianismo, a “lo que no se comprende pero se cree por la fe”, se le llama “misterio”. Dentro y fuera del cristianismo  el término “misterio” es definido como ”asunto secreto o muy reservado”” o “algo oculto, difícil de comprender o que no tiene explicación lógica”. De la primera de las acepciones  y de la que es depositaria la Iglesia, RD. cuenta en su amistosa nómina con firmas preclaras  de proyección nacional e internacional que en la pluralidad de versiones “misteriosas” están capacitadas para ilustrarnos dentro de lo que está permitido y cabe en el “misterio” para seguir siendo y presentándose como tal.

De entre los misterios relacionados con el apartado  religioso de alguna manera tangencial, aquí y ahora y sin más pretensiones que las colindantes con la catequesis y el sentido común se me ocurre, entre otras, estas sugerencias:

¿Acaso no le sobran “misterios” a la Iglesia, teniendo presentes  las primeras -y únicas- Constituciones  de Jesús, que fueron los santos Evangelios?.¿No atiborraron estas de cánones, preceptos misteriosos y artículos de fe a lo largo y ancho de la historia  sus responsables jerárquicos, pensando también –¡y de qué manera¡-  en los intereses propios y de su grupos social, familiar, patronal, y por demás, religiosos?

Comenzando por el principio y por lo más cercano a los posibles prosélitos, o aspirantes a serlo, ¿qué capacidad de convicciones espirituales- sobrenaturales pueden aportar signos y símbolos litúrgica tales como los “ornamentos” llamados “religiosos” ¿ Para los “ornamentos” y además “religiosos” no ha lugar en la Iglesia, a no ser que con ellos se pretenda absurda y vanagloriosamente destacar el poder de sus portadores jerárquicos.

¿Es creíble que entre los adelantados eclesiástica, ocupen puestos primeros -y de relevancia- por vocación y “ordenados in sacris”, grupos -Órdenes y Congregaciones religiosas, entidades y organismos reconocidos oficialmente por la Curia romana?. Están de más, y sobran soberanamente sobrenombres tales como “Legionarios”,”Damas de Cristo Rey”, “Cruzados/as”, “Esclavos/as”, Obra de Dios –“Opus Dei”- (como si los demás tuvieran que serlo del demonio), tíitulitis y adjetivos superlativísimos de los que la mujer, por mujer, está substantivamente descalificada, cargos y cargas, privilegios con nombres exclusivos de varón y aún referencias teológicas tan relevantes como las propias de Dios, virilizado por definición y naturaleza, atributos, propiedades, características y comportamientos.

La confesión de que la Iglesia es pobre y de los pobres, es misterio tanto o más insondable que el de la Santísima Trinidad, aunque este haya sido conocido y reconocido como dogma de fe por los concilios y, al referise a los pobres, apenas si se les haya aplicado atención especial en algunas Cartas Pastorales, Encíclicas, homilías y demás exhortaciones  oratorias. En tal panorama -“una cosa es predicar y otra dar trigo”- el comportamiento de los predicadores- evangelizadores “en el nombre de Dios”, personal y en grupo, no resulta ejemplar, sino todo lo contrario. Basta y sobra con oír sus engolados tonos de voz, antes y después de contemplar sus gestos.

En la actualidad, vigente el protocolo de los Derechos Humanos y su correspondiente reconocimiento en las Constituciones de los países firmantes, constituye un sorprendente “misterio” el hecho de que no aparezca entre ellos a representación alguna vaticana.

Insondable misterio es también el hecho de que tanto en la liturgia, como en la periferia eclesiástica, en general, sean los obispos, y solo ellos, los adoctrinadores “oficiales” en la fe, con exclusión, a veces expresa, de laicos y laicas, tantas veces capacitados ellos y ellas al igual y aún más que los mismos miembros de su jerarquía.

¿Qué relevante misterio hay en el gesto litúrgico de que los obispos tengan que predicar la palabra de Dios -homilía, equipados con sus mitras y báculos y entre nubes de incienso, “con autoridad” y no siempre debidamente preparados para tal menester. ¿Acaso puede prepararse como Dios manda, una homilía en las estancias palaciegas en las que están avecindados?

De no desvelarse -y explicarse- lisa y llanamente, dentro de lo que cabe y corresponde-, estos misterios, entre otros, del futuro de la Iglesia puede aventurarse que está peligrosamente comprometido.

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