Parábola del publicano crecido
Aquel hombre entró después de varios años en el templo. Nadie recuerda si la última vez había sido en un funeral, en una boda o en una Primera Comunión. Y ante la iglesia llena de conocidos y desconocidos, levantó los ojos al cielo y dijo:
Gracias, Señor, porque no soy como toda esta gente: beatos, meapilas, hipócritas... Vienen a misa todos los domingos y se tragan al año sacos de obleas en comuniones. No desaprovechan la ocasión de hablar con los curas y hacerles el rendibú. Andan metidos en grupitos y reuniones de tres al cuarto: que si el consejo de tal o de cual, que si liturgias y otras monsergas, que si Cáritas, que si el voluntariado de esto o de lo otro... Ganas de figurar. Al final, casi siempre los mismos. Y, lo peor de todo: se creen superiores a los demás. Aunque lo disimulen... Se pasan las horas amén, amén, del coro al caño y del caño al coro; pero luego, en la vida, son de largo los peores.
Yo, Señor, no me ando con estas zarandajas. Al pan pan y al vino vino. Voy siempre por derecho y a cara descubierta. A franco no me gana nadie. Algunos problemillas me han creado en el trabajo. Envidia pura. Los jefes no consienten debajo de ellos a quien hable claro y, si se descuidan, valga cien veces más que ellos. Por ahí anduvieron propagando de mí que había tenido alguna pequeña escaramuza extramatrimonial. No soy un santo. Soy un hombre normal. No mato, no robo, no le he hago mal a nadie.
Gracias, Señor, porque no soy como éstos. Si hoy he venido aquí, Tu sabes por qué. Hay cosas de cosas, y circunstancias que mandan, ¿qué te voy a decir que te coja de nuevas? Hace muchos años que, si no me obliga, no piso una iglesia. ¿Para qué? ¿No te digo que son los peores...? A un vejete rancio, santurrón y algo retorcido que prefiero no nombrar le oí una copla hipócrita que también repetía mi abuela:
En casa del rezador
no pongas el trigo al sol.
Y del que no reza nada,
ni el trigo ni la cebada”.
Encima se creen mejores que los demás. ¿No te digo...?
Gracias, Señor, porque no soy como toda esta gente: beatos, meapilas, hipócritas... Vienen a misa todos los domingos y se tragan al año sacos de obleas en comuniones. No desaprovechan la ocasión de hablar con los curas y hacerles el rendibú. Andan metidos en grupitos y reuniones de tres al cuarto: que si el consejo de tal o de cual, que si liturgias y otras monsergas, que si Cáritas, que si el voluntariado de esto o de lo otro... Ganas de figurar. Al final, casi siempre los mismos. Y, lo peor de todo: se creen superiores a los demás. Aunque lo disimulen... Se pasan las horas amén, amén, del coro al caño y del caño al coro; pero luego, en la vida, son de largo los peores.
Yo, Señor, no me ando con estas zarandajas. Al pan pan y al vino vino. Voy siempre por derecho y a cara descubierta. A franco no me gana nadie. Algunos problemillas me han creado en el trabajo. Envidia pura. Los jefes no consienten debajo de ellos a quien hable claro y, si se descuidan, valga cien veces más que ellos. Por ahí anduvieron propagando de mí que había tenido alguna pequeña escaramuza extramatrimonial. No soy un santo. Soy un hombre normal. No mato, no robo, no le he hago mal a nadie.
Gracias, Señor, porque no soy como éstos. Si hoy he venido aquí, Tu sabes por qué. Hay cosas de cosas, y circunstancias que mandan, ¿qué te voy a decir que te coja de nuevas? Hace muchos años que, si no me obliga, no piso una iglesia. ¿Para qué? ¿No te digo que son los peores...? A un vejete rancio, santurrón y algo retorcido que prefiero no nombrar le oí una copla hipócrita que también repetía mi abuela:
En casa del rezador
no pongas el trigo al sol.
Y del que no reza nada,
ni el trigo ni la cebada”.
Encima se creen mejores que los demás. ¿No te digo...?