Ejemplo para los sacerdotes y obispos valencianos, siempre fiel a la lengua de su padre Alexandre Alapont, sacerdote alcudiano y referente en la inculturación, ha llegado a la casa del Padre
"Este martes, vigilia de la Virgen de l’Oreto, patrona de l’Alcúdia, ha pasado a la casa del Padre el sacerdote alcudiano, Alexandre Alapont, un hombre bueno, un presbítero ejemplar"
"Misionero durante más de 50 años en Zimbabwe, ha sido un referente en la inculturación de la Iglesia en ese país y un ejemplo para los sacerdotes y obispos valencianos, por su amor a la lengua propia del País Valenciano"
"Publicó un diccionario con conceptos de lengua, cultura, historia y literatura del pueblo Nambya, una tribu agrícola y ganadera, en uno de los países más meridionales de África. Vivió su estancia en Zimbabwe como un servicio"
"Decía: 'si volviese a nacer, volvería a ser misionero'. Desde el cielo esperamos su intercesión para que la Iglesia valenciana acoja nuestra lengua, en vez de rechazarla y prohibirla, como ha hecho hasta ahora"
"Publicó un diccionario con conceptos de lengua, cultura, historia y literatura del pueblo Nambya, una tribu agrícola y ganadera, en uno de los países más meridionales de África. Vivió su estancia en Zimbabwe como un servicio"
"Decía: 'si volviese a nacer, volvería a ser misionero'. Desde el cielo esperamos su intercesión para que la Iglesia valenciana acoja nuestra lengua, en vez de rechazarla y prohibirla, como ha hecho hasta ahora"
Este martes, vigilia de la Virgen de l’Oreto, patrona de l’Alcúdia, ha pasado a la casa del Padre el sacerdote alcudiano, Alexandre Alapont, un hombre bueno, un presbítero ejemplar.
Nacido el 27 de noviembre de 1932, el sacerdote Alexandre Alapont, misionero durante más de 50 años en Zimbabwe, ha sido un referente en la inculturación de la Iglesia en ese país y un ejemplo para los sacerdotes y obispos valencianos, por su amor a la lengua propia del País Valenciano.
Hijo Predilecto de l’Alcúdia i Premi Tio Canya del Bloc de Progrés, Jaume I de l’Alcúdia, Alexandre Alapont ha sido un sacerdote que, en su larga vida, ha dedicado sus más de 90 años, a vivir con fidelidad y con alegría el Evangelio. Y también ha sido un sacerdote pionero en la defensa de la lengua propia del País Valenciano. Y eso en un presbítero valenciano es de agradecer, ya que, desgraciadamente, el estamento eclesiástico del País Valenciano no acostumbra (sino todo lo contrario) a amar, valorar y utilizar la lengua de Sant Vicent Ferrer.
Alexandre Alapont, siempre con un espíritu joven y jovial y enamorado de Jesucristo, servidor del Reino y de los hombres, ha sido para todos los que hemos tenido la suerte de conocerlo y de tratarlo, un amigo, un ejemplo de sencillez como apóstol y un testigo del Evangelio.
Movido por el Espíritu del Señor Resucitado, muy joven, Alexandre dejó nuestro país y se fue a Zimbabwe para servir a aquel pueblo, convirtiéndose así en sembrador de la Palabra de Dios, además de contribuir a la cultura de las tribus que lo acogieron.
En una entrevista de Toni Álvarez, en el diario Levante-EMV, el 24 de enero de 2013, Alexandre Alapont un hombre sencillo y plenamente evangélico, amable y jovial, un sacerdote con olor a oveja, manifestaba su deseo de construir una Iglesia “con menos poder y riqueza”.
Durante los 51 años que estuvo en Zimbabwe, Alexandre Alapont publicó un diccionario con conceptos de lengua, cultura, historia y literatura del puebloNambya, una tribu agrícola y ganadera, en uno de los países más meridionales de África.
En aquella entrevista, Alapont recordaba que llegó a Zimbabwe el 2 de enero de 1957 y en los años que pasó en aquel país, fue testigo de la transformación de este estado africano, antes, colonia inglesa, hasta su independencia de la Gran Bretaña, en 1980: “He vivido la guerra de la independencia, el cambio de un gobierno de blancos a uno de africanos. He visto como, desde punto de vista misionero, gente que se ha interesado por la fe cristiana”.
La guerra, como decía Alapont en aquella entrevista, “fue muy dura, durante siete años”. Incluso, una noche Alexandre tuvo que huir de un poblado porque lo querían matar, y tuvo que caminar “en la noche, en medio de la selva, dos o tres kilómetros”.
Desde pequeño, Alexandre quería ser misionero: “Igual que una persona quiere ser médico o abogado, yo le decía a mi padre que quería ser misionero”.
En aquella entrevista en Levante, Alexandre recordaba la amabilidad y la acogida que tuvo en la tribu donde él vivió. Cabe recordar que Alapont contribuyó muy positivamente en la transformación material y cultural del pueblo Nambya, ya que “en la parte cultural he codificado la lengua de la tribu donde estaba. La hablaban pero no la escribían. Les enseñé a poner los sonidos en grafías y traduje la Biblia a su idioma”.
Alexandre vivió su estancia en Zimbabwe como un servicio: “No he querido ser nunca un mandamás, sino que he querido escucharlos en cuestiones lingüísticas y culturales. Ellos eren los amos de su lengua y cultura y yo les ayudaba”. Y es que la actitud de Alexandre era muy clara: “Hay quien piensa que el misionero va a dominar y a pisotear, y eso crea enemistad. El misionero, ni tan solo va a predicar, sino a compartir la fe cristiana”. Por eso Alexandre decía que estaba “contento de mi vida”, de tal manera que “si volviese a nacer, volvería a ser misionero”.
"Decía: si volviese a nacer, volvería a ser misionero"
Hombre libre y crítico con el poder, Alexandre decía en aquella entrevista, que “las manifestaciones y las protestas son buenas, porque la gente padece y no tenemos que conformarnos con decir a todo que sí”. Por eso en aquella entrevista de 2013, con un gobierno en el País Valenciano que desatendía la sanidad, la educación y los servicios sociales, Alexandre afirmaba que “los recortes hacen mal a la gente”.
"Las manifestaciones y las protestas son buenas, porque la gente padece y no tenemos que conformarnos con decir a todo que sí"
En relación a la Iglesia, Alexandre decía que había “un sector abierto a cambios, que quieren una Iglesia más progresista y abierta, con menos riqueza y poder”. Y por eso, añadía Alexandre, “hay algunos cristianos que estamos en ese camino”, aunque también reconocía que “hay otros que aún conservan las formas antiguas”. Alexandre afirmaba que “la Iglesia cambiará para bien”, y que “los sacerdotes hemos de ser menos prepotentes, avanzando cada día y no estar anclados en el pasado”.
Alexandre conoció a mi padre porque vivía al lado de la casa de mis padres, en l’Alcúdia. Alexandre lo contaba así en la miscelánea: “D’un país que ja anem fent”, en homenaje a mi padre: “Era el año 1951, cuando yo tenía 18 años. Yo vivía en l’Alcúdia, en la Ribera Alta del País Valenciano. Era seminarista en el Seminario Mayor de València, y había terminado el segundo curso de Filosofía. Era verano. En casa, en el horno de mi padre, siempre hablábamos valenciano; en l’Alcúdia todo el mundo hablaba nuestra lengua. Pero en aquel tiempo, yo aún no sabía qué hablaba, aún no era consciente de nuestra cultura diferenciada.
Alexandre recordaba que “aquel verano de 1951, dos compañeros míos seminaristas de mi curso y yo, decidimos hacer una peregrinación a Montserrat. Desde València fuimos en tren hasta Tortosa. Desde allí queríamos ir a pie hasta el santuario de Montserrat, y así lo hicimos. La primera sorpresa fue en Tortosa; cuando bajamos del tren, una religiosa que estaba en la estación, con hábito y todo, gritó en voz alta: “Haveu agafat tots els paquets?”(Habéis cogido todos los paquetes). Era la primera vez en mi vida que yo escuchaba a una religiosa hablando nuestra lengua. A muchos sacerdotes sí que les había escuchado hablar en valenciano en nuestra tierra, pero a religiosas, nunca.
Desde aquel momento observé que la gente, los sacerdotes, los seminaristas, todo el mundo, en Cataluña, hablaban nuestra lengua. Allí dentro de mi corazón, tenía una sensación nueva que no sabía explicarme.
Alexandre recuerda el papel de mi padre en su descubrimiento lingüístico y en la aceptación y amor por el valenciano. “Josep Lluís Bausset vivía entonces al lado del horno de mi padre, en la calle Mayor de l’Alcúdia. Nos saludábamos, nos conocíamos, éramos vecinos. Un día, hablando con él, aquel mismo verano de 1951, le expliqué cómo me había sorprendido escuchando a los sacerdotes hablando siempre en nuestra lengua. No tenían ninguna vergüenza de hablar, siempre y en público, y con quien fuese, su lengua materna. Entonces Bausset me dijo: “Voy a dejarte unas revistas muy buenas, escritas en nuestra lengua; se titulan “Pont Blau”.
Aquello fue una revelación. Era la primera vez que yo leía en mi lengua. Nunca la había visto escrita, a excepción de alguna poesía; me emocionaba ver escritas en el papel las palabras que siempre había hablado yo. (Como anécdota, recuerdo cómo descubrí que “aurir” la puerta, como decimos en la Ribera, era “obrir” la puerta). También por primera vez estudié el mapa de todas las áreas de habla catalana en Europa. Al cabo de unos días le devolví las revistas “Pont Blau” a Josep Bausset, que me dejó una novela en valenciano: “La pau” de Miquel Adlert. ¿Como podía yo pensar, entonces, que había novelas en valenciano?”
“Comencé a leer prosa en valenciano. Y en octubre ingresé en el Seminario de Misiones de Burgos, por el hecho que yo quería ser misionero. Éramos un gran grupo de valencianos y catalanes, y por eso, entre nosotros, siempre hablábamos nuestra lengua. Eso hizo que me concienciara más y más en el amor a la lengua. Y poco a poco comencé a escribir en valenciano. Le tengo que dar las gracias al profesor Josep Lluís Bausset que me abrió los ojos a mi lengua y a mi cultura materna”.
Alexandre recuerda cómo aprendió a escribir nuestra lengua: “Parece mentira que yo comencé a escribir en valenciano a la “Caput Castellae”, en la capital de Castilla.
Desde Burgos, había de escribir a mi casa. Yo siempre les había escrito en castellano. Pero ahora lo veía como una incongruencia. Y comencé a escribir en mi lengua; eran unas cartas llenas de faltas, las cartas de un analfabeto que hablaba una lengua y que no sabe escribirla. Siempre que le escribía al Sr. Bausset, él me devolvía mi carta puntualmente corregida; y así fue como aprendí.
A finales del 1951 me di cuenta también de mi nombre. A mi me llamaban Alexandre, pero en mi casa siempre me habían dicho el nombre en castellano. Y desde aquel momento comencé a llamarme Alexandre para siempre.
Y después de descubrir su propia lengua materna, “el año 1952, en plena euforia del franquismo, busqué en las librerías de València una gramática valenciana. Y la encontré. Y aún la tengo aquí en Zimbabwe. Era la “Gramàtica valenciana” de Manuel Sanchis Guarner. Desde 1952, yo soy parte de la gran cultura catalana.
Alexandre también tomó conciencia que era valenciano: “Principalmente a través de la lectura, descubrí mi nación y mi patria verdadera”.
Su amistad con el intelectual valenciano Joan Fuster, fue también gracias a mi padre: “Yo había conocido a Joan Fuster. Después de eso, publiqué un artículo en la revista universitaria “Claustro” y Fuster me escribió una carta al Seminario de Misiones de Burgos. Durante mis vacaciones de verano, Josep Lluís Bausset me llevó a alguna reunión de los lunes, donde Fuster y un grupo de amigos solían reunirse”.
Y por eso Fuster y mi padre le regalaron las estampas de su primera misa: “En 1956 yo canté misa, y Fuster y Bausset quisieron hacerme un regalo. Por sugerencia mía me regalaron las estampas de mi primera misa. Fue una estampa preciosa dibujada expresamente para mí. Moderna, i toda ella escrita en valenciano. Aún hay personas de mi pueblo que se acuerdan de aquella estampa ¡En valenciano, en 1956! ¡Para muchos vecinos míos, era la primera vez que veían escrita su lengua!”.
El 27 de noviembre del año pasado, en la residencia Betania, en Quart de Poblet donde Alexandre vivió estos últimos años, celebró su 90 aniversario de nacimiento. 90 años de vida. 90 años de fidelidad al Evangelio y a nuestra lengua. Por eso Alexandre, hoy nos es un modelo en la vida de fe y en el amor a nuestra lengua.
Ojalá la diócesis de València (con el nuevo arzobispo), haga un homenaje público al amigo Alexandre por sus largos años de misionero y también por la defensa de nuestra lengua y nuestra cultura. Y también, ojalá, la Generalitat le otorgue la Alta Distinció a Alexandre Alapont, ya que su pasión por el valenciano, hizo que tradujese al nambya la Biblia, codificando así la lengua de aquel pueblo y por lo tanto, evitando que desapareciese.
Alexandre nos ha dejado pero sin irse del todo. Sus más de 90 años de vida fructífera, son un ejemplo de fe y de amor a nuestra patria. Por eso agradecemos a Dios la gracia y el gozo de su vida, primero en Zimbabwe y luego con nosotros, en el País Valenciano.
Ahora, Alexandre ya ha sido recibido por el Señor, que le habrá recompensado su fidelidad y su entrega, de largos años, en el servicio al Reino.
Alexandre es también un ejemplo y un modelo para los sacerdotes y los obispos valencianos, ya que siempre se mantuvo fiel a la lengua de sus padres. Por eso luchó por una Iglesia valenciana, encarnada en la lengua y en la cultura del País Valenciano, una lengua que, irracional e incomprensiblemente, la jerarquía valenciana, desde tiempo inmemorial, ha rechazado. Por eso los sacerdotes y obispos valencianos habrían de imitar la pasión de Alexandre Alapont por encarnar la Iglesia valenciana en la cultura y en la lengua de Sant Vicent Ferrer, del poeta Ausiàs March y de los sacerdotes Vicent Sorribes, Pere Riutort, Josep Antoni Comes, Antoni Sanchis, Tiburci Peiró o Joan Llidó, entre otros. Sacerdotes que creyeron, como Alapont, que la Iglesia para ser valenciana, habría de utilizar el valenciano en la liturgia.
Hemos de dar gracias a Dios por la vida y el trabajo apostólico del amigo Alexandre Alapont, un home de una gran bondad, un sacerdote con olor a oveja, un hijo predilecto de l’Alcúdia que ha sabido darse a todos por el Evangelio.
Desde el cielo esperamos su intercesión para que la Iglesia valenciana acoja nuestra lengua, en vez de rechazarla y prohibirla, como ha hecho hasta ahora.
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