Estragos

Lo dijo con una risotada mi antiguo colega de aulas Hemir Ángel Ochoa Ruiz, teólogo y pastor luterano en la hermosa Valdivia (Chile): “¡Hermano, a la gente le das libertad, y no sabe qué hacer con ella!”. Y ambos reímos a gusto, y hemisféricos, en algún punto indeterminado del ciberespacio.

Es cierto: la libertad hace estragos, y sobre todo en el mundillo de los devotos. En el fondo, no queremos reunirnos con espíritu libre en nuestras comunidades, sino ceñirnos a unas reglas, normas, capítulos, mandamientos, resoluciones, sínodos, encíclicas, cartas pastorales, sermones… Cuanto más claro te digan qué puedes hacer y qué no, tu vida será más sencilla, y, ¡ojo!, estarás formando parte de un grupo –y si estás ahí, ¡¡¡vamos!!!, será el grupo de donde mane la verdad absoluta, ¡no va a ser menos!–, y eso da parné espiritual(oide) por más casposa que sea la realidad circundante. Capillitas y capillejas (virtuales, en doble sentido) proliferan como forúnculos en jeta adolescente, y un ego o dos o tres dan sombra a la calle entera.

¿Pero no cansa ser toda la vida una suerte de tontitos? El pop-rock cristiano no deja de cantar “soy libre”, “somos libres”, “él nos dio la libertad”, “tú me has liberado”…, en todas las lenguas cantables, pero seguimos prisioneros en territorio enemigo: alguien nos debe dictar qué hacer, o seremos condenados; qué decir, o se nos cerrarán los labios; qué pensar, o actuaremos por omisión; qué ropa vestir, o serás sospechoso; qué leer, o serás anatema.

Acercarse al Espíritu con miedo es ridículo. ¿A alguien le castañetean los dientes al abrir la nevera por si se electrocuta (como Thomas Merton, a todo esto)? Un espíritu libre no puede estar constreñido al peso de una doctrina ni de quien afirma vehicularla: “No confiéis en los príncipes, / ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación” (Salmo 146:3). Ni en hijo de hombre, ¿eh? Tomad nota.

Volver arriba