Domingo 5 ordinario, ciclo B
Mc 1,29-39
Jesús sigue predicando y sanando. Sus palabras se corresponden con sus acciones, por eso convence. Comunica la Palabra de Dios, la «Buena Noticia» del Reino y, al mismo tiempo, cura y sirve a todos los que se cruzan en su camino. No busca la fama ni el elogio, por eso no se queda en un lugar fijo. Tiene clara su misión, «para eso he salido», afirmará, y recorre toda Galilea predicando y dando muestras del amor entrañable de Dios. Su fuerza nace de la oración: «se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Pero su oración no es un escapismo que le aparte de la misión, sino el impulso para llevarla a cabo.
La Palabra de Dios es eficaz, capaz de cambiar las cosas, de invertir esta sociedad injusta. La actitud de Jesús es la garantía, la promesa de que es posible. Los cristianos nos hemos de convencer de esta realidad. Tenemos que salir de nuestro pesimismo y victimismo. La historia, el mundo, la humanidad están en las manos de Dios. Quien mueve la historia es el Espíritu Santo. ¡Hemos de convencernos y ser más optimistas, más luchadores (en el buen sentido de la palabra)!
Jesús inauguró una nueva forma de entender las relaciones humanas, donde ninguna persona es inferior a otra, donde cada ser humano es hermano del otro, donde todos y todas son respetados por si mismos, no por lo que tienen o aparentan. Embarquémonos en esta tarea, ¡ya! Y dejemos de quejarnos.
Javier Velasco-Arias