Efímera popularidad.

Algún comentarista ha expresado su preocupación por que estuviéramos dando popularidad a estos sujetos de doctrinas por lo menos dudosas cuando no contrarias a las de la Iglesia. Se puede estar tranquilo. Es sólo cuestión de días.

Cierto que entre ellos funciona muy bien la sociedad de bombos mutuos. Para los de determinado sector son todos unas lumbreras. Pero no se lo creen ni ellos. Por mucho que lo repitan.

En general no son nadie amonestados o antes de serlo. Y después, tampoco. En nuestra patria malviven salvo un par de ellos que han conseguido un puesto en la universidad civil. Peregrinan por comunidades de base sin base o por conferencias sin asistentes. Y su salario es normalmente bun hotelito de pocas estrellas y una comida o cena de escasisimos comensales. De verdad no interesan a nadie.

Castillo, Masiá, Forcano, Vigil, Díez Alegría, Marciano Vidal... agotan sus días en tremendas soledades que `pueden parecer otra cosa gracias a unos medios de comunicación que, por estar en manos de amiguetes, dan la sensación de que son algo importante.

Hubo un momento en que adoctrinaron al clero desde universidades y seminarios pero hasta en eso fracasaron. Ya no convierten a nadie. Los jóvenes no quieren saber nada de ellos. Las universidades en las que enseñan sus últimos discípulos están vacías. Todo se les muere. Con ellos.

Se comprende su rabia. Me encantan los insultos de sus últimos seguidores. Les duele la herida. Pero se equivocan conmigo. Yo no se la he causado. Me limito a constatar lo que la Iglesia hace. Esa Iglesia que tanto les molesta. A mí ciertamente no.
Volver arriba