La macro manifestación les ha puesto nerviosísimos. Y los nervios son muy malos consejeros. Suelen llevar al ridículo.
Y en él se ha instalado el Gobierno. La cifra que han dado de manifestantes es tan ridícula que causa vergüenza ajena. El número con el que quieren tomarnos el pelo lo aportaron casi los autobuses que llegaron a Madrid desde el resto de España. Y fueron bastantes más los que vinieron en coches particulares o medios públicos de comunicación. Más todos los madrileños que acudieron a la cita.
Las bocas de Metro fueron incapaces para absorber la retirada. Hubo que esperar muchos minutos para que ese transporte recobrara la normalidad. No hubo una marcha de la Puerta del Sol a la de Alcalá. Nadie podía andar. Era una masa inmóvil que ocupaba todo el trayecto más las calles adyacentes, Recoletos, Alfonso XII, Paseo del Prado, Serrano...
Las sardinas en lata estaban más holgadas que los manifestantes. Donde estaba yo con mi mujer éramos más de seis por metro cuadrado. Y todo el mundo ha podido ver en prensa y televisión las imágenes de lo que fue aquello. No cabe hablar de una marea humana porque las mareas se mueven. Aquello era un inmenso lago humano. Un multitudinario remanso de protesta y esperanza.
Empeñarse en no reconocerlo sólo desacredita a quienes niegan la evidencia. Antes o después lo pagarán. Aquí o en el más allá. Algunos ya lo están pagando. Las familias de la manifestación parecían felices. Y normalísimas. Yo me acordé de otra familia que naturalmente no estaba allí. Y que vimos todos los españoles recientemente. No voy a cebarme en ello. Pero creo que se me entiende.