El arzobispo de Granada reacciona.

Parecía que le había mirado un tuerto. Pero el chaparrón comienza a escampar. La última de sus polémicas medidas, la de retirar a sus seminaristas de la Facultad de Teología de los jesuitas para encargarse él y algunos sacerdotes de su confianza de su formación levantó ampollas.

Si el arzobispo se convenció de que en aquel centro no se daba la doctrina de la Iglesia, o no se daba por alguno de los docentes, hizo muy bien en retirarle la confianza. Y la culpa no la tendría el arzobispo sino la Facultad.

Aquel centro venía tocado del ala desde hacía tiempo, cuando los profesores Estrada y Castillo fueron retirados de la enseñanza por sus doctrinas. Y supongo que habrá seguido como otros centros jesuíticos análogos. Recuérdese, por ejemplo, a Comillas con determinaciones como las recaídas con Vidal y Masiá.

Pero Comillas tiene el poderosísimo colchón de ICAI e ICADE que sostiene cualquier cosa. La Facultad de Granada seguramente desaparecerá al quedarse sin alumnos a quienes impartir enseñanza. Pues ella se lo habrá buscado.

Los sacerdotes de Granada corrían, sin embargo, el riesgo de salir con menos formación y titulación académica. Cierto que más vale poco y bueno que mucho y malo. Pero el ideal es mucho y bueno.

El arzobispo actuó rápidamente y ha firmado un convenio con su colega de Valencia de colaboración con la Universidad Católica de aquella ciudad. Ya nadie podrá objetarle despreocupación por la formación de su clero.

Y las instituciones docentes que no impartan enseñanza tal y como la Iglesia quiere tendrán que replantearse su futuro. Porque como los obispos les nieguen sus seminaristas su porvenir es más oscuro que el de un manco como concertista de violín.
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