Donde las dan, las toman.

Últimamente me he metido en el Foro JAI en algunas polémicas en las que seguro he perdido no poco tiempo, del que estoy tan escaso, y en las que creo haber adquirido poquísima o ninguna instrucción. Salvo en cuestiones absolutamente accidentales.

Dos coforistas, uno habitual y de notable inteligencia y acerada pluma y otra muy reciente pero no tonta y belicosa, se han manifestado sobre unas fotografías publicadas en Germinans sobre atuendos sacerdotales. El artículo de ese combativo Blog catalán no es inocente. Como nada de lo que publica. Y cada vez con más eco. Con malvada tecla, lo reconozco, aunque también creo que con eclesial intención.

Pienso que en teoría, angélica y desencarnada, ambos coforistas tienen toda la razón. Pero la realidad es la que es. Y en ella hay Pedros, Tomases, Judas, Pablos antes de la caída del caballo, aunque seguro que hay quienes nieguen lo del caballo y hasta que existieran caballos. Y con los mimbres que hay tienen que hacerse los cestos. La que es santa es la Iglesia. No sus miembros. Y para eso instituyó Cristo el sacramento de la Penitencia. Aunque no falte quien diga que eso lo inventó la Iglesia para tener más controlados a sus miembros.

En un presbiterio santo sería absurdo el darse la paz. Porque lo que invade a todos y reina siempre no hay que desearlo. No me imagino a la Virgen diciendo Yo pecadora me confieso. Ni rezando, en el Padre Nuestro, el perdona nuestras ofensas. Y, por favor, que no me venga ningún necio ahora a decirme que la Virgen nunca rezó el Confiteor o el Pater.

El presbiterio en Barcelona, Madrid, Galicia y en todos los sitios está dividido. Y con tremendas disidencias. Y entre ellos unos se apuñalan y los más moderaditos sólo dicen pestes los unos de los otros. Y por supuesto los otros de los unos. Germinans, ciertamente, no se queda corto. Pero aun así son ursulinas comparados con Redes, Atrio, El País... Y me refiero sólo a intervenciones sacerdotales.

O es que aquí el malo es sólo Don Francisco Javier Martínez y no el canónigo, Don Joaquín Martín Abad y no Forcano, Luis Fernando Pérez Bustamante y no Masiá... Y, por supuesto, yo siempre.

Pues ese juego, en el que unos siempre ganaban porque las cartas estaban marcadas, se terminó. Aquí jugamos ya todos. Y que cada palo aguante su vela.

Eso les ha pillado con el pie cambiado y están sorprendidos y cabreados. ¿Si el machito era nuestro? ¿Y ahora pretenden montarse otros? Pues ya llueve sobre todos. Ya todos estamos a la intemperie. No hay bulas ni paraguas solamente para unos. Con la agravante, además, de que el agua no caía del cielo. Sino que respondía a ese dicho tan gallego: O fan por riba de nos e ainda din que chove.

Pues ya lo saben. Donde las dan las toman. Y esto no ha hecho más que empezar. Se están multiplicando las páginas digitales que se han apuntado al Basta ya. Y algunas con muy notable éxito. Son ya bastantes más las fieles a la Iglesia que las contestatarias. Y eso es el mañana. Pero un mañana muy próximo.

Y es muy curioso que ante este fenómeno naciente con tanta fueza la actitud de no pocos de los agresores permanentes hasta hoy y de sus corifeos sea reclamar en los demás lo que siempre fue ajeno a ellos. No tenéis caridad. Y ellos no la tuvieron nunca. No juzguéis. Y se pasaron la vida juzgando. Os vais a condenar. Y no creen en el infierno. Es de una desfachatez tan sorprendente, tan hipócrita, tan sin escrúpulos, que decirles que tienen cara de cemento armado es quedarse cortísimos.

Concluyo anotando una responsabilidad en el debe episcopal. Ciertamente no de todos los obispòs pero sí de bastantes. Porque a ellos se deben en buena parte estos enfrentamientos. Pasaron por todo, callaron ante todo. Y ahora se encuentran con esto. Y también con el pie cambiado. Porque no nos pueden reprochar que defendamos lo que ellos nos han enseñado. Y eso lo hacemos nosotros. Los del otro lado se carcajean de sus enseñanzas. De las de ellos y de las del Papa.

A mí, y a otros muchos, no nos vale ya que nos digan tenéis razón, porque ya lo sabemos pues no hacemos más que repetir lo que ellos nos han dicho, pero lo decís muy alto. O con palabras tal vez groseras. Porque el obispo no tiene que decirme en que tono tengo que hablar ni darme lecciones de educación y urbanidad. No están para eso. Yo hablo con la voz que quiero, y ya le gustaría a algún obispo tener la mía, y mi educación, mucha o poca, me la administro yo. Si soy grosero o lenguaraz es cosa mía. Y a quien no le guste el tono o la forma lo tiene muy fácil. Con dejar de leerme asunto resuelto. A mí no me gusta el estilo de Corín Tellado y por eso no la leo. Que evidentemente no es obligatorio.

Si algo de lo que yo diga me dicen los obispos que no es católico, no desde ese momento, desde ya mismo, eso está borrado y repudiado por mí. Lamentablemente no es esa la actitud de los del otro lado. Ahora, el que mis palabras les coloquen en una situación incómoda, descubran vergüenzas, consentimientos, tolerancias o dontancredismos ese es un problema suyo y no mío.

Tanto no hacer ha llevado a esto. Que cada vez es más difícil de arreglar. Pero ya ha saltado el corcho de la botella de champagne. Ellos verán lo que hacen. Porque una guerra entre católicos, o entre católicos y otros que se dicen católicos y yo pienso que no lo son, va a ser de incalculabes consecuencias. Malas.

¿Cristo es Hijo de Dios o no? ¿Se encarnó de María Virgen por obra del Espíritu Santo o no? ¿Resucitó o no? ¿Está presente, real y verdaderamente presente, bajo las especies de pan y de vino consagradas o no? ¿Nos han engañado veinte siglos o no?

Pues, a retratarse. Porque cada vez vamos a ser mas quienes exigimos el retrato. Y no tanto porque los obispos nos hayan dicho otra cosa sino porque permiten a sus sacerdotes, a algunos de sus sacerdotes, que lo digan. Y si les permiten decirlo cabe pensar que piensan que no están diciendo una tontería. O una herejía.
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