He leído esta frase del obispo de Canarias Francisco Cases. Como me parece afortunadísima os la reproduzco.
Ese santuario de protección absoluta que Dios diseñó para que el hombre viniera al mundo se ha convertido en un Auschwitz o un gulag. Jamás ha habido genocidio semejante. Aquellos repugnantes médicos de Hitler, que apenas serían unas docenas, se han multiplicado por miles en todo el mundo. Y son muchísimas las naciones que tienen al frente a un nuevo Hitler exterminador.
Si es espantoso exterminar en masa a los judíos o a los kulaks lo es mucho más acabar con los niños en el vientre de sus madres. En el que debía ser el recinto más sagrado del mundo. Y van ya millones y millones. A este paso el horror de la Shoah va a ser una gota de agua en el océano del aborto.
Y como entonces el pueblo alemán, el soviético, el turco, el camboyano... hoy la humanidad entera calla ante esta masacre. O la aplaude.
Y aquellos aún podían tener atenuantes. Muchos tal vez desconocieran la magnitud del genocidio. O el terror imperante hacía imposible la protesta. Hoy conoce todo el mundo esa barbarie. Y millones y millones la respaldan con sus votos. La humanidad se ha hecho asesina. Y ha convertido los nueve meses más seguros de la vida en los más peligrosos. El amor más sagrado, el más sublime, el de la madre, se ha convertido en un odio homicida. Que mata a la criatura que lleva en las entrañas. Y eso es, como dice el obispo de Canarias, una desgracia social.