Iglesia, “pueblo de Dios": ¿democracia en la Iglesia?

El Vaticano II dio gran relieve al símbolo “pueblo de Dios” como aproximación al misterio de la Iglesia. Pero da la impresión que ahora este símbolo ha quedado en la sombra. Urge recuperar su significado y su alcance. Si creemos que la Iglesia es misterio, presencia de lo divino en lo humano, es inútil dar una definición conceptual apodíctica. Sólo hablamos de ella adecuadamente con símbolos. Tres son tradicionalmente los símbolos más socorridos, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu y pueblo de Dios. El Vaticano II dio prioridad a este último.

La elección muy significativa. “Pueblo de Dios”, incluyendo a las otras dos imágenes, destaca la dimensión comunitaria e histórica de la Iglesia. Es correctivo saludable para una visión de la Iglesia reducida frecuentemente al clero, y cerrada en sí misma sin entrar en el dinamismo de la historia.

La expresión “pueblo de Dios” pronto en el posconcilio suscitó la sospecha porque, según algunos, se quedaba en lo sociológico de la Iglesia. Tal vez por eso en el Sínodo de 1985 prácticamente desapareció. Sin embargo parece necesaria su recuperación si queremos que la Iglesia se manifieste como una comunidad donde todos sus miembros tienen la misma dignidad de hijos de Dios, y deben ser responsables y corresponsables en la organización y misión de la Iglesia.

En la búsqueda de esa comunitariedad, se puede plantear la necesidad de superar un modelo piramidal en la organización visible de la Iglesia. Esta no es una democracia en sentido estricto, donde el pueblo tiene la total soberanía; puede hacer y deshacer a su antojo. En la Iglesia es Dios y no el pueblo quien tiene la soberanía. El pueblo no puede prescindir de “la constitución que Cristo le dio”; los ministerios de la jerarquía se confieren no por aclamación del pueblo sino por la imposición de manos signo del Espíritu Santo. Pero estructura jerárquica ya dada de la Iglesia ¿no es compatible con formas democráticas en su funcionamiento?

El Vaticano II afirmó: “es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras jurídio-políticas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades de tomar parte libre y conscientemente … en la elección de los gobernantes”. Si esa participación es “conforme a la naturaleza humana” ¿Por qué no ha de tener, proporcionalmente vigencia en la Iglesia? Hay que buscar un modelo de Iglesia más participativa.
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