"No tiene sentido juzgar lo que hace y dice un papa por lo que dijo e hizo su predecesor" ¿Todo lo que diga un Papa debe estar en la línea de lo dicho por sus predecesores?
"La novedad singular de la religión cristiana es la encarnación: presencia de lo divino en la condición humana. Y esta condición sólo se desvela en el tiempo"
"De ahí la necesidad de leer los signos del tiempo para vislumbrar la llamada del Espíritu. Esta lectura fue recomendada por Jesús a sus discípulos y fue también y es recomendación del Vaticano II"
"Las declaraciones de los papas, precisamente para estar en línea del único Evangelio, tienen que responder a su tiempo"
"El cambio de visión y de preocupaciones exige nueva expresión de la fe cristiana. Y precisamente gracias al cambio, los dos papas están proclamando el mismo Evangelio en distinto tiempo"
"Las declaraciones de los papas, precisamente para estar en línea del único Evangelio, tienen que responder a su tiempo"
"El cambio de visión y de preocupaciones exige nueva expresión de la fe cristiana. Y precisamente gracias al cambio, los dos papas están proclamando el mismo Evangelio en distinto tiempo"
| Jesús Espeja teólogo
Hace días, una persona cristiana practicante y un poco rigorista, tenía sus reservas contra gestos y afirmaciones del papa Francisco porque “todo lo que diga un Papa debe estar en la línea de lo dicho por el papa anterior”. Vete a saber qué entiende esa persona por “estar en línea “; pero me temo que, según su mentalidad, piense que el papa actual tiene que decir sin más lo que dijo el papa Benedicto XVI
No hay necesidad de leer la significativa obra Ser y tiempo de Martín Heidegger para concluir que ser en el mundo implica ser en el tiempo que, según los filósofos griegos, está siempre cambiando. Hace siglos Tomás de Aquino dijo que la verdad es lo que es -verum es id quod est-; en consecuencia la verdad lleva la marca del tiempo.
Por otro lado el conocimiento humano es verdadero si responde a la verdad de lo que existe; pero ese conocimiento está condicionado por pre-comprensiones e intereses del sujeto que conoce. Por ejemplo, la lluvia es agua que cae de las nubes: pero esa realidad es percibida por el labrador como un bien para la sementera y en cambio es percibida como un mal para el turista que busca unos días de sol en la playa ¿No tienen los dos su verdad sobre la lluvia?
La novedad singular de la religión cristiana es la encarnación: presencia de lo divino en la condición humana. Y esta condición sólo se desvela en el tiempo. Si confesamos la integridad humana en Jesucristo, su conducta estuvo condicionada en un tiempo y en una cultura con sus creencias, valores y costumbres. Aquel pueblo judío se creía elegido de Dios, y los no judíos eran considerados como animales.
En los relatos evangélicos hay asomos de que Jesús participaba de esta mentalidad que cambió al ver la fe o confianza de un centurión romano y de una mujer cananea. Su Evangelio es mensaje de fraternidad universal, y sin embargo su actividad tuvo como primer objetivo y se redujo a la conversión del pueblo judío. De ahí el necesario y debatido discernimiento que hacia el año 50 tuvo que hacer la primera comunidad cristiana en Jerusalén para proclamar el Evangelio también a los gentiles.
Porque la condición humana no se agota en la humanidad de Jesucristo, la encarnación de algún modo continúa en todas las personas y en la evolución de la historia. Así el tiempo cronológico, desde la fe cristiana es también oportunidad para vislumbrar y experimentar lo divino en cada individuo y en nueva situación de la humanidad.
De ahí la necesidad de leer los signos del tiempo para vislumbrar la llamada del Espíritu. Esta lectura fue recomendada por Jesús a sus discípulos y fue también y es recomendación del Vaticano II no solo a los obispos sino también a todos los fieles cristianos. Podemos tener mentalidad conservadora o liberal; pero se paga muy caro no saber en qué mundo estamos. El discernimiento adecuado de lo que está ocurriendo es imprescindible para el Sucesor de Pedro.
Vayamos al tema concreto: ¿un papa debe estar en la línea con lo dicho por otro papa? Si por estar en la línea se refiere a confesar y proclamar el mismo Evangelio, el magisterio de la Iglesia y las declaraciones de los papas deben estar en la misma línea. Pero el único Evangelio sólo existe y es real en el tiempo. No existe la fe o experiencia cristiana en abstracto; existen los creyentes en un tiempo que incluye una cultura o forma de interpretar y organizar la vida.
La fe o experiencia cristiana es apertura libre y total de la persona en su tiempo. Luego la proclamación de la única fe lleva la marca de la temporalidad. El concilio de Calcedonia (451) confesó la fe sobre la encarnación: en Jesucristo naturaleza divina y naturaleza humana van inseparablemente unidas en una sola persona. En otro tiempo y en otra cultura, el Vaticano II (1965) confiesa la misma fe de otra forma: “Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.
El tema todavía es más complejo cuando habla el papa o sucesor de Pedro. Está condicionado por su psicología, por la cultura en que vivió y por su formación. Tiene que mirar la situación de la sociedad y la situación de la Iglesia, consultar, encomendarse al Espíritu, discernir y hablar. Es hombre de su tiempo y sólo en ese contexto cabe una justa interpretación sus declaraciones.
Así lo vemos en la enseñanza de los papas sobre la cuestión social. Entre un colectivismo absoluto, León XIII, 1891, declara que la propiedad privada y personal es un derecho natural de la persona. Ante un neoliberalismo económico individualista y salvaje, Juan Pablo II (1992) puntualiza que el derecho a la propiedad privada no es absoluto sino que está supeditado el bien común ¿Diciendo algo distinto no están en línea con la verdad del único Evangelio?
Pío IX en 1864, dejando de lado los justos reclamos de la modernidad, condenó los errores y peligros que traía el liberalismo decimonónico, hasta declarar errónea la opinión de que “el romano pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna”. Juan XXIII en la apertura del Vaticano II (1962) descalificó a los profetas de calamidades : “no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida”. En vez de condenar sin más al mundo moderno, aquel papa profeta abrió el camino de la solidaridad y del diálogo.
Desde nuestros puntos de vista podemos enjuiciar la oportunidad de estas declaraciones. Pero sin olvidar el tiempo en que fueron hechas. No se excluyen porque brotan de la única fe o experiencia cristiana en tiempos y situaciones distintas. Es significativo que Pío IX y Juan XXIII fueron beatificados en la misma fecha y en la misma celebración.
Se comprende que las declaraciones de los papas, precisamente para estar en línea del único Evangelio, tienen que responder a su tiempo. El Vaticano II fue una llamada fuerte del Espíritu a la reforma, o mejor dicho a la conversión, muy difícil de digerir para la Iglesia. Preocupados por salvaguardar la ortodoxia y evitar la dispersión, Juan Pablo II y Benedicto XVI iniciaron un “segundo periodo postconciliar” que también paralizó el proceso en la recepción del Concilio.
En lo que podemos llamar tercer periodo postconciliar el papa Francisco, lee los nuevos signos del tiempo, y mira la situación dentro de la Iglesia. Volviendo al Evangelio y buscando la reforma que piden los documentos conciliares, abre las puertas de la Iglesia para que entre la voz de los excluidos, propone el diálogo en vez de la condena, ve la necesidad de distintas visiones dentro de la misma Iglesia.
En 1985 -Informe sobre la fe- El Card J. Ratzinger pensaba que la Iglesia del postconcilio era “como un gran astillero donde cada uno continúa trabajando a su antojo”. Veía el peligro en “un pluralismo teológico con frecuencia es puro subjetivismo; la fe se desintegra en una serie de escuelas a menudo contrapuestas con grave daño para el desconcierto del pueblo de Dios”.
En su primera homilía como papa Benedicto XVI manifestaba “el compromiso prioritario de trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo”. La preocupación por la ortodoxia y la unidad se tradujo en un parón doloroso para distintos ensayos de teología renovada siguiendo la invitación del Concilio.
Ante la necesidad de una Iglesia en salida y en diálogo con el mundo complejo, el papa Francisco, en 2013, da un paso más:
“en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio“
El papa Francisco no pone el énfasis en la legítima preocupación de Benedicto XVI, precisamente porque lee los nuevos signos en la sociedad y en la Iglesia. El cambio de visión y de preocupaciones exige nueva expresión de la fe cristiana. Y precisamente gracias al cambio, los dos papas están proclamando el mismo Evangelio en distinto tiempo. No tiene sentido juzgar lo que hace y dice un papa por lo que dijo e hizo su predecesor.
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