Jesús Espeja Unidad en la pluralidad: Versión política de la confesión cristiana en Dios-Trinidad
"En el acelerado proceso de globalización estamos viendo cómo la unidad impuesta con la lógica del poder y la ley del más fuerte elimina la identidad singular de las personas y de los grupos humanos"
"Esa misma lógica de dominación fácilmente pervierte a la organización de la Iglesia que también es sociedad integrada por personas no exentas de egoísmo"
Que Dios es Trinidad de personas constituye un artículo central y peculiar de la religión cristiana. Esta confesión no es fruto de muy elevadas especulaciones metafísicas sobre esa realidad misterios que llamamos Dios y es totalmente inabarcable. Más bien es fruto de una experiencia no definible y que solo se puede manifestar con símbolos.
Según los evangelios, Jesús de Nazaret vivió de forma única y singular esa experiencia: gustó la intimidad e invocó a Dios como Padre, lo experimentó como Fuerza liberadora (Espíritu) y en consecuencia realizó su existencia como Hijo teniendo siempre como inspiración hacer la voluntad del “Abba”. Es la misma experiencia que participamos los cristianos y confesamos con el lenguaje simbólico: Dios es Padre o amor que se da, en condición humana (Hijo) como fuerza que a todos y todo alienta (Espíritu).
Según esta fe o experiencia cristiana de Dios, los singulares que llamamos personas se constituyen por la relación de amor; ninguna es superior a la otra y en esa comunión de amor nace y se integra la pluralidad.
Esta fe o experiencia puede ser indicativo para la saludable organización de la “polis”, la sociedad, tanto civil como religiosa.
En el acelerado proceso de globalización estamos viendo cómo la unidad impuesta con la lógica del poder y la ley del más fuerte elimina la identidad singular de las personas y de los grupos humanos, De ahí el levantamiento de nacionalismos y de revoluciones donde esas personas y esos grupos reclaman su identidad con peligro de olvidar que todos formamos la única familia humana. Tanto la unidad impuesta por una globalización con exclusión como la pretensión de ser uno mismo rompiendo con los demás pueden responder la lógica del poder que pervierte los procesos. En la Ilustración europea la indiscutible centralidad del “yo absoluto” ha dado pie para pensar que la personalidad humana se constituye y afianza por el poder que domina sobre los otros.
Durante los últimos años nuestra sociedad española no solo se mueve dentro del proceso de mundialización económica con exclusión. Hay en ella dura tensión entre quienes hablan de unidad como si fuera una realidad inmune a la historia, y los que defienden su identidad singular poniendo fronteras que alejen de los otros. En los dos casos fácilmente se funciona con la lógica del poder que hace imposible un diálogo sincero en la lógica del amor.
Esa misma lógica de dominación fácilmente pervierte a la organización de la Iglesia que también es sociedad integrada por personas no exentas de egoísmo. Si bien se confiesa como pueblo reunido en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, con frecuencia la codicia y el deslumbre del poder hacen que la Iglesia se degrade y sea percibida como sociedad de desiguales con una organización piramidal donde la personalidad y la dignidad de cada uno se mide por lo que sabe, por el título que tiene, por el dinero que gana, por la vestimenta que lleva o por el cargo que ocupa.
Se comprende que la fe o experiencia cristiana sobre Dios comunión de personas que se constituyen y son ellas mismas en la relación de amor al otro, puede ser indicativo saludable para nuestra sociedad y para la misma comunidad cristiana. En medio de tantas tensiones políticas, que frecuentemente responden a la común ambición de poder económico, una Iglesia que viva de verdad la fe o experiencia de Dios Trinidad de personas puede ser signo de que nuestra vocación humana es la fraternidad entre los diferentes.