El amor digno de fe

Domingo 27º del tiempo ordinario

Evangelio: Mc 10, 2-16

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?».

Él les replicó:«¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio».

Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él».  Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Para meditar:

San Pablo califica de misterio el matrimonio entre hombre y mujer. Apliquemos ese calificativo  al amor que es como alma del matrimonio. En mis tiempos jóvenes me gradaron mucho ensayos  como “Estudios sobre el amor”, de Ortega y Gasset, o  “El arte de amar” escrito por “Erich Fromm . Más que una definición apuntan una experiencia, esa “divina manía”  que no se puede definir. Es lo que aquí significa misterio

            En la sociedad religiosa judía donde vivió Jesús eran frecuentes dos deformaciones  del matrimonio. Una, el patriarcalismo, aminoración de la mujer que podía ser despedida por el marido. Otra, reducir el matrimonio a un contrato social que se puede romper legalmente. En esa situación Jesús de Nazaret se posiciona proféticamente. Según el relato bíblico, hombre y mujer son imagen del Creador, tiene igual dignidad  como personas.  El matrimonio no se reduce a un contrato social que las leyes pueden y deben regular; su inspiración y fuerza unitiva es el amor que procede de Dios.

            Hubo tiempos en que leyendo el antiguo Derecho Canónico, fácilmente se sacaba la impresión de que el matrimonio  es solo un contrato  entre dos personas; para su validez basta el consentimiento mutuo. Pero el matrimonio ante todo es una alianza, una entrega mutua de las personas unidas por el amor para realizar un proyecto común de vida.

            Porque somos personas necesitadas, nuestro amor es erótico; buscamos complemento y placer en el otro. Con el peligro de que convertir al placer en algo divino y absoluto hasta utilizar irreverentemente a la otra persona. Por eso el amor erótico tiene que ir madurando en el amor gratuito (ágape) que como experiencia mística requiere ascesis y sacrificios pensando en la dignidad inviolable del amado. Esa experiencia mística ya está sugerida por la intención profunda del amor. Cuando amamos de verdad estamos diciendo al otro: “deseo que vivas siempre, que nunca mueras”.  Esta experiencia mística inspira vivir cada día la fidelidad,  y puede curar esa desastrosa  epidemia de los divorcios

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