Dos formas de organizar la vida
Domingo 25º de tiempo ordinario
Evangelio: Mc 9, 30-37:
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?”
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Para meditar:
En el evangelio de hoy se ven las dos perspectivas. Una la de Jesús: entiende que en su conducta debe prevalecer la lógica del amor hacia los demás hasta la muerte Sufrió la tentación de ejercer el poder para dominar a los demás e imponerse por la fuerza; pero venció la tentación y siguió otra lógica: emplear sus facultades y sus poderes como mediación de amor en favor de los demás poniéndose al lado de los social y religiosamente descartados. Mientras, ya sus primeros discípulos andan obsesionados por ocupar los puestos de poder, prestigio social y dominio sobre los otros con astucias políticas.
La tentación del poder clava sus garras dentro de la Iglesia. Algunos cristianos piensan que son más que los otros por el poder que tienen y olvidan que solo el amor nos hace más humanos y salva. Puede ser también tentación para la Iglesia cuando pretende imponerse a la sociedad civil por la fuerza Y es tentación para cada uno de nosotros. Todos tenemos alguna forma de poder: vigor físico, belleza que atrae, inteligencia, conocimiento en labranza, cocina, informática… La cuestión está en cómo ejercemos esos poderes: egoístamente, buscando solo nuestra seguridad, prestigio y dominio sobre los otros, o como mediación del amor que gratuitamente sirve.
La tentación de que el poder suplante al amor fácilmente se instala en nosotros, dadas la inseguridad y soledad que a veces sufrimos. Tentación fomentada por la cultura o modo de pensar hoy generalizada cuyos valores son acaparar riqueza y poder a costa de lo que sea y de quien sea. Según el evangelio, crece nuestra vida en la medida en que somos capaces de dar la propia vida con amor. Cuando ponemos cuanto somos y tenemos al servicio de los demás, especialmente de las víctimas que no pueden dar nada a cambio.