Que todos tomen la palabra
Domingo 23º de tiempo ordinario
Los relatos evangélicos sobre los milagros de Jesús no son crónicas; partiendo de los hechos con narraciones para transmitir la fe o experiencia cristiana. En una región fuera del pueblo judío, presentan a Jesús, para que lo cure ,un hombre sordo que además no puede hablar; aislado en sí mismo, no puede decir lo que piensa, su vida no tiene sentido. Jesús mete los dedos en los oídos del sordo, y con su saliva toca su lengua. Le infunde su propia experiencia: la persona humana debe estar abierta en su relación con los otros, y debe ser ella misma con su propia palabra.
Los judíos de aquel tiempo decían que los habitantes de otros pueblos eran paganos; no escuchaban la palabra de Dios y debían someterse al pueblo elegido. Jesús rompe con esa creencia. El extranjero también está habitado por la Presencia de amor que llamamos Dios. Tiene la misma dignidad que las demás personas, la capacidad de relacionarse con los otros y el derecho a tomar la palabra siendo él mismo
Hoy están llegan a nuestras fronteras miles de personas extranjeras que sufren penalidades buscando una mejora de vida. Y estanos viendo que los pueblos de bienestar levantan muros para mantener su seguridad. Por otra parte los cristianos creemos que Jesucristo, con su forma de vivir y de morir por amor, “derribó los muros que separan a los pueblos” y abrió así un camino de verdadera humanización para todos ¿Nos desentendemos de la tragedia diciendo que la solución es cosa de los políticos en el Congreso?
Todas las personas tienen derecho a relacionarse con los demás y tomar la palabra en cualquier parte del mundo, en las familias, en las distintas generaciones, se practique una religión o no se practique ninguna. También dentro de la misma Iglesia. Si no vamos por ahí dejemos de proclamar que todos tenemos la misma dignidad y la vocación a convivir como hermanos.