Fidelidad y discrepancia en la Iglesia

La fidelidad a la jerarquía de la Iglesia es una convicción inequívoca en la vida de cualquier cristiano. Así lo hemos vivido y así lo hemos aprendido en nuestra formación cristiana. Éste ha sido, además, el orden en que hemos participado de tal convicción. Lo vivimos desde niños y lo comprendimos de mayores.
Hablando en términos de experiencia personal, es cierto que a medida que hemos conocido la sociedad moderna, también hemos tenido que crecer como creyentes adultos. Ciudadanos mayores de edad en la ciudad, y fieles adultos en la comunidad de fe. Es lógico que hayan surgido dificultades en este proceso, pues crecer siempre tiene dificultades y cambiar lo consabido, no las tiene menores.
El efecto eclesial de esa experiencia me sugiere dos comentarios. Uno es más teórico, y por tal entiendo que un cristiano tiene que recibir con respeto, afecto y apertura la propuesta doctrinal de su Iglesia. En esto tenemos que ser generosos y amplios de miras. El que habla desde su Ministerio de Enseñanza y Gobierno, y para todos los cristianos, tiene una “autoridad” y ¡también una responsabilidad!, que hacen de su palabra algo muy peculiar. No es igual a quien habla por sí mismo y sin mayores responsabilidades. Por eso hay que sopesar muy bien el modo, el tono y el fondo del desacuerdo doctrinal. ¿Qué ocurre? Que hoy el magisterio eclesial interviene sobre tantas cosas y con tanto detalle, que no es fácil evitar discrepancias en los análisis de base y en las concreciones más “políticas” y “sicológicas”. Al venir todo junto, sin mayor diferencia en cómo se empeña el magisterio en cada plano de la verdad, no es fácil percibir qué es lo nuclear y qué parece más bien una opción “ad tempus”, o hasta una opción social partidista y, normalmente, conservadora . Habría que trabajar mejor los planos de la verdad y la clase de razonamiento y compromiso que tenemos con ellos. Hay cierta confusión y la Jerarquía no está acostumbrada a verlo con sentido autocrítico. "Sacraliza y sacralizamos" exageradamente cualquier intervención eclesial. Al final, hasta "una rueda de prensa" la tomamos por "doctrina" y "fuente" magisterial.
Otra perspectiva sería más práctica. Me refiero al actuar de un cristiano contra el criterio de la Jerarquía. A mí me parece que si los órganos de consulta y decisión son verdaderamente representativos, si se cuidan con respeto extremo, pocas veces un Obispo va a tener problemas insalvables. Puede haber gente “por libre”, pero si una decisión se ha madurado eclesialmente, eso “va a misa”. Otros, cada uno debe analizarlo, debemos saber estar en minoría, ¡todos dentro de un pluralismo inconfortable!, y respetar las decisiones eclesialmente maduradas, afirmando la opinión propia como particular y potenciando el compromiso cristiano compartido. En casos extremos, el derecho de objeción de conciencia ha de evitarnos actuar gravemente contra la conciencia personal. Y lo de que la Iglesia no es una democracia, no es disculpa; tiene otro modo de vivir en comunión, pero no menos transparente, creativo y participado. Nadie deja los derechos humanos en la puerta de la "Iglesia"; ni puede, ni debe, ni se le pide. Los derechos humanos pertenecen a la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo, ¡y en la Iglesia! Darle forma a esto en la mente, en el corazón y en las estructuras de la Iglesia, es una tarea delicada pero necesaria. Resolverla en términos "teocráticos", al margen de la "ley de la Encarnación en la historia", es una losa para los Ministros y para la propia Evengelización. Habrá gente que no necesite esto, capaz de poner "lo religioso" al margen de su mayoría de edad personal en la vida civil, pero esta solución particular se aviene mal con el cristianismo, todo él, "religión de la Encarnación", de la "salvación de Dios ya sí actuando en toda la historia", "todavía no en plenitud en ninguno de sus logros". Habrá que discernir, pero nada es de antemano ajeno al crecimiento del Reino y sus mediaciones; ¡los derechos humanos y los procedimientos democráticos, mucho menos!
En suma, el ministerio de enseñanza y el ministerio de gobierno, cuidando lo más posible su arraigo evangélico y con estructuras claras de representación y participación de los bautizados, han de sernos vitalmente apreciados.
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