De la globalización. Primera elección moral y primer compromiso entre los críticos del sistema y sus valedores
La consideración moral de la globalización tiene una forma bastante repetida y bien hecha que consiste en describir el fenómeno social y proyectar sobre él las referencias fundamentales de la moral social cristiana. Es un trabajo fácil a estas alturas de la vida, que conserva todo su valor y que se puede repetir si preciso es. Yo mismo he hechos síntesis diversas sobre esa relación de criterios morales y las heridas que se manifiestan en la realidad social de la globalización. Me refiero a pautas como la dignidad de todos frente a la eficiencia excluyente del modelo social; o a la libertad solidaria frente a la solitaria del neoliberalismo, o la igualdad sustantiva de todos frente al darwinismo selectivo neoliberal; o a la cultura del ser por encima del tener, frente a la pauta de “el que no tiene, ni puede pagar, no necesita, ni es”; o al destino universal de los bienes creados y la función social de la propiedad frente a los oligopolios y la falta de trabajo; o al bien común, el del orden social justo, frente al orden social de las liberalizaciones de derechos. Y así todo lo que Ustedes conocen y han oído .
Este es un camino que molesta mucho a los neoliberales y también a los liberales más moderados. Consideran que es demasiado fácil valorar así las realidades, sin haber hecho el esfuerzo de atender a las políticas económicas, y sociales, reales, bajo el supuesto de que ellas persiguen el equilibrio posible entre la eficiencia económica del sistema productivo y la eficiencia social en la distribución equitativa. Y, en tal supuesto histórico, -dirán los neoliberales-liberales-, el sistema social sale éticamente mucho mejor parado. Y añaden, “porque nadie puede negar la evidencia de sus resultados, en cuanto a creación de riqueza y posibilidades efectivas para la erradicación de las pobrezas, siempre dentro de lo históricamente posible y de lo prudente para conservar los equilibrios macroeconómicos”. Sé que Ustedes piensan de inmediato en qué riqueza o crecimiento, con qué sacrificios y reparto, y con qué sostenibilidad, pero todavía debemos retrasar la entrada en esa dirección.
Vamos a aceptar no seguir ese camino moral de principios éticos proyectados sobre la realidad, o no sólo ese camino, pero a cambio vamos a pedir algo a nuestros supuestos interlocutores. Que ellos renuncien a lo siguiente:
Por un lado, que no partan de la denuncia de los fracasos del socialismo colectivista, para escudarse en ellos y remitir cualquier posición social crítica con el sistema social a “marxismo disfrazado”. Es una comparación ya caduca, propia de una actitud intelectualmente vaga, y es el mínimo que podemos exigir.
Por otra lado, y más allá de esa comparación caduca, pido a los neoliberales-liberales que no adopten opiniones morales de antemano fijas o cerradas, es decir, las que concluyen, “el capitalismo es el único sistema realmente posible, se miren como se miren las cosas, y por tanto el menos malo en cualquier sentido”. Si es el único posible, puede ser bueno, relativamente bueno, o más o menos malo, pero siempre será “de hecho el menos malo”. Hay aquí una confusión de planos que todos debemos evitar en cuanto al sistema social presente o futuro. El plano de los datos (lo que el análisis social nos ofrece, ¡cuidado!), el plano de las opciones políticas partidistas ( lo que según una opción política está pasando); el plano de la ética (si lo que pasa, nos parece bueno o malo), y el plano de las ideologías (si pensamos que lo que sucede, es lo único que puede suceder, de hecho y de derecho).
El sistema social de hecho posible es una afirmación de naturaleza fáctica, lo que de hecho sucede políticamente, pero no es la última palabra sobre lo posible o imposible socialmente, en cuanto tal. Es una afirmación de realismo político, condicionada por este supuesto: “dada la actual correlación de fuerzas sociales en juego”, éste es el único sistema, ahora, posible. Los liberales-neoliberales destacan con fuerza esta consideración realista y política de nuestra convivencia social. Pero es eso, una consideración desde el realismo político: el modelo social capitalista es el único ahora mismo posible en la mayoría de los países del mundo, dada la correlación de fuerzas sociales que lo acompaña y, sólo en este sentido, obligado. Es el plano del realismo político a secas.
En segundo lugar, es legítimo, y yo diría necesario, reconocer que la gente puede plantearse y preferir otros modelos sociales por desarrollar e intentarlo en otras opciones políticas. El debate versará sobre los logros y peligros que tales políticas puedan conllevar, pero la legitimidad política está fuera de toda duda. El juicio sobre esas carencias y logros nos sitúa en el terreno de lo moralmente preferible por mejor, o menos malo, una cuestión de ética política que ninguna opción política y ninguna ideología pueden evitar. Tampoco el neoliberalismo. Es, por tanto, el plano de la ética política y se refiere a lo preferible por mejor o menos malo, y en el caso del liberalismo, hablamos de si su creación de riqueza y bienestar es justa en muchos sentidos.
El tercer plano es aquél que se refiere a la globalización, a esta globalización neoliberalmente gestionada, como una realidad inevitable, porque este mundo es el único posible; y esto por necesidad intrínseca del proceso histórico y de la virtualidades-necesidades del mercado; entonces, éste es el único sistema social posible desde todos los puntos de vista: políticos, éticos y metafísicos. No es perfecto, ni el mejor de los imaginables, no corrige de inmediato todas las injusticias, ni supera todas las pobrezas, pero es necesario en todos los sentidos, y por su necesidad, el mejor de los posibles. De hecho, está creando riquezas incontables y oportunidades para los pobres, siempre al ritmo que “la realidad” lo permite y ellos, con las responsabilidades que les conciernen, se empeñan. Desde luego, todo puede mejorarse poco a poco, pero no debe aspirarse a la sustitución del modelo social en cuanto tal, porque en todos los sentidos es el único posible, y, de hecho, bueno; y tampoco debe aspirarse a críticas y acciones políticas profundamente reformadoras de sus instituciones, sobre todo del mercado, porque la realidad objetiva de la historia no da más de sí.
Este triple plano de la cuestión, político, ético y metafísico, me permite pedir a los ciudadanos más liberales que respeten las posibilidades de la moral para hablar de la globalización, y que no se cierren en el tópico de que eso es “retórica”, o “socialismo disfrazado”, pues éste es el modo más habitual de convertir esta globalización en una ideología de la historia. Por tanto, cuando hablamos de lo que sucede, hablamos de hechos, o deberíamos intentarlo; cuando hablamos de lo que puede ser según una correlación de fuerzas, hablamos de política; cuando hablamos de que una opción política es mejor o peor que otras, hablamos de ética, y cuando hablamos de que algo tiene que ser porque es lo único que puede ser en cualquier sentido, hablamos socialmente de ideología. Y si caemos en esta confusión, ya no será posible ninguna reserva o crítica que apele a la superación del sistema social, porque ya hemos dicho que no ha lugar. Por el contrario, si reconocemos esta distinción, admitiremos que ante el modelo social capitalista, además de su aceptación incondicional o tenuemente crítica, caben dos posiciones más. Una de crítica reformista, la que piensa en qué reformas habría que realizar en el modelo social, en sus estructuras principales, para mejorar sus efectos diversos, sin pagarlo con otros efectos más perversos; y otra, la que piensa que el modelo social en cuanto tal es una estructura general de injusticia cosificada y que hay que dar con una alternativa que lo supere. Moralmente es imprescindible reconocer que en el plano de lo que es posible, y en el plano de la lucha política, esto es perfectamente coherente. Si luego es difícil lograrlo, porque la correlación de fuerzas sociales es muy desigual, ésa es otra cuestión.
En suma, hagamos un esfuerzo de valoración moral del modelo social capitalista, a partir de nuestra experiencia histórica, y hagámosla con mucho sentido de las exigencias de la realidad; y otros, más (neo)liberales que hagan el esfuerzo de entender que una posición social y política reconocida o "muy destacada", en absoluto es la última palabra sobre lo que debe ser a la luz de las víctimas (ética), y, tampoco, lo que puede ser a la luz de la libertad humana situada (ideología). Más aún, deberían reconoce que el logro de notables objetivos de justicia para nosotros y de algunas oportunidades para los pobres, -es lo que se le atribuye a este sistema social por sus mentores-, no son razón definitiva sobre lo que la gente debe o no querer (ética política) y a lo que la gente puede o no aspirar (utopía política, que no quimera).
Este es un camino que molesta mucho a los neoliberales y también a los liberales más moderados. Consideran que es demasiado fácil valorar así las realidades, sin haber hecho el esfuerzo de atender a las políticas económicas, y sociales, reales, bajo el supuesto de que ellas persiguen el equilibrio posible entre la eficiencia económica del sistema productivo y la eficiencia social en la distribución equitativa. Y, en tal supuesto histórico, -dirán los neoliberales-liberales-, el sistema social sale éticamente mucho mejor parado. Y añaden, “porque nadie puede negar la evidencia de sus resultados, en cuanto a creación de riqueza y posibilidades efectivas para la erradicación de las pobrezas, siempre dentro de lo históricamente posible y de lo prudente para conservar los equilibrios macroeconómicos”. Sé que Ustedes piensan de inmediato en qué riqueza o crecimiento, con qué sacrificios y reparto, y con qué sostenibilidad, pero todavía debemos retrasar la entrada en esa dirección.
Vamos a aceptar no seguir ese camino moral de principios éticos proyectados sobre la realidad, o no sólo ese camino, pero a cambio vamos a pedir algo a nuestros supuestos interlocutores. Que ellos renuncien a lo siguiente:
Por un lado, que no partan de la denuncia de los fracasos del socialismo colectivista, para escudarse en ellos y remitir cualquier posición social crítica con el sistema social a “marxismo disfrazado”. Es una comparación ya caduca, propia de una actitud intelectualmente vaga, y es el mínimo que podemos exigir.
Por otra lado, y más allá de esa comparación caduca, pido a los neoliberales-liberales que no adopten opiniones morales de antemano fijas o cerradas, es decir, las que concluyen, “el capitalismo es el único sistema realmente posible, se miren como se miren las cosas, y por tanto el menos malo en cualquier sentido”. Si es el único posible, puede ser bueno, relativamente bueno, o más o menos malo, pero siempre será “de hecho el menos malo”. Hay aquí una confusión de planos que todos debemos evitar en cuanto al sistema social presente o futuro. El plano de los datos (lo que el análisis social nos ofrece, ¡cuidado!), el plano de las opciones políticas partidistas ( lo que según una opción política está pasando); el plano de la ética (si lo que pasa, nos parece bueno o malo), y el plano de las ideologías (si pensamos que lo que sucede, es lo único que puede suceder, de hecho y de derecho).
El sistema social de hecho posible es una afirmación de naturaleza fáctica, lo que de hecho sucede políticamente, pero no es la última palabra sobre lo posible o imposible socialmente, en cuanto tal. Es una afirmación de realismo político, condicionada por este supuesto: “dada la actual correlación de fuerzas sociales en juego”, éste es el único sistema, ahora, posible. Los liberales-neoliberales destacan con fuerza esta consideración realista y política de nuestra convivencia social. Pero es eso, una consideración desde el realismo político: el modelo social capitalista es el único ahora mismo posible en la mayoría de los países del mundo, dada la correlación de fuerzas sociales que lo acompaña y, sólo en este sentido, obligado. Es el plano del realismo político a secas.
En segundo lugar, es legítimo, y yo diría necesario, reconocer que la gente puede plantearse y preferir otros modelos sociales por desarrollar e intentarlo en otras opciones políticas. El debate versará sobre los logros y peligros que tales políticas puedan conllevar, pero la legitimidad política está fuera de toda duda. El juicio sobre esas carencias y logros nos sitúa en el terreno de lo moralmente preferible por mejor, o menos malo, una cuestión de ética política que ninguna opción política y ninguna ideología pueden evitar. Tampoco el neoliberalismo. Es, por tanto, el plano de la ética política y se refiere a lo preferible por mejor o menos malo, y en el caso del liberalismo, hablamos de si su creación de riqueza y bienestar es justa en muchos sentidos.
El tercer plano es aquél que se refiere a la globalización, a esta globalización neoliberalmente gestionada, como una realidad inevitable, porque este mundo es el único posible; y esto por necesidad intrínseca del proceso histórico y de la virtualidades-necesidades del mercado; entonces, éste es el único sistema social posible desde todos los puntos de vista: políticos, éticos y metafísicos. No es perfecto, ni el mejor de los imaginables, no corrige de inmediato todas las injusticias, ni supera todas las pobrezas, pero es necesario en todos los sentidos, y por su necesidad, el mejor de los posibles. De hecho, está creando riquezas incontables y oportunidades para los pobres, siempre al ritmo que “la realidad” lo permite y ellos, con las responsabilidades que les conciernen, se empeñan. Desde luego, todo puede mejorarse poco a poco, pero no debe aspirarse a la sustitución del modelo social en cuanto tal, porque en todos los sentidos es el único posible, y, de hecho, bueno; y tampoco debe aspirarse a críticas y acciones políticas profundamente reformadoras de sus instituciones, sobre todo del mercado, porque la realidad objetiva de la historia no da más de sí.
Este triple plano de la cuestión, político, ético y metafísico, me permite pedir a los ciudadanos más liberales que respeten las posibilidades de la moral para hablar de la globalización, y que no se cierren en el tópico de que eso es “retórica”, o “socialismo disfrazado”, pues éste es el modo más habitual de convertir esta globalización en una ideología de la historia. Por tanto, cuando hablamos de lo que sucede, hablamos de hechos, o deberíamos intentarlo; cuando hablamos de lo que puede ser según una correlación de fuerzas, hablamos de política; cuando hablamos de que una opción política es mejor o peor que otras, hablamos de ética, y cuando hablamos de que algo tiene que ser porque es lo único que puede ser en cualquier sentido, hablamos socialmente de ideología. Y si caemos en esta confusión, ya no será posible ninguna reserva o crítica que apele a la superación del sistema social, porque ya hemos dicho que no ha lugar. Por el contrario, si reconocemos esta distinción, admitiremos que ante el modelo social capitalista, además de su aceptación incondicional o tenuemente crítica, caben dos posiciones más. Una de crítica reformista, la que piensa en qué reformas habría que realizar en el modelo social, en sus estructuras principales, para mejorar sus efectos diversos, sin pagarlo con otros efectos más perversos; y otra, la que piensa que el modelo social en cuanto tal es una estructura general de injusticia cosificada y que hay que dar con una alternativa que lo supere. Moralmente es imprescindible reconocer que en el plano de lo que es posible, y en el plano de la lucha política, esto es perfectamente coherente. Si luego es difícil lograrlo, porque la correlación de fuerzas sociales es muy desigual, ésa es otra cuestión.
En suma, hagamos un esfuerzo de valoración moral del modelo social capitalista, a partir de nuestra experiencia histórica, y hagámosla con mucho sentido de las exigencias de la realidad; y otros, más (neo)liberales que hagan el esfuerzo de entender que una posición social y política reconocida o "muy destacada", en absoluto es la última palabra sobre lo que debe ser a la luz de las víctimas (ética), y, tampoco, lo que puede ser a la luz de la libertad humana situada (ideología). Más aún, deberían reconoce que el logro de notables objetivos de justicia para nosotros y de algunas oportunidades para los pobres, -es lo que se le atribuye a este sistema social por sus mentores-, no son razón definitiva sobre lo que la gente debe o no querer (ética política) y a lo que la gente puede o no aspirar (utopía política, que no quimera).