¿Los hombres de marte y las mujeres de venus?

El mito de la diferente procedencia de varones y mujeres es conocido en el teatro, la pintura y la literatura: los varones procederían de marte, dios de la guerra, y las mujeres de venus, diosa del amor y la fecundidad. Si se pretende decir que la mujer y el varón son dos modos de realizar la condición humana, estamos ante una obviedad. Ahora bien, si se pretende ir más allá, buscando distinciones separadoras o excluyentes, entonces conviene dejar muy claro que unos y otros procedemos del mismo origen, que unas y otros tenemos las mismas posibilidades, y que la dignidad y condición humana es propia tanto del varón como de la mujer.


Es cierto que algunas actitudes se relacionan cultural o espontáneamente con lo masculino o lo femenino. En el terreno del juego, del trabajo y de las responsabilidades, atribuimos algunos estereotipos, con razones más o menos válidas, a niños y niñas, mujeres y varones. Pero tal reparto no tiene nada que ver con la identidad sexual. Existen varones tiernos, amorosos, protectores de los demás, abnegados y sacrificados en aras del bienestar ajeno; y mujeres con dotes de liderazgo, fuerza de carácter, racionalidad y buenas motivaciones profesionales. Los roles sociales no dependen del género, sino de las habilidades personales, vocación y educación.


Los sentimientos maternales, por ejemplo, expresan una realidad propia de varones y mujeres. Es urgente superar muchos prejuicios machistas, propios de nuestra cultura, que atribuyen unos determinados sentimientos y actitudes a varones, y otros distintos (y normalmente considerados inferiores) a mujeres. La diferencia sexual, ante todo, es expresión de que estamos hechos los unos para los otros, de que somos seres llamados a la comunión, al encuentro, al entendimiento. Los sexos no solo son complementarios entre ellos, sino también dentro de ellos: cada uno tenemos nuestro lado masculino y nuestro lado femenino. Todas las características humanas son transversales y en todos los tipos humanos hay varones y mujeres.


¿La mujer es más espontánea, más delicada en el trato? ¿El varón tiene más capacidad para hacer proyectos y la mujer para valorarlos? ¿El varón es más competitivo y la mujer más cooperativa? ¿Él más justo, ella más misericordiosa? ¿Ellos más activos y ellas más pasivas? Todo eso son estereotipos. En realidad, todos los valores son comunes y trasversales. Estos prejuicios han llevado a que la diferencia sea entendida como subordinación. Algo parecido ocurre con el tema de las razas, unas consideradas inferiores y otras superiores. Si estos prejuicios arraigan en el subconsciente de la raza considerada inferior o en la persona del sexo considerado débil, podríamos caer en el error de querer parecernos al considerado fuerte o superior. Tengo entendido que hay cremas, que utilizan mujeres de raza negra, para blanquear la piel. Las diferencias enriquecen y nunca deben traducirse como subordinación, sino como complementariedad.

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