"Nuestro sentido de relación y comunión con los demás nos debe hacer plenamente felices" Me ha ungido para hacer su voluntad
"El Espíritu Santo se derrama así en abundancia en aquellos a los que Jesús se dirige para anunciar la buena nueva y sacarlos de su pobreza"
"En ese camino de verdad en la fe que el pueblo recorre como peregrino, a Jesús le dan a leer en la sinagoga de Nazareth el volumen del profeta Isaías"
"Podemos tener siempre quejas los unos de los otros pero nunca perder de vista lo vital de la comunión con el otro"
"Podemos tener siempre quejas los unos de los otros pero nunca perder de vista lo vital de la comunión con el otro"
| Fray Alfredo Quintero Campoy OdeM
Jesús es el ungido del Padre, en Él reposa y actúa el Espíritu Santo que lo conduce en hacer la voluntad del Padre, por eso Jesús es declarado por el Padre como aquel en quien tiene sus complacencias; y en esta complacencia y cumplimiento se vive una plena comunión de amor y de vida.
El Espíritu Santo se derrama así en abundancia en aquellos a los que Jesús se dirige para anunciar la buena nueva y sacarlos de su pobreza, siendo enriquecidos con su gracia, para que todos los pecadores participemos de su gracia divina al estar continuamente en un proceso de conversión por la confesión de nuestros pecados, arrepentidos y enmendándonos para ser personas nuevas, enriquecidas con las diferentes gracias que a cada uno se nos otorga. También los ciegos, los leprosos, los encarcelados, los oprimidos reciben esa liberación de sus males que les impedía caminar con plena libertad en el don de la vida que recibieron.
En este tercer domingo del tiempo ordinario vemos cómo el pueblo de Dios, después de volver del destierro y establecerse de nuevo en su tierra, Dios sigue acompañando al pueblo con Su Palabra que es proclamada por Esdras en presencia del gobernador Nehemías.
En el evangelio de Lucas se nos narra de parte de Lucas, de manera minuciosa, como lo refiere a Teófilo, todo lo que Jesús hizo como historia verdadera que se ha enseñado y transmitido.
En ese camino de verdad en la fe que el pueblo recorre como peregrino, a Jesús le dan a leer en la sinagoga de Nazareth el volumen del profeta Isaías donde encuentra el pasaje: el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, la vista a los ciegos, la liberación de los oprimidos, la libertad a los encarcelados y anunciar el tiempo de gracia.
Es una gracia escuchar la palabra de Dios que se nos comunica para tocar nuestras vidas, encendernos en su luz e iluminar nuestro camino en la fe para vivir una esperanza fuerte y confiada, siendo inamovibles en las diferentes pruebas por las que pasamos, entendiendo que el Señor nos sostiene.
Por eso san Pablo en su primera carta a los Corintios nos insistirá en su rica sabiduría de sabernos parte de un cuerpo en la Iglesia, donde como miembros tenemos un lugar en el que debemos tener comunión con los demás para darles vida.
La fuerza de significado de vida que le da un miembro al todo y el todo a las partes es muy importante. Nuestro sentido de relación y comunión con los demás nos debe hacer plenamente felices.
No existe la vida sin la comunión ni la relación, el aislarse de lo vital de lo que le da sentido a una existencia que puede crecer, expandirse y ser, nos puede llevar a marchitarnos, a morir, a ser grises, a perder lo esplendido de lo vital. Podemos tener siempre quejas los unos de los otros pero nunca perder de vista lo vital de la comunión con el otro.
En el cuerpo varía la actividad de los miembros y se va cargando dicha actividad en la medida en la que el cuerpo se enfoca a atender lo que debe y lo que quiere; si se nada, las manos y pies juegan un papel fundamental; si se estudia, la cabeza con su capacidad de aprender, de entender y almacenar lo que necesita para avanzar en el conocimiento, se debe aplicar a ello y lo relaciona con el resto de los miembros; no digamos del comer y descansar, nos facilitan las fuerzas para impulsar el peso de todo lo que necesita de alimento y descanso y sin lo cual no se puede seguir adelante.
Hay que alimentarnos siempre de la Palabra de Dios, de su Cuerpo y Sangre, de su Espíritu Divino para resplandecer con la luz propia que cada uno ha de iluminar, desde Cristo que es nuestro Sol, en una caridad que enciende el amor y toca los corazones para unirlos y sostenerlos en su latido vigoroso.
Etiquetas