"Este no es el camino para 'exportar' la reforma de la Curia romana" Se cabalga en la contradicción

Se cabalga en la contradicción
Se cabalga en la contradicción

"Puede parecer paradójico, pero, en la Iglesia, sus líderes también suelen cabalgar en contradicciones. Son muy expertos en su práctica"

"Se ha tenido tiempo más que suficiente (8.12.1965) para desarrollar el Concilio Vaticano II respecto a la descentralización del poder y la conversión del primado"

"Claro y reiterado posicionamiento de Francisco sobre ambas cuestiones"

"¿Por qué, entonces, no se ha procedido, con la Const. Praedicate Evangelium (19.03.2022), a realizar, de una vez por todas, la tan necesaria y suspirada descentralización así como una profunda conversión del primado?"

"Lo malo de cabalgar en la contradicción radica en que se va perdiendo, gota a gota, la credibilidad. Este no es el camino para ‘exportar’ la reforma de la Curia romana"

Puede parecer paradójico, pero, en la Iglesia, sus líderes también suelen cabalgar en contradicciones. Son muy expertos en su práctica. Ni que fueran clase política. No debe extrañarnos. Generalmente, ambos rinden pleitesía a la apariencia.

Semejante sambenito viene a cuento de unas declaraciones de Gabriela Gambino, Subsecretaria del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, en torno a los Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial. Al parecer, el papa Francisco ha realizado ‘una petición explícita’, a fin de zarandear la conciencia de los jóvenes y revertir la situación actual respecto al matrimonio y el compromiso que conlleva. Todo un plan del Vaticano.

Gabriella Gambino
Gabriella Gambino

Ya en 1973, desarrollé mi punto de vista sobre los Principios jurídicos de organización, en la revista ‘Ius Canonicum’, v. XIII, n. 26, págs. 105-168, con referencia explícita al Principio de descentralización. A partir de entonces siempre me hice eco del mismo en mis escritos y en mis clases universitarias. En concreto, en 1979, por poner un ejemplo significativo, realice una breve semblanza de La organización del gobierno central de la Iglesia, publicada en “Concilium”, n. 147. En ella, pág. 55, dejé dicho lo siguiente: “La autonomía de las Iglesias locales exige, por pertenecer al orden constitucional, la vigencia efectiva de un régimen jurídico de descentralización como técnica organizativa que la encauce. El obispo diocesano, ‘principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia particular’ (LG 23), ha de gozar, de modo real y verdadero, de todas aquellas funciones y poderes que ‘se requieren para el desarrollo de su oficio pastoral’ (CD 8). En este contexto se comprende la valoración de Pablo VI, según la cual ‘la mayor parte de los problemas pastorales pueden encontrar solución apropiada’ en el ámbito de las Iglesias locales”.

Se ha tenido tiempo más que suficiente (8.12.1965) para desarrollar el Concilio Vaticano II en este aspecto y todo ha seguido igual. Quizás, para sonrojo de muchos, hemos asistido, si cabe, a una mayor centralización del poder efectivo en la Curia romana. Pablo VI tuvo miedo, demasiado. Vaciló, quiso y no quiso y, al final, bloqueó, mediante diferentes nombramientos, la reforma en serio de la Curia y de la Iglesia. El muy largo pontificado de Juan Pablo II se distinguió, precisamente, por su afán restauracionista del pasado y la consiguiente centralización del poder. Cuál no sería la situación cuando el mismo Juan Pablo II “pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’” (Evangelii Gaudium, 32). Benedicto XVI, representante excelso de una teología del pasado, no podía emprender tal aventura.

Así las cosas, Francisco, en la exhortación programática de su misión primacial (24.11.2013). expresó que “también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización (EG, 32). Y concluye: “Hemos avanzado poco en este sentido” (EG, 32. Se ha venido padeciendo, en realidad, “una excesiva centralización, (que) más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG, 32). Creo que, efectivamente, es así.

En su transcendental Discurso con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los obispos (17.10.2015) vuelve a insistir en las ideas expuestas en su programa: 1). “En una Iglesia sinodal, como ya afirmé, ‘no es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable ‘descentralización’”; 2). “Estoy convencido de que, en una Iglesia sinodal, también el ejercicio del primado petrino podrá recibir mayor luz. El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias”.

Por último, la Constitución apostólica Episcopalis Communio (18.09.2018) sobre el Sínodo de los obispos, ha recordado que “… cada Obispo posee simultanea e inseparablemente la responsabilidad por la Iglesia particular confiada a sus cuidados pastorales y la preocupación por la Iglesia universal” (EC, 2). Igualmente ha subrayado lo siguiente: “Confío también en que, precisamente animando una ‘conversión del papado […] que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización’, la actividad del Sínodo de los Obispos podrá a su manera contribuir al restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos, según la voluntad del Señor (cf. Jn 17, 21). Así de esta manera, ayudará a la Iglesia católica, según el deseo formulado hace años por Juan Pablo II, a ‘encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’” (EC, 10).

Si, como es obvio, Francisco participa plenamente de la posición expresada en los párrafos precedentes, surge, a mi entender, una inquietante pregunta: ¿Por qué, entonces, no se ha procedido, con la Const. Praedicate Evangelium (19.03.2022), a realizar, de una vez por todas,la tan necesaria y suspirada descentralización así como una profunda conversión del primado? Era, al menos en apariencia, una ocasión propicia. Su gestación se prolongó durante sucesivos años a partir de abril de 2013. Francisco contó con la colaboración de una Comisión de prestigiosos cardenales, procedentes de muy diversas áreas geográficas en las que está implantada la Iglesia. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no se dio el pertinente paso adelante?

No es empresa fácil escrutar los misterios vaticanos. En cualquier caso, es evidente que seguimos cabalgando en la contradicción. La curia romana sigue siendo un poderoso transatlántico, que no es fácil reducir en sus dimensiones y, menos aún, hacerle virar de rumbo. Me atrevería a subrayar que, incluso con la Episcopalis Communio (18.09.2018), se han ampliado sus instalaciones y, si realmente se consolida tan sustancial orientación, podría y debería imponer multitud de reformas estructurales a todos los niveles organizativos de la Iglesia. ¿Se atreverán en Roma? Personalmente, soy bastante escéptico.

Lo innegable y cierto es que ahora se impulsa, desde un Dicasterio romano, algo tan simple como la pastoral en torno al matrimonio y a la convivencia conyugal. Pero, ¿en qué quedamos? ¿No se fijó, como criterio correcto a impulsar, que no era conveniente que el Papa sustituyese a los episcopados locales en el discernimiento e impulso de todo cuanto se plantea en sus Iglesias particulares? ¿Acaso ocurre que no confían en los episcopados locales? ¿Se podría decir que, sin negar la posibilidad enunciada (inacción episcopal) se busca justificar y legitimar su existencia misma? Todo es posible. Pero, en cualquier caso, se acepte una situación u otra o las dos al mismo tiempo, todo aparece como incomprensible. ¡Vaya gente lleva mi carro!

Lo malo de cabalgar en la contradicción radica en que se va perdiendo, gota a gota, la credibilidad. Cuando se dice una cosa y se hace otra diferente, llega un momento en el que el destinatario deja de escuchar. Este no es el camino para ‘exportar’ la reforma de la Curia romana.

Curia

Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

Volver arriba